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La vida, bajo potestad divina - Diócesis de Tepic A.R.

La vida, bajo potestad divina

Editorial

No es nueva la pretensión del hombre de alargar la vida. De hecho, es tan vieja como la vida misma. Muchos se han devanado los sesos queriendo encontrar la “fórmula mágica” para dotar al ser humano de la posibilidad de vivir más años de los estipulados en el plan divino. La reciente entrega del Premio Nobel de Fisiología y Medicina 2009 a las investigadoras Elizabeth Blackburn y Carol W. Greider, además de Jack W. Szostak, da un ejemplo de este empecinamiento: el galardón les fue otorgado por sus investigaciones en torno a los telómeros y la enzima telomerasa, cuya función es proteger a las células del proceso de envejecimiento. Esta idea de alargue de la vida, teñida de un sinfín de corrientes y tendencias filosóficas e ideológicas, en el fondo pretende desterrar al hombre de la potestad divina. Nada más errado. El hombre, ya lo decía San Agustín, salió de Dios y a Él volverá.

El asunto es que en esta cuestión, que va más allá de las posibilidades meramente humanas, los científicos e investigadores se ponen prácticamente “a las patadas” con Dios. Él es quien detenta el poder supremo de crear vida, de darla y quitarla en el momento que crea conveniente. Dios es el Señor y dador de la vida: en su mano residen las leyes inescrutables de la existencia y de la vida futura.

Si cabe la posibilidad de alargar la vida un poco más merced a procedimientos quirúrgicos –todos cuestionables, por cierto–, justifican médicos e investigadores, fruto de avances científicos, experimentos y pruebas de cualquier índole, ¿qué más da? La vida es lo que más importa. De este modo tratan de legitimar esa arrogancia sobrehumana, y lo único que hacen es sobredimensionar la vida y todo lo que ella conlleva. Se les olvida que la vida se supedita al designio divino, se somete a las leyes y mandamientos que emanan de Dios. No hay que buscarle. Así funciona y no funcionará de otro modo.

La decisión de experimentar con la vida implica numerosos riesgos. La idea de crear vida a partir de la vida se tambalea sobre una contradicción: su misma pretensión carece de certeza, de argumentos antropológicos, religiosos y filosóficos. Lo que quiere crear no está al alcance de su mano. “Los progresos de la ciencia hacen perspectivas prometedoras para el bien de la humanidad y la cura de enfermedades ‘graves’, pero representan ‘serios’ problemas en relación con el respeto de la vida”, dijo el Papa Juan Pablo II a los participantes en la jornada por el X Aniversario de la Pontificia Academia de la Vida, en 2004, poniendo el acento en dichos riesgos.

Resulta indudable que la ciencia y la tecnología, con sus incontables inventos y procesos, han venido a simplificar la vida en algunos frentes, y en otros, sin embargo, la han complicado de tal modo que se han desatado polémicas y problemas éticos y morales. La clonación, por ejemplo, en su más puro sentido constituye una afrenta a los poderes de Dios, quien, ya lo decíamos, es el único que tiene la facultad de dar vida o quitarla: “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó” (Gn 1, 27).

En lo intrínseco del ser humano lleva impreso un sello inexpugnable que lo distingue de todos los elementos de la Creación: la marca de Dios, la señal indeleble de que fue hecho por la mano creadora del Señor, y hecho en serio, no en serie, ni voluble o sujeto a maniqueísmos ni perfeccionamientos de índole científica o tecnológica. La vida pura está lejos de modificaciones genéticas, alteraciones celulares, cambios en la información secreta que lo identifica.

“El dominio de la tecnología médica sobre procesos de la procreación humana, los descubrimientos genéticos, la biología molecular y los cambios en la gestión terapéutica de los pacientes graves son factores que pueden llevar a conductas aberrantes”, agregó el Sumo Pontífice polaco en aquella jornada de 2004. Y pidió a los científicos, en esa misma ocasión, un compromiso en favor de la vida. Porque precisamente ese ha de ser el compromiso de la ciencia médica con la humanidad: estar en favor de la vida desde el instante mismo de la concepción hasta su muerte natural.

 

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