Los juegos de antes

A esta edad –entre los 9 y los 11 años–, lo que los niños quieren, primordialmente, es jugar, y qué mejor que estimularlos para que se recreen tanto física como emocionalmente

Hace algunos años lo más in era salir a la calle, reunirnos con los cuates del barrio por la tarde al finalizar las tareas escolares y comer como es debido, para jugar hasta que el sol se ocultara; mi padre decía que eso era chirotiar, y mi madre, andar de jacalero. Pero más allá de estas reprimendas livianas, divertirnos en la calle era la onda: las horas se iban jugando «choyita» –con canicas– y «choya» –con una pelota y bases–,«bote pateado», «escondidas», beisbol, e incluso «declaro la guerra», entre otros juegos hoy casi extintos.

Pero para nadie es desconocido que hoy vivimos en la era de la tecnología, en la que los aparatos, producto de este avanzado estado, han simplificado la vida en distintos órdenes; sobre todo se han enfocado en minimizar el esfuerzo físico para un sinfín de actividades. Baste citar –no negamos tampoco sus ventajas, que son muchas– la computadora, los cada vez más sofisticados aparatos electrodomésticos, tales como hornos de microondas con tiempos de cocción incluidos, lavadoras con sistemas de enjuague y secado, secadoras para pelo ultra veloces, refrigeradores que no hacen escarcha y mantienen en buen estado los alimentos por más tiempo; mención aparte merecen las consolas de video más pequeñas en cada generación y con más complicados y vistosos juegos –¿dónde quedó el tradicional Atari, o el novedoso Nintendo en su momento?–, entre otros instrumentos.

El juego de video cansa
Para el caso que nos ocupa, compararemos el juego de video con los juegos tradicionales. La frase «El juego de video cansa» obedece no al estado físico de los aficionados a este pasatiempo, pues se sabe que la mayoría no implican nada de esfuerzo, salvo poner en marcha el articulado pensamiento cerebral, actividad no desdeñable por cierto. En este sentido, cabe decir que algunos padres de familia alegan que esto es mucho mejor, porque las calles se han vuelto territorio de nadie, o del más fuerte, y que en casa, frente a una pantalla, están más seguros. ¿Será?

Volver al pasado
En un reciente estudio realizado en Cuenca, España, entre mil niños de 9 y 11 años –todos con obesidad–, es decir, que cursan 4º ó 5º de primaria, a quienes se les calendarizaron actividades físicas extraescolares por un año, basadas en juegos tradicionales, como «carrera de sacos», «zancos», «paracaídas», pelotas gigantes de colores –a las fácilmente que se podría añadir «los encantados», «la rueda de San Miguel», «los pilares de doña Blanca», «changais», «escondidas», «puente robado», «tú la traes», etcétera–, se demostró que el juego –que implica actividad física– reduce la obesidad o el riesgo de manifestarla, desarrolla la autoestima, incrementa el rendimiento académico y disminuye las limitaciones en la vida cotidiana, lo que redunda en una mejor calidad de vida.

Hay que tomar en cuenta, como lo hicieron quienes diseñaron este programa, que los niños a esta edad lo que quieren, primordialmente, es jugar, y qué mejor que estimularlos para que se recreen tanto física como emocionalmente, al practicar juegos en los que interactúan con otros pequeños, establecen relaciones de amistad, fortalecen su autoestima, desarrollan alguna habilidad y ponen a trabajar la mente cuando la actividad requiere respuestas rápidas o seguir un proceso, como, por ejemplo, en los juegos de «los listones» o «el teléfono descompuesto».

Resultados en concreto del «Estudio Cuenca»

  • Disminuyó la obesidad de 33.16 % a 27.08 %.
    • Se redujo el pliegue cutáneo tricipital (la zona del tríceps) de 17.41 % a 16.83 %.
    • Disminuyó el porcentaje de grasa corporal de 24.29 % a 22.99%.
    • Se redujo la APO B, una proteína relacionada con el colesterol malo.
    • Se incrementó la APO A, una proteína relacionada con el colesterol bueno.
    • Las pruebas respiratorias fueron favorables.
    • De los mil pequeños estudiados, las niñas obtuvieron mejores resultados que los niños.
    La meta es cambiar grasa por músculo, no en el sentido estético, sino en el funcional, es decir, tender hacia una mejor calidad de vida.

Fuente: El País, 10 de julio de 2007

 Juan Fernando Covarrubias Pérez

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