Óscar Arnulfo Romero Galdámez nació en Ciudad Barrios, Departamento de San Miguel en El Salvador, el 15 de agosto de 1917; en el seno de una familia humilde y modesta.
Ingresó muy joven en el Seminario Menor de San Miguel, capital del departamento homónimo. En 1937 estudió en el Colegio Pío Latino Americano de Roma, donde se formó con jesuitas, aunque no llegó a licenciarse en Teología; se ordenó sacerdote el 4 de abril de 1942 a la edad de 25 años.
Incansable atendiendo pobres y niños
El año siguiente, una vez vuelto a El Salvador, fue nombrado párroco del pequeño lugar de Anamorós (Departamento de La Unión) y luego párroco de la iglesia de Santo Domingo y encargado de la iglesia de San Francisco, de la Diócesis de San Miguel. Solía dedicarse a atender a pobres y niños huérfanos.
En 1967 fue nombrado secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador (CEDES), estableciendo su despacho en el Seminario de San José de la Montaña que, dirigido por jesuitas, era sede de la CEDES. Tres años después, el Papa Pablo VI lo ordenó Obispo Auxiliar de El Salvador.
De gran dedicación pastoral, promovió asociaciones y movimientos espirituales; predicaba todos los domingos en la catedral y visitaba a los campesinos más pobres.
Protector de la dignidad del ser humano
Para 1975, el asesinato de varios campesinos (que regresaban de un acto religioso) por la Guardia Nacional le hizo atender por primera vez la grave situación política del país. En medio de la violencia que atravesaba El Salvador, monseñor Romero fue designado Arzobispo de San Salvador el 8 de febrero de 1977. A raíz de las expulsiones y asesinatos de sacerdotes y laicos, especialmente de su gran amigo, Padre Rutilio Grande, monseñor Romero se convenció de la inocuidad del gobierno militar y solicitó al presidente salvadoreño una investigación, excomulgó a los culpables, celebró una Eucaristía única el 20 de marzo de ese mismo año.
En sus homilías dominicales en la catedral y en sus frecuentes visitas a distintas poblaciones, monseñor Romero condenó repetidamente los violentos atropellos a la Iglesia y a la sociedad salvadoreña. Se convirtió en un implacable protector de la dignidad de los seres humanos, especialmente de los más desposeídos, y esto lo llevaba a emprender una actitud de denuncia contra la violencia y marcadamente a enfrentar cara a cara a los regímenes del mal. Desde el púlpito iluminaba, a la luz del Evangelio, los acontecimientos del país y ofrecía rayos de esperanza para cambiar esa estructura de terror.
“En nombre de Dios: cese la represión”
En enero de 1980 hizo otra visita más a Roma (la última había sido en mayo de 1979), ahora recibido por Juan Pablo II, quien lo animó a continuar con su labor pacificadora. Él sabía el inminente peligro que acechaba contra su vida, y en muchas ocasiones hizo referencia a ello, consciente del temor humano, pero más consciente del temor a Dios, a no obedecer la voz que suplicaba interceder por aquellos que no tenían nada más que su fe en Dios: los pobres.
Finalmente, el 23 de marzo, Domingo de Ramos, monseñor Romero pronunció en la catedral una valiente homilía dirigida al ejército y la policía: “Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles… Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: ‘No matar’. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: cese la represión”.
Monseñor Romero, mártir de la Iglesia
Al día siguiente, hacia las seis y media de la tarde, durante la celebración de una Eucaristía en la capilla del Hospital de la Divina Providencia, durante la consagración, fue asesinado en el altar por un francotirador.
La beatificación del Arzobispo Romero se realizará el 23 de mayo de 2015 en San Salvador, según dio a conocer monseñor Vincenzo Paglia, postulador de la Causa. El Cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, presidirá la celebración.
El Santo Padre reconoció a monseñor Romero como un “Mártir de la Iglesia Católica”, con lo cual aprobó la beatificación sin tener que probarse que, por su intercesión, se realizó algún milagro.
Jesús Rodríguez
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