Mensaje al Pueblo de México

Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús:
«Que todos sean uno» (Jn 17,21) (Mensaje “Urbi et Orbi” 27 – III – 2020).



24 de abril del 2020.
Prot.Nº42/20


La Paz esté con Ustedes.

A todos los fieles y personas de buena voluntad que viven en México:

Los obispos de México, así como las millones de personas en todo el mundo, nos hemos “quedado en casa” ante esta contingencia del coronavirus; orando, celebrando la fe, al pendiente de nuestro pueblo, atentos a los acontecimientos y acompañando a nuestra gente, buscando soluciones ante esta emergencia y sobre todo organizando la caridad, ya que en estos días debía haberse llevado a cabo nuestra 109ª Asamblea Plenaria de la Conferencia del Episcopado Mexicano, la cual hemos suspendido por la situación presente.

Esta pandemia, “al igual que a los discípulos del Evangelio (Mc 4, 35ss) nos sorprendió como una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos y ayudarnos mutuamente” (“Urbi et Orbi”, Ibid). Haciendo nuestras las palabras del Santo Padre, queremos proclamar que la esperanza en Jesús Resucitado es nuestra certeza y nuestro camino, recordando que, a lo largo de esa historia nuestro pueblo ha sabido sobreponerse a momentos difíciles de donde ha salido fortalecido (Cfr. PGP 168).

Estamos experimentando la fragilidad de las instituciones y en particular del sistema sanitario y financiero. Nosotros mismos como Iglesia: obispos, presbíteros, diáconos, laicos y consagrados, experimentamos la debilidad de la condición humana, la amenaza del contagio, la pérdida de todas nuestras seguridades.

Reconocemos, valoramos y agradecemos la labor realizada por el personal sanitario que expone su vida y la de su familia a diario, así como la de los encargados de reponer los productos en los mercados, de los limpiadores, de los transportistas, de las fuerzas de seguridad, pero también de los hermanos sacerdotes, hermanas religiosas y laicos que en medio de la pandemia han continuado con las obras de solidaridad a los más necesitados, vulnerables y desprotegidos, de personas que buscan con creatividad y coraje que las fuentes de empleo no se cierren, de los que en esta situación se esfuerzan por ser consuelo y fortaleza para los que sufren.

Hoy tenemos la oportunidad de fortalecer la creatividad bajo la acción del Espíritu que nos conduzca a edificar una Iglesia, comunidad viva, promoviendo el Reino del Padre en la verdad, la justicia y la paz. Y también llamados a manifestar la eficacia de nuestra evangelización en la unidad y en las obras de CARIDAD, pues el hombre es el centro de la creación y el principal destinatario de la evangelización

Ante esta urgencia sanitaria, los obispos de México sentimos la obligación moral delante de Dios y del pueblo que se nos ha confiado, de levantar la voz en nombre de los que sufren los estragos de esta pandemia, por lo que exhortamos y pedimos a todos los mexicanos, incluido el gobierno federal, los gobiernos estatales y municipales, a olvidarnos de intereses personales partidistas, ideológicos, políticos y religiosos para unirnos en la preservación de la vida de todo ser humano que se encuentre en el territorio de México.

La atención sanitaria y la alimentación son prioridad en estos momentos, como el trabajo honesto lo es y lo será también al terminar la pandemia. Invitamos a quienes tienen el poder de decidir sobre los grandes proyectos y obras nacionales a considerar la oportunidad de destinar esos recursos, durante los meses en que muchos mexicanos no tienen trabajo, para mitigar las carencias de alimentos en muchos hogares de nuestra nación mexicana. Salud, alimentos y trabajo son exigencias ineludibles en esta emergencia sanitaria de COVID-19. Nos parece que el gobierno federal, estatal y municipal, junto con los empresarios mexicanos, tienen la oportunidad de liderar, con todos los recursos humanos y materiales, esta nación tan plural que ahora requiere y exige unidad. También los obispos y católicos mexicanos queremos participar y superar unidos este flagelo.

