Los narcocorridos: Música que retrata la violencia

El corrido, “en sus orígenes, fue la expresión, sin afeites ni preciosismos, de la sensibilidad popular”, escribe Yolanda Moreno Rivas en el libro “Historia de la música popular mexicana”. En la tradición musical de México el corrido ocupa un lugar preponderante, por su carácter emotivo y por las historias que hace cercanas al pueblo. Sin embargo, según Vicente T. Mendoza, en su obra “El corrido mexicano”, el corrido “es no sólo el descendiente directo del romance español, sino aquel mismo romance trasplantado y florecido en nuestro siglo”.

Los primeros pasos del corrido
Como quizá en ningún otro género musical, en el corrido están contenidas las señas de nuestra identidad. Y es que en su más pura esencia, este tipo de canción tiene por objetivo ensalzar o magnificar algún hecho, o personaje, que sobresalga del común, que goce de popularidad en cierto contexto y una determinada posición geográfica. “Batallas, levantamientos armados, ascensiones en globo, asesinatos, todo acontecimiento aparecía oportunamente reseñado” en los corridos –escribe Yolanda Moreno–, que se convirtieron en un vehículo de difusión de noticias desde principios del siglo XIX; empero, Ignacio Manuel Altamirano, en su “Romancero nacional”, dice que ya se cantaban corridos antes de 1810.

El narcocorrido entra a escena
Del corrido de antaño, apunta Noemie Massard, que se centraba en hechos y personajes revolucionarios, el narcocorrido (subgénero del corrido, al que se le antepuso la palabra “narco”) es hoy uno de los principales elementos de la narcocultura en la vida contemporánea mexicana, que relata las hazañas de los capos a ritmo de polka, en cuya ejecución el acordeón juega un papel importantísimo.

Juan Carlos Ramírez-Pimienta, estudioso de las narcocanciones e investigador residente de la Universidad Estatal de San Diego, resalta que el primer narcocorrido del que se tiene conocimiento data de los primeros años de la década de los años treinta del siglo pasado. En éste ya se hacía mención de narcóticos y narcotraficantes; aunque Massard apunta que no se popularizaron sino hasta la década de los años noventa. A partir de allí, este subgénero musical de gran arraigo y popularidad, ha ido evolucionando hasta como lo conocemos hoy. El narcocorrido actual conserva algunos atributos del corrido original, pero su más honda variación, dejando a un lado los cambios en la estructura y versificación, responde a la pretensión de dar a conocer y ponderar la vida de los narcotraficantes, desde su forma de ser y vestir, de manejar sus negocios y a sus subalternos, de sus fastuosas y apantallantes posesiones, hasta el nulo miedo a ser atrapados y encarcelados o a la muerte misma.

Escaparate de capos
Las actividades del narcotráfico, tan oscuras como misteriosas, encontraron en el narcocorrido una vía para extender su influencia de poder: se da cuenta del jefe o capo como un mandamás todopoderoso, casi invencible, que vive rodeado de lujos y lleva una vida tremendamente disipada. Ahí se consignan los actos cotidianos y obstáculos que tuvo que sortear para llegar al lugar en el que está: acciones todas ilícitas que muchas veces incluyen actos de descarnada violencia, e incluso asesinatos. El capo es bien visto entre aquellos que pasan a formar parte de alguna organización criminal: éste encarna el ideal al que todos quieren acceder, su posición es la más envidiada, aunque, de algún modo, la más vilipendiada también.
El capo es perseguido por las autoridades policiales, es denunciado porque por su captura se ofrecen recompensas, es adorado y vitoreado en lugares donde el progreso ha llegado de su mano, y es protegido por aquellos que están a su servicio y que se enrolan en este tipo de trabajo por su estado de pobreza o por sus ansias de hacer dinero rápido y fácil, y en cuya actividad encuentran un bálsamo a sus penurias o la desgracia total, como la muerte.

