Laicos, promotores de justicia y bien común

La misión de la Iglesia es anunciar la Palabra de Dios, y es precisamente ésta la tarea de los sacerdotes y religiosos, pero tambien de los laicos, sí de los laicos, puesto que por el bautismo adquieren la función sacerdotal, profética y regia de Cristo. Pero para llevarlo a cabo de mejor manera, es necesaria una adecuada formación, constante, es decir, que requiere un proceso de formación y de preparación que interiorice en los laicos el mensaje revelado, alentando una conciencia más viva, madura y responsable de la fe.

La Iglesia hoy, necesita laicos que puedan ser testigos misioneros en su propia comunidad y a sí mismo, que ayuden a otras. “No sólo por el natural dinamismo de profundización de su fe, sino también por la exigencia de ‘dar razón de la esperanza’ que hay en ellos, frente al mundo y sus graves y complejos problemas” (Christifideles Laici 60).

El Concilio Vaticano II, y documentos como Evangelii Nuntiandi de san Pablo VI y Christifideles Laici de san Juan Pablo II, muestran a los laicos con una participación más abierta y efectiva donde es necesaria su educación cristiana para asumir con firmeza el cumplimiento de su acción apostólica en la Iglesia.

Mientras haya más laicos preparados e impregnados del evangelio más amplio será la acción pastoral de la Iglesia, además de que habrá cristianos más aptos para mirar cara a cara los valores cristianos pero tambíen las carencias de la Iglesia, aquello que la hace estar estancada. Necesitamos laicos comprometidos en la busqueda de la justicia y la promoción del bien común.

La formación de laicos es una tarea de todos y de la que no podemos prescindir, es por ello que como diócesis debemos de buscar la mejor formación para ellos, empezando con motivarlos a dar el primer paso en su andar cristiano. Busquemos que el “celo evangelizador brote de una verdadera santidad de vida y que, como nos lo sugiere el Concilio Vaticano II, la predicación alimentada con la oración y sobre todo con el amor a la Eucaristía, redunde en mayor santidad del predicador” (Evangelii Nuntiandi 76).

 “Id también vosotros a mi viña” (Mt. 20,3-4).

 

Por: Diácono César Cabada

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