Resucitados con Cristo somos seres celestiales

Pablo, de alguna manera, prefiguró la Resurreción de Jesús en la mente y el corazón de quienes lo escuchaban predicar, pues fue él quien transmitió el testimonio más antiguo de la vuelta a la vida de Jesús, y no por boca ajena, sino por propia experiencia; en una carta a los de Corinto, escribe: “Y después de todos se me apareció a mí, como si de un hijo nacido a destiempo se tratara” (1Co 15, 3-8).

La Senda continúa con la publicación de la serie dedicada a San Pablo en el marco de los festejos por el bimilenario de su nacimiento.

Verdad categórica
Sí, es cierto; Pablo nos habló ya una vez de la Resurrección de Jesús en un plan triunfalista. ¿Lo recordamos? Nos decía: “¡Pero Cristo ha resucitado!”. Era el eco vivo de aquel “¡Ha resucitado, no está aquí!” de los Evangelios.
Hoy nos va a hablar Pablo sobre la Resurrección de una manera distinta. Se va a fijar tanto en nosotros como en Jesucristo, y nos va a decir desde el principio: “¡Somos unos resucitados con Cristo!”. Hemos resucitado con Él, como Él y para Él.
¿Por qué? Podemos seguir el pensamiento del apóstol. ¿Es cierto que, al resucitar Cristo, hemos resucitado también nosotros? San Pablo es categórico y no puede hablar más claro de cómo lo hace en esta carta a los de Colosas: “Ustedes han resucitado con Cristo”, “porque Dios nos resucitó con Cristo y nos hizo sentar en los cielos con Cristo Jesús” (Col 3,1; Ef 2, 6).

Muerte y Resurreción unidas
Algo grande se esconde en estas palabras. Empezamos por el pensamiento básico de San Pablo: “Cristo fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra santificación” (Rm 4, 26). Muerte y