La vida es la más hermosa experiencia de la que es capaz el hombre. Estamos llamados a una vida plena de realizaciones en el presente y en el futuro. Necesitamos redescubrir la belleza de nuestra humanidad. El hombre está al centro de la creación. Sin embargo, el mundo ya no será el mismo. Dios nos llama a recrear un mundo nuevo en todo sentido. Estamos llamados a edificar nuestras vidas y la sociedad en el amor (1 Pedro 2,5), en la responsabilidad y la solidaridad. El mayor desafío es rehacer el tejido social resaltando los valores humanos dando primacía a la vida. Con esperanza levantamos la voz en favor de la belleza de la vida y la dignidad humana.

Hoy, Jesús Resucitado sale a nuestro encuentro para decirnos: «la paz esté con ustedes» (Lc 24,35), devolviéndonos la certeza de que, aunque caminemos por cañadas oscuras (Cfr. Sal 23, 49), Él es el Buen Pastor que nos cuida, «su vara y su cayado nos dan seguridad» (Sal 23,4). Las palabras: «No temas rebañito mío…» (Lc 12,32), son palabras de aliento, confianza y seguridad de parte de Jesús.


Este tiempo es una gran oportunidad para anunciar y vivir el Evangelio de la Vida, cuidando y valorando la nuestra, cuidando la de todos porque “esta sociedad que tendría que ofrecer a todos los ciudadanos las condiciones necesarias para vivir con dignidad, está dañada y es necesario que todos como miembros de ella tomemos conciencia de esta realidad y nos hagamos responsables para que pueda cumplir con su cometido de ser un espacio de vida digna para todos sus miembros” (PGP 57).


Recordemos que la vida es sagrada y pertenece a Dios, por lo tanto, es inviolable y no se puede disponer de ella (cfr. Instr. Donum vitae, 5). La vida debe ser acogida, tutelada, respetada y servida desde que surge hasta que termina. El Señor de la Vida nos pide honrar la dignidad de toda persona, preocuparnos por la suerte de los demás porque la persona humana está más allá de cualquier Institución y sobre cualquier cosa. En nuestro corazón están especialmente los ancianos, los enfermos, los niños, los indígenas, los migrantes, los que no tienen hogar, los encarcelados, los abandonados, los desempleados y los privados de nacer.

Estamos llamados a vivir la unidad en estos tiempos de dolorosas pruebas y Jesús Resucitado nos congrega en «un solo rebaño» y sigue orando al Padre: «que todos sean uno» (Jn 17,21). Ante la tentación del egoísmo, de la fragmentación y de la autosuficiencia, todos estamos llamados a trabajar por la unidad, superando las diferencias que nos lastiman y entristecen (Cfr. PGP 161). Es tiempo de orar unidos, de cuidarnos con amor y de solidarizarnos con todos, para salir adelante juntos. Nos necesitamos unos a otros.

Con corazón de pastores, invitamos a todos a mirarnos como la gran familia humana que somos, “dando gracias a Dios por esta nación mexicana a la que amamos y pertenecemos orgullosamente, valorando las grandes cualidades que poseemos como pueblo” (PGP 168). Exhortamos a todas las personas y a todas las instituciones sociales a unir fuerzas y sobreponernos juntos a esta grave crisis, ofreciendo especial cuidado a las personas más vulnerables al contagio.

Como obispos estamos llamados a ser “signo de unidad”, salvaguardar la vida y la belleza de la dignidad humana en medio de nuestras comunidades que sufren por esta Pandemia. Nos comprometemos a buscar articular los esfuerzos por el bien de todos los seres humanos, refrendando el compromiso de seguir construyendo una “casita sagrada”, como nos lo ha pedido la Virgen de Guadalupe, porque representa un elemento común de identidad de este pueblo, un signo de unidad, un espíritu de familiaridad (Cfr. PGP 154).

Le pedimos a Santa María de Guadalupe nuestra Madre que interceda ante su Hijo Resucitado por el eterno descanso de los que han muerto, consuele a los que los lloran, dé paz a los moribundos, sea caricia maternal que conforta a los enfermos, sea compañía y fortaleza de los profesionales de la salud, dé sabiduría a nuestros gobernantes, y para todos nosotros sea presencia y ternura en cuyos brazos maternos todos encontremos seguridad y valentía para llegar a todos con esperanza y amor.
 

✠  Los Obispos de México.

 

FUENTE: CEM.ORG.MX
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