En nuestros días, desafortunadamente, el matrimonio parece que se ha convertido más que en una alianza, en un contrato que podemos romper en cualquier momento, sin importar a qué o a quiénes afectamos con esa decisión.
Alianza indisoluble, en esta época, les puede sonar a algunos como algo anticuado, obsoleto, incluso retrógrada, pues la cultura imperante es la de lo desechable, que se ha apoderado de nuestro mundo moderno. Las tendencias de algunos medios de comunicación y de buena parte de la sociedad nos quieren hacer creer que en el matrimonio debe suceder lo mismo: si no nos gustó, si no nos sentimos bien, si no era lo que esperábamos, entonces podemos deshacernos de eso, que tal vez sintamos que sea atadura, que nos encadena y no nos permite “disfrutar” la vida. Tal vez debido a esto numerosas parejas optan por no casarse, o sólo hacerlo por el matrimonio civil.
Matrimonio civil
El matrimonio civil sí lo podemos considerar un contrato en el que predominan ciertos acuerdos entre las partes sobre el intercambio de bienes y servicios, y se establecen los derechos y obligaciones que corresponden a cada uno, cuyo fin es tener una seguridad legal. Todo esto hace fácil optar por romper dicho contrato cuando las cosas ya no van tan bien como al principio en que la relación marchaba sobre ruedas, por decirlo de algún modo.
Al darse la ruptura se da el divorcio, un mal que aqueja a la sociedad como una epidemia que cada vez va creciendo y afectando a las familias, y a la sociedad misma. Para beneplácito de muchos, divorciarse lo pueden hacer cuando quieran y las veces que quieran. Solución fácil y práctica para los difíciles problemas conyugales, además cada día más barato y a la mano, como lo vemos en muchos medios en los que se anuncian personas que ofrecen “divorcios rápidos”, sin molestias, sin tantos trámites engorrosos, etcétera; personas que más que buscar verdaderas soluciones sólo van haciendo crecer los problemas, gente que busca lucrar con los conflictos y con los sentimientos ajenos, diciendo que el divorcio es un mal necesario sin importar las repercusiones que todo esto acarrea, no sólo para los hijos cuando ya los hay, sino para los mismos cónyuges.
Matrimonio religioso
Casarse por la Iglesia es algo muy diferente, aunque hay a quien le da lo mismo, pues se casan sólo por lo vistoso de la ceremonia, por la tradición, por lucir bien ante los demás, porque la familia lo pide, en fin, por hacer un evento social de algo que en esencia no lo es.
El matrimonio católico es más serio y más profundo que un simple contrato, constituye una verdadera alianza llena de riqueza, sagrada, porque Dios está presente en medio de ella, Jesús lo instituyó como Sacramento, es donarse uno al otro, entrega total, compartir con la persona amada toda la gama de experiencias que día a día se van presentando en el trajinar de nuestra vida, algunas buenas, otras no tanto, pero que sirven para edificar la relación; es hacerse uno solo (Cfr. Gn 2, 24) con aquella persona con la que decidimos vivir y convivir “hasta que la muerte nos separe”. El matrimonio es dar y recibir el amor en toda su expresión, como lo dicen las Sagradas Escrituras (1Co 13), donde se pone de manifiesto las características de lo que es el verdadero amor, don maravilloso que Dios nos da y que, a decir verdad, nos hace falta practicar con más frecuencia en todos los ámbitos donde nos movemos y, principalmente, en la vida de pareja, en el matrimonio, en la familia.
Lo que Dios unió que no lo separe el hombre
Por todo lo anterior nos damos cuenta por qué decimos que el matrimonio es una alianza indisoluble, si estamos convencidos de que es bueno para nosotros y reconocemos la riqueza de quien está dispuesto o dispuesta a compartir con nosotros sus ideales y temores. Es maravilloso vivir toda nuestra vida al lado de la persona de la cual nos enamoramos (cfr. Tb 8, 7). En la alianza matrimonial el hombre y la mujer deben aportar cada uno el cien por ciento de lo que se es y se tiene, y no el cincuenta y cincuenta como lo exige el contrato civil. Es decir, se trata de una donación total y en ella se vive con la plena certeza de que Dios se hace presente siempre en el amor de los esposos y nos hace partícipes de su amor y de su gracia.
Las dificultades no se van a acabar, pero si vivimos fortaleciendo cada día más nuestro matrimonio, edificándolo sobre roca (cfr. Mt 7, 24), no habrá poder humano que pueda disolver o separar lo que Dios ha constituido como un hermoso Sacramento de servicio.
La revelación cristiana enseña que el amor humano es imagen del amor y la alianza que Dios establece con su pueblo. Hay que vivirlo en un clima de alianza de fidelidad total y definitiva. Del mismo modo en que Dios ama a la Iglesia, de una manera fiel y permanente, así se han de amar los esposos.
Héctor García
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