Matrimonio único y definitivo

Para reflexionar

Editorial

 

En la edición del mes pasado de La Senda tratábamos en este espacio la noticia de que la Suprema Corte de Justicia de la Nación había declarado inconstitucional la ley (en las entidades federativas) que considere el matrimonio como la unión entre una mujer y un hombre y cuya finalidad sea la procreación, en aras de contribuir al estatus que merece esta figura en la sociedad y en la vida de los cristianos. Es una verdad también que en muchas sociedades el divorcio se ha ido multiplicando en los últimos tiempos, situación que aprovechan los opositores al matrimonio para declarar que hoy la unión matrimonial ya no es necesaria para la vida, e incluso llegan a decir, en un arranque inusitado y falto de toda proporción, que el matrimonio “ha pasado de moda”. Como si de la moda dependieran las riendas del devenir espiritual y salvífico de las personas.

Esta trivialización que está ocasionando la escalada de divorcios sobre la figura del matrimonio, hace que a este ya no lo consideren la mayoría de las personas –e incluso de los creyentes– como “único y definitivo”, ese carácter sacramental que le es inherente. Con ello se olvida que el compromiso jurídico en el matrimonio crea un ente de derecho del que es garante la sociedad entera para el bien común. Porque en el matrimonio se sostiene ese enorme entramado social, porque, se ha dicho con verdad y en numerosas ocasiones, el matrimonio, el hogar fundado en la unión matrimonial de una mujer y un hombre, constituye la célula básica de la sociedad toda.

Aun cuando esa corriente de los divorcios –como si se tratara de una epidemia– se engrosa y trata de minar la fuerza de la unión matrimonial, persisten todavía numerosas personas que consideran el matrimonio como una “cosa seria”. André Vingt-Trois, quien fuera Arzobispo de Tours y miembro del Consejo de Presidencia del Pontificio Consejo para la Familia, reflexiona al respecto: “El matrimonio sí se toma en serio, y ese espíritu es el que tiene la mayoría de los novios que desean casarse según el rito de la Iglesia Católica”. Los permanentes cambios en los ámbitos cultural y social propician que la exigencia cristiana de un matrimonio único y para siempre sean puestos en entredicho, porque la vorágine que embarga a las sociedades privilegia la cultura del no compromiso, de lo desechable: “hoy lo quiero, mañana no; hoy me gusta, mañana no; hoy me caso, mañana me divorcio”. Estas posturas aparecen cinceladas en las ideología imperantes.

El número de matrimonios, sin embargo, continúa siendo elevado, lo que denota la inclinación de hombres y mujeres por unir sus vidas entre sí para la procreación de los hijos y el reforzamiento de un vínculo que tiene un origen y un orden superior. “La esperanza de una bendición divina sobre el amor de los esposos. Esta esperanza está relacionada con el sentimiento de trascendencia…”, abunda Vingt-Trois. La relación amorosa entre un hombre y una mujer se cimenta también en expectativas de vida, de permanencia y trascendencia. “El matrimonio sacramental –continúa el ex Arzobispo de Tours– se apoya en unas condiciones humanas que son su fundamento, de manera que se trata de un matrimonio libre, único, definitivo y ordenado a la educación de los hijos”.

Por todo ello, y por apego a la revelación cristiana que esclarece y profundiza estas exigencias estructurales de la unión matrimonial, y a contracorriente de lo dispuesto por la Suprema Corte de Justicia, el código civil de las entidades tendría que significar que el matrimonio está reservado para las parejas formadas por una mujer y un hombre, lo que, por otra parte, ya dictaba el sentido común.

 

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