A todos los sacerdotes, religiosos (as) y laicos de nuestra Diócesis de Tepic.
Que el Señor los llene de amor y sabiduría para seguir trabajando por el Reino de Dios.
Como ustedes saben, respecto a las uniones del mismo sexo, la Suprema Corte de Justicia de la Nación resolvió que “la ley de cualquier entidad federativa que, por un lado considere que la finalidad del matrimonio es la procreación y/o que lo defina como el que se celebra entre un hombre y una mujer, es inconstitucional”.
Me permito informarles que, como pastores y pueblo de Dios, nos corresponde seguir anunciando la belleza de la Buena Nueva del matrimonio según la ley natural y el plan de Dios expresado en la Sagrada Escritura.
Por eso es muy importante que reflexionemos seriamente sobre la situación natural del matrimonio, basado en su misma naturaleza social y sexual del hombre y la mujer. El matrimonio responde a una estructura y a un dinamismo natural, inherente a la persona humana. No es de extrañar que el matrimonio se haya dado, en todas las civilizaciones y en todas las culturas, como la unión entre un hombre y una mujer.
El hombre y la mujer se complementan mutua, física y sicológicamente para su desarrollo pleno, y fruto de su amor son los hijos; por su misma índole natural, el matrimonio es para el bien de los esposos y la generación y educación de los hijos.
La palabra matrimonio, en su origen, viene de dos palabras latinas: mater = madre y munus, o munium = oficio o servicio; es decir, el oficio de madre, que es llevar en su seno la vida nueva de un hijo engendrado con la colaboración del padre con todos los cuidados o servicios que implica esta vida nueva, y su desarrollo de parte de papá y mamá.
El matrimonio, según la naturaleza misma del ser humano, se realiza por el consentimiento mutuo, libre y de amor entre un hombre y una mujer; de esta manera se inicia una nueva familia y esta es la institución más importante, porque es la formadora y educadora de los seres más valiosos de la Creación: las personas, como son los niños, los adolescentes, los jóvenes. Por ello tenemos que cuidar la familia, escuela de humanismo y patrimonio más valioso de la humanidad.
A las instituciones civiles les corresponde velar y cuidar de esta noble institución, que se inicia en el matrimonio según su índole natural entre un hombre y una mujer.
Para nosotros los cristianos, católicos, el matrimonio según su índole natural, entre un hombre y una mujer (“Dios los creó varón y mujer y los bendijo Dios diciéndoles: crezcan y multiplíquense”, Gn 1, 27-28), ha sido elevado por Cristo a la dignidad de Sacramento, esto significa que es algo sagrado porque manifiesta LA PRESENCIA DE DIOS EN LOS ESPOSOS, SIGNO DEL AMOR DE CRISTO CON LA IGLESIA. “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre para unirse a su mujer y llegarán a ser los dos uno solo”. Gran misterio es este, que yo relaciono con la unión de Cristo con la Iglesia (Ef 5, 31-32).
A las personas que tienen una orientación homosexual, les manifestamos que merecen todo nuestro respeto por su dignidad de personas y la legislación civil tiene que protegerlos; en lo que no estamos de acuerdo es en que se use la palabra matrimonio, que ya tiene su significado y connotación natural. A las uniones del mismo sexo les pueden llamar de otro modo para no crear confusiones, recordemos además que no todo lo legal es moralmente bueno.
Que el Señor Dios nos conceda a todos la gracia de descubrirnos hermanos, hijos de un mismo Padre Dios y trabajar por un México de justicia y de paz, donde todavía hay hermanos excluidos de los derechos fundamentales: una vida digna, donde a nadie le falte el trabajo, la educación, el acceso a la salud.
Con mi bendición para todos.
Luis Artemio Flores Calzada
VII Obispo de Tepic