Cuando somos adolescentes o jóvenes entramos en esa etapa donde creemos tener la razón siempre, nos olvidamos de los demás, principalmente de los que más nos conocen, es decir, de los miembros de nuestra familia. Con nuestros padres la relación va de menos a más. Todos pasamos por la etapa en la que no faltaban las peleas con ellos; incomprensiones pleitos, o hasta groserías. El tiempo mejora todo y la relación padre-hijo es mucho mejor, y con los demás familiares. Sin embargo, en esta edición hablaremos de un familiar que quizá no nos hemos dado el tiempo suficiente para conocerlo, saber sus historias y, sobre todo, aprender de sus experiencias; estoy hablando de tu abuelito y tu abuelita.
¿Conocemos lo suficiente a nuestros abuelos?
Esos segundos padres que Dios nos regala son una gran oportunidad para sentir el amor de nuestro Padre Dios; quizá algunos muy amorosos, otros no tanto, pero siempre debemos de ser gratos, ya que gracias a ellos nuestros padres tienen vida y, por ende, nosotros también. Aquí cabría preguntarnos: ¿Pasamos suficiente tiempo conociendo a nuestros abuelos? ¿Qué tanto podemos aprender de ellos? ¿Los tiempos han cambiado tanto como para coincidir en algo? La verdad es que cada individuo es distinto, y no hay manera de comprobarlo, pero de lo que podemos estar verdaderamente seguros, es que siempre nos demostrarán su amor, de algún modo o de otro.
Para mi caso en particular, la comunicación con mis abuelos deja mucho que desear y claro que pienso mejorarla. Mis abuelos paternos afortunadamente viven cerca de mi casa, y en ocasiones los visito (no les miento, las visitas han ido de más a menos), pero es obvio que les guardo un amor grandísimo, y me agrada mucho platicar con ellos. Mi abuela materna infortunadamente falleció cuando yo tenía un año y medio de edad, así que no recuerdo mucho de ella, solamente lo que mi mamá me cuenta, que me decía “Flaco enchiloso” y que me quería mucho. Pero este artículo va dedicado a mi abuelo paterno, Santiago del Águila Rodríguez, una persona que demostraba su amor de muchas maneras, y que me hubiese encantado tratar más con él.
En una plática demuestran su amor
Cuando estaba chico, todos los viernes íbamos a casa de mi abuelo a pasar la tarde como familia; mi abuelo nos recibía a todos mis primos y a mí con un gran abrazo, comíamos juntos y después todos los pequeños tratábamos de ganarle la tele a mi abuelo para poder ver caricaturas. Nos regañaba si hacíamos algo mal, pero también sabía ser alegre, aficionado al futbol, no tenía predilección por ningún equipo en particular, pero no se perdía ningún partido por televisión y le encantaba hablar y dar opiniones acerca de lo que acontecía.
No era muy amoroso con sus hijas y sus nietos, pero bromeaba y platicaba y te hacía sentir bien, después de todo, su amor lo demostraba con una buena plática. Nunca entenderé porqué no le gustaba la cebolla. Mi infancia fue la mejor del mundo por él, en gran parte. Cuando llegué a mi juventud me alejé un poco, y Dios lo llamó a su Reino mucho antes de lo que toda mi familia hubiera deseado. Se fue a descansar con Dios a los 84 años, y estoy seguro que nos dejó marcados para bien a todos los miembros de mi familia. Nos dejó esas bromas durante la comida o en el café por las noches, esos comentarios del futbol, ese sentimiento de unión en mi familia; nos dejó muchísimo más de lo que pensamos, porque eso es lo que hace un abuelo.
Descanse en paz, Santiago
Por medio de sus experiencias o por sus acciones, un abuelo siempre nos dejará marcados para bien, siempre aprenderemos de él, y aunque se haya ido, en mi corazón siempre estará esa sonrisa de un viejo que tanto quiero. Si tienes aún a tus abuelitos, apapáchalos, quiérelos, disfrútalos, siéntate con ellos, créeme que tienen mucho más que contar de lo que te imaginas, y cosas muy emocionantes, después de todo, los años pasan y las experiencias aumentan.
Me hubiese encantado que mi abuelo Santiago del Águila Rodríguez leyera este artículo, perdón por nunca habérselo dicho, pero lo amo y le agradezco por los aprendizajes que me dio. Nos hará falta a todos, pero estoy seguro de que con sus consejos y acciones todos sus familiares seremos mucho mejores personas. Hasta siempre, abuelito “Chago”, gracias por todo, y espero verlo en el Cielo.
Jorge Arturo Arellano del Águila
———-
Comentarios al autor: (jorch1910@gmail.com)