Natividad de la Virgen

Una vida de alegría y regocijo

 

La fiesta de la Natividad de la Virgen es una excelente oportunidad para reflexionar sobre la vocación personal. Toda la Iglesia cantará la alegría que el nacimiento de la Madre de Dios trae para nosotros. La liturgia del 8 de septiembre, será una  prueba latente de esa felicidad.

 

La única digna del Creador

Hace catorce siglos San Juan Damasceno pronunció una homilía sobre el nacimiento de la Virgen, que explica muy bien el sentido de esta fiesta: “¡Oh, feliz pareja, Joaquín y Ana, a ustedes está obligada toda la creación! Por medio de ustedes, en efecto, la creación ofreció al Creador el mejor de todos los dones, o sea, aquella augusta Madre, la única que fue digna del Creador. ¡Oh, felices entrañas de Joaquín, de las que provino una descendencia sin mancha! ¡Oh, seno glorioso de Ana, en el que poco a poco fue creciendo y desarrollándose una niña completamente pura! Hoy emprende su ruta la que es puerta divina de la virginidad. De Ella y por medio de Ella, Dios se hace presente en el mundo corporalmente, de Ella salió el Sol de Justicia, Cristo, nuestro Dios”.

 

Con Ella, la salvación es inminente

San Juan Pablo II, en su visita pastoral al pueblo de Frascati, Italia, dijo en la homilía: “Esta festividad mariana es toda ella una invitación a la alegría, porque con el nacimiento de María santísima Dios da al mundo la garantía concreta de que la salvación es ya inminente: la humanidad que, desde milenios, en forma más o menos consciente, había esperado algo o alguien que la pudiese liberar del dolor, del mal, de la angustia, de la desesperación, y que dentro del pueblo elegido había encontrado, especialmente en los profetas, a los portavoces de la Palabra de Dios, confortante y consoladora, podía mirar finalmente, conmovida y emocionada, a María ‘Niña’, que era el punto de convergencia y de llegada de un conjunto de promesas divinas que resonaban misteriosamente en el corazón mismo de la historia” (cfr. Lc 1, 46-55).

Esta niña, todavía pequeña y frágil, es la “Mujer” del primer anuncio de la redención futura, contrapuesta por Dios a la serpiente tentadora: “Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer y entre tu linaje y el suyo; éste te aplastará la cabeza, y tú le morderás a él el calcañal” (Gn 3, 15). Esta niña es la “Virgen” que “concebirá y dará a luz un hijo; le pondrá por nombre Emmanuel, que quiere decir ‘Dios con nosotros’” (cfr. Is 7, 14; Mt 1, 23).

 

María, modelo de fe

María nos enseña, ante todo, a conservar intacta la fe en Dios, esa fe que se nos dio en el Bautismo y que debe crecer y madurar continuamente en nosotros durante las diversas etapas de nuestra vida cristiana.

Debemos meditar continuamente en nuestro corazón sobre “los temas de la fe”, es decir, debemos estar abiertos y disponibles a la Palabra de Dios, para conseguir que nuestra vida cotidiana —a niveles personal, familiar y profesional— esté siempre en perfecta sintonía y en armoniosa coherencia con el mensaje de Jesús, con la enseñanza de la Iglesia, con los ejemplos de los santos. Además, la Natividad de la Virgen nos recuerda que Dios nos ha elegido para una labor concreta desde toda la eternidad. Todos tenemos una vocación, una misión muy en particular; es necesario descubrirla o redescubrirla, para vivirla fielmente hasta sus últimas consecuencias. Para ello, es indispensable fortalecer la vida interior; por medio de la oración, de la vivencia de los sacramentos y de la práctica de las obras de misericordia.

Catequistas, la fiesta de la Natividad es un momento idóneo para revisar si estamos poniendo los medios necesarios para vivir con autenticidad y generosidad el llamado que Dios nos ha hecho al ministerio de la catequesis; si en la práctica de nuestra misión, hacemos de verdad la voluntad de Dios.

 

María Adela Suárez de Luna

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Comentarios a la autora: (ade.suarez@hotmail.com)

 

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