Como salida de un túnel oscuro, de pronto ha ocupado espacios amplios en los medios la noticia del intento de pasar la frontera entre México y Estados Unidos de miles de niños y adolescentes no acompañados por algún familiar adulto. A esa noticia se liga la del intento de las autoridades estadounidenses de enviarlos de regreso sin muchos trámites, la responsabilidad mayor o menor de los gobiernos de Centroamérica y de México, y lo peor: el rostro oculto de los traficantes de personas que negocian y obtienen inmensas ganancias a costa de ellos. Entre las voces que se han oído, la de la esposa del presidente de Honduras ha sido muy clara al hacer ver tanto la presencia de la inseguridad y la miseria en su país, como el drama del paso por el territorio mexicano: son en este maltratados y tomados como mercancía de compraventa.
El riesgo que se corre con la difusión de esta noticia, como tantas otras, es que pase el tiempo, el olvido sustituya a la sorpresa y después de un alud de palabras se dé vuelta a la hoja. Sin embargo, el Papa Francisco ha dado un paso adelante a fin de que no prevalezcan las políticas locales y la primacía de los intereses económicos. El Cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado y buen conocedor de México, tomó parte en el coloquio “México-Santa Sede. Migración internacional y desarrollo” el lunes 14 de julio. El envío del “segundo de a bordo” en el Vaticano, la presidencia común suya con el secretario mexicano de Relaciones Exteriores y la presencia activa de los cancilleres de El Salvador, Guatemala y Honduras, le dieron a la reunión un nivel peculiar.
El mensaje papal calificó al fenómeno migratorio no ya como una “emergencia”, sino como un componente del mundo actual: “Se trata de uno de los signos de estos tiempos que vivimos… se ha convertido en un elemento característico y en un desafío a nuestras sociedades… Muchas personas obligadas a emigrar sufren y a menudo mueren trágicamente; muchos de sus derechos son violados, son obligados a separarse de sus familias y lamentablemente continúan siendo objeto de actitudes racistas y xenófobas…” Invitó a crear y fortalecer una “cultura del encuentro”, “la única capaz de construir un mundo más justo y más fraterno”.
Parolin, después de valorar la iniciativa y destacar la posición de México en materia de preocupación por los derechos humanos, expresó: “La gran aportación del cristianismo a la humanidad, que luego, con el madurar de los tiempos, será recogida por la Ilustración como categoría política es la fraternidad universal. La razón iluminada por la fe descubre con gozo que en la gran familia humana todos somos hijos de un mismo Padre… Todo ser humano, por el mismo hecho de ser persona, posee una dignidad tal que merece ser tratada con el máximo respeto”.
El cardenal se detuvo en los detalles, conocidos tantas veces pero poco sentidos: “Intentando llegar a una tierra de promisión… miles de personas deben pasar hambre, humillaciones, vejaciones en su dignidad, a veces hasta torturas y algunos morirán solos entre la indiferencia de muchos”. Y fue a la búsqueda de los equívocos de nuestros tiempos: “En nuestro mundo globalizado, el progreso no se logra únicamente con un mayor flujo de capitales, mercancía e información. Un incremento del intercambio comercial y financiero entre las naciones no conlleva una mejora en los niveles de vida ni genera más riqueza… Aquellas sociedades en las que los emigrantes legales no son acogidos abiertamente, sino que son tratados con prejuicios, como sujetos peligrosos o dañinos, demuestran ser muy débiles y poco preparadas para los retos de los decenios venideros. Por el contrario, aquellos países que saben ver a los recién llegados como elementos generadores de riqueza ante todo humana y cultural… dan un mensaje inequívoco a la entera comunidad internacional de solidez y garantía que, en sí, generan aún un mayor progreso”. No pude dejar de pensar en el agradecimiento del Papa Francisco al reino de Jordania por esta actitud durante su presencia en Amman.
Elementos de reflexión y de decisión aportó la reunión a la que nos hemos referido. Sus mesas redondas sobre la dignidad humana y los medios para proteger los derechos de los débiles fueron iluminadoras. Vale la pena asimilar sus elementos conclusivos: “Reconocemos el gran aporte que la migración ha realizado en la historia de las naciones y que continuará si colaboramos para crear las condiciones idóneas para ello. Reconocemos también que la movilidad es una dimensión constitutiva del mundo global que exige un enfoque de corresponsabilidad, en especial regional, en el que todas las partes debemos buscar estrategias innovadoras para alcanzar la más plena inclusión social y humana”.
Más allá de nuestros oídos y nuestros olvidos han de quedar estas frases dinámicas. El Cardenal Parolin hizo hincapié en el papel de quienes pertenecemos a la Iglesia, que ha de volcarse a hacer el bien: “La Iglesia siempre ha sido y será una leal colaboradora… Por definición es católica, es decir, universal, trasnacional. Su mensaje no se agota en la vida privada de los fieles sino que, buscando su conversión, se expande y alcanza los caminos de la cultura y de la justicia social, puesto que no es posible definirse cristiano y vivir de espaldas a la justicia y a la fraternidad”.
En el horizonte de nuestra oración, nuestra palabra y acción ha de estar esta preocupación que apunta al futuro de la humanidad misma.
Pbro. Dr. Manuel Olimón Nolasco
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