Signo de rebeldía al sistema
Algunos sociólogos e investigadores del tema no dudan en afirmar que los narcocorridos constituyen un signo de rebeldía ante un sistema –político, económico y social– que se empeña en cerrar las vías de progreso a los que menos tienen. En este sentido, el narcocorrido podría considerarse el emblema en las periferias y lugares apartados de las ciudades mexicanas, principalmente en el Norte y los Estados que se extienden en la franja del Pacífico mexicano, constituyendo verdaderos bunkers donde la organización de las comunidades obedece al desarrollo de actividades ilícitas, de contrabando y narcotráfico, y a su protección los unos con los otros de los cuerpos policiales y la milicia.
El narcocorrido, sin embargo, como un agente de incidencia social de grandes alcances, hoy ha logrado permear todos los niveles económicos y sociales, dando forma a un fenómeno que va más allá de lo meramente musical, que repercute en demasía en la organización de la sociedad, en las reglas económicas y que impide la concreción de un Estado de derecho y paz para todos.

Espejo de una sociedad en descomposición
Si se pone un poco de atención a las letras de algunos de los narcocorridos más escuchados en la actualidad (como el que aparece reseñado al principio de este texto) es posible vislumbrar las preferencias de una sociedad en descomposición, que ha perdido de vista lo verdaderamente útil e imperecedero.
Se trata de un tipo de música que retrata la violencia, que la pondera a alturas insospechadas, que no hace el mínimo esfuerzo por disfrazarla, sino que, al contrario, constituye el móvil de todo su entramado y mensaje. La violencia, entonces, detona la inspiración de quienes los escriben y atrapa la atención y disposición de aquellos que más que escucharlos, los hacen parte de su lenguaje cotidiano.

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De héroes a héroes
El caso de Rafael Caro Quintero, al mediar la década de los años ochenta, fue el catalizador que inició el cambio epistemológico que precipitaría el corrido de narcóticos y narcotraficantes a su vertiente de narcocorrido “duro”. Esta evolución consiste en el desplazamiento del individuo protagonista de una aventura como centro del corrido, al medio ambiente festivo y celebratorio que rodea el tráfico de estupefacientes. Es decir, el corrido de narcotráfico se fue convirtiendo en narcocorrido en la medida en que la temática pasó de ser el narcotráfico, sus peligros y aventuras para convertirse en una canción que enfatiza la vida suntuosa y placentera del narcotraficante. El capital simbólico del héroe del corrido había sido tradicionalmente la valentía por sobre todas las demás virtudes. Ahora, el tener dinero y gastarlo a manos llenas es la nueva medida de heroicidad en una sociedad cada vez más empobrecida.
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Fuente de recuadro: Juan Carlos Ramírez-Pimienta, estudioso de las narcocanciones e investigador residente de la Universidad Estatal de San Diego

El narco en la literatura
Como si de un personaje protagonista de una novela se tratara, Laura Zúñiga, la ex miss Sinaloa, apareció de pronto ligada a las redes del narcotráfico. Fue detenida en Zapopan, Jalisco, en un operativo en el que fueron capturados algunos sicarios y operadores del grupo de Los Zetas. Laura Zúñiga pudiera ser un remedo de la Reina del Pacífico –Sandra Ávila Beltrán–, tan vivamente descrita en la novela “La Reina del Sur”, del novelista español Arturo Pérez-Reverte, una mujer que en su momento se convirtió en la principal operadora del Cártel del Golfo hasta su captura.

La literatura, como una manifestación de la cultura, no ha estado exenta del influjo del narcotráfico y sus temas, de sus alcances y diversificación. Y para muestra podríamos citar, tan sólo en Latinoamérica, las novelas “Balas de plata”, de Élmer Mendoza, “La virgen de los sicarios” de Fernando Vallejo, “La voluntad y la fortuna”, el más reciente libro de Carlos Fuentes y de Gabriel García Márquez, “Noticia de un secuestro”.

Jacinto Buendía

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