Editorial
Atender las realidades temporales es un llamado al que el fiel laico católico debe responder con convicción, con todas sus fuerzas, con todo su ser, con todo su apego a los mandatos evangélicos dejados por Jesús a sus seguidores. Cuando Jesús señaló que quien quisiera seguirlo tomara su cruz y marchara con él, se refería a todo eso que se nos iba a ir presentando a cada uno durante la vida: persecución, penas, trabajos, encomiendas, mandatos, dolores, alegrías, evangelizar, tender la mano, dar voz a los que la han perdido en el camino, marchar hombro con hombro en demanda de justicia y abogar por el respeto a la dignidad de la persona humana. La presencia del fiel laico en el campo social (y en el familiar, por supuesto)se caracteriza, señala la Doctrina Social de la Iglesia, “por el servicio, signo y expresión de la caridad”.
Los diversos ámbitos que componen la vida social desde hace tiempo dan signos alarmantes de que requieren la pronta intervención del fiel laico: la siembra y el ejercicio de los valores morales y espirituales han de redundar en la creación de un paraíso en la tierra, que componga aquello que demanda su vuelta a la vida, su dignidad de servicio y a la convivencia y que anteceda el cumplimiento de la promesa hecha por Jesucristo en su paso terrenal. “Obedeciendo a las diversas exigencias de su ámbito particular de compromiso (vida familiar, cultural, laboral, económica, política: todas, universo de lo social), los fieles laicos expresan la verdad de su fe y, al mismo tiempo, la verdad de la Doctrina Social de la Iglesia, que encuentra su plena realización cuando se vive concretamente para solucionar los problemas sociales” (n. 551).
Sería ocioso tal vez enumerar las diversas situaciones que surgen por todo el territorio nacional, pero no el recordar que muchas de esas cuestiones pueden encontrar cauce de solución si, como lo hiciera Jesús con la Samaritana, mediando un gesto de amistad y solidaridad tendemos la mano y lo que somos a quienes, a nuestro lado o un poco más alejados, merecen nuestra atención y ayuda por un mero respeto a su dignidad de personas y por su inalienable cualidad de ser hijos de Dios. El tercer milenio de la era cristiana presenta un panorama que habrá de mejorar en la medida en que el testimonio de los cristianos tienda a reflejar las enseñanzas de Jesús, tienda a imitar, sobre todo, el desprendimiento y el amor hacia los semejantes como lo hiciera el mismo Cristo estando incluso ya en la cruz.Cuestiones urgentes a resolver hay muchas. Solo tengamos presente que lejos de Jesús, como las ramas del árbol, no somos nada, y nada podemos lograr.
Para ello, echemos mano de lo que sabemos, de nuestra formación y de lo que la Iglesia pone a nuestro alcance para ejercer la caridad, cualidad intrínseca del católico. La Gaudium et spes lo expresa claramente: “Todo lo que, extraído del tesoro doctrinal de la Iglesia, ha propuesto el Concilio Vaticano II, pretende ayudar a todos los hombres de nuestros días, a los que creen en Dios y a los que no creen en Él de forma explícita, a fin de que, con la más clara percepción de su entera vocación, ajusten mejor el mundo a la superior dignidad del hombre, tiendan a una fraternidad universal más profundamente arraigada y, bajo el impulso del amor, con esfuerzo generoso y unido, respondan a las urgentes exigencias” (n. 91) que nos competen.
El servicio a la persona humana es el primer renglón en el orden del compromiso social de los fieles laicos. Sin embargo, nos alerta la Doctrina Social, “la primera forma de llevar a cabo esta tarea consiste en el compromiso y en el esfuerzo por la propia renovación interior, porque la historia de la humanidad no está dirigida por un determinismo impersonal, sino por una constelación de sujetos, de cuyos aspectos libres depende el orden social” (n. 565). Renovémonos y pongamos atención a esas realidades temporales que, empeñosas y punzantes, nos interpelan con suprema urgencia a conocerlas, a discernirlas y a actuar en consecuencia.