Migración

¿En busca de “la tierra prometida”?

 

El pasado 18 de diciembre se celebró el Día Internacional del Migrante, proclamado como tal  desde el año 2000 por la Asamblea General de las Naciones Unidas ante el crecimiento de los flujos migratorios en el mundo, con el propósito de poner mayor atención y difundir información sobre los derechos humanos y libertades fundamentales de los migrantes. El día ya pasó, pero este complejo y dramático problema es vigente, constante y creciente.

 

No es nuevo

El fenómeno de la migración o emigración no es algo nuevo, pues ya desde antiguo era una práctica de muchas personas y, en ocasiones, de pueblos enteros, como lo narra la Biblia en esa experiencia migratoria en los orígenes de Israel.

Ya  desde Adán y Eva quedará marcada dicha experiencia al ser expulsados del jardín del Edén (Gn 3,23); después Caín sufrirá una suerte similar (Gn 4,11-12.16).

Abrahán, nuestro padre de la fe, ante la orden y las promesas que Dios le hizo, dejará a su país, a su raza y aún a su familia para ir a tierras desconocidas (Gn 12,1-11), siempre como un perpetuo emigrante hasta que compra un lugar para sepultar a su esposa Sara, donde dirá a los hititas: “Yo no soy más que un forastero en medio de ustedes. Denme una tierra en medio de ustedes, para que sea mía y pueda enterrar a mi difunta” (Gn 23,4.17-18); en ese sitio será sepultado él también al morir (Gn 25,9). Sin embargo, el pueblo de Israel nunca olvidó que Abrahán siempre fue un extranjero migrante.

La experiencia en el desierto del pueblo hebreo es otro acontecimiento que señala la vocación  nómada de los israelitas al dejar el país de Egipto que en un principio los acogió, pero después los esclavizó, como lo relata el libro del Éxodo.

Seguramente no todos dejaron Egipto, como tampoco todos abandonaron Babilonia al concluir el tiempo difícil del destierro y retornaron a su tierra; quizá muchas familias judías decidieron quedarse en la que consideraban su nueva patria.

Amar y respetar al migrante

El texto “No opriman a los extranjeros, pues ustedes saben lo que es ser extranjero. Lo fueron ustedes en la tierra de Egipto” (Ex 23,9) es indudablemente una motivación para amar y respetar al migrante, para hacernos ver el comportamiento generoso de Dios con ese pueblo oprimido y para impulsarnos a hacer lo mismo.

El que emigra lo hace por diversas razones, la principal es la búsqueda de un futuro promisorio, de mejorar sus condiciones de vida socio-económicas (y emocional) porque en su lugar de origen no se le han dado esas condiciones. Aquí plasmo particularmente lo que sucede con aquellos que buscan una vida mejor en el país vecino del norte (porque también los hay quienes viniendo de otros lugares buscan eso en el nuestro).

El migrante sueña con poder regresar algún día para poder disfrutar una nueva vida en compañía de los suyos, un sueño válido; pero ese trayecto imaginario de ida y vuelta no siempre se realiza. Cuántos proyectos, anónimos unos y otros cercanos, perecen en su intento por alcanzar “la tierra prometida”.

 

Solidaridad con el que sufre

Otros ponen al descubierto que este ir venir puede convertirse en un triste, doloroso y decepcionante peregrinar. Quienes vivimos en Tepic constatamos esta aseveración.
Cada vez es mayor el número de las personas que pasan por este lugar en busca del sueño americano, de algo que las libere de la vida de pobreza y opresión que han tenido, en su mayoría, hermanos que vienen desde Centroamérica. Rostros que reflejan el cansancio, la necesidad, incluso el abuso de que han sido objeto por parte de algunos. Ojos que expresan la desilusión porque, los que no sufrimos lo que ellos, nos mostramos indiferentes ante esa palpable indigencia. Seres humanos, como nosotros, que mendigan el “pesito” para poder comer algo, para continuar en ese trayecto hacia lo que ellos esperan, sea un futuro mejor.

Pero no todo está perdido en cuanto a nuestra actuación para estos hermanos nuestros, también me he dado cuenta de la generosidad de algunos para con ellos, tal es el caso de un amigo que junto con su familia, antes de sentarse a disfrutar su cena de Navidad, va a las vías del tren a llevarles una cena a los migrantes que ahí estén.

Como seguidores de nuestro Señor Jesucristo continuemos “acogiendo al extranjero” tal como Él nos enseñó“En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí” (Mt 25,40).

 

Héctor García, Escuela de Animación Bíblica, CMST

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Comentarios al autor: (hec_mex@hotmail.com)

 

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