No vamos solos

Ante la contingencia mundial a causa del COVID-19 o coronavirus, la Iglesia ha acatado las normas de prevención indicadas por los servidores de la salud, pero también ha decidido realizar diversas acciones a favor de los más olvidados, de los pobres, de lo que están solos, así como ha intensificado la oración, por parte de todos los miembros de ella, es decir, de cada uno de nosotros.

El Papa durante la oración Urbi et Orbi, realizada este año, expresó que hace algunas semanas parecía que todo obscuro, y nosotros nos encontramos asustados y perdidos. Nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente.

La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar.

No nos hemos detenido ante las llamadas de Dios, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Ahora el Señor nos llama a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de su juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia Él, y hacia los demás.

Al igual que los discípulos, cuando sentían perecer en la barca ante aquella tormenta, nosotros experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Nos vamos solos, Él está con nosotros y eso basta.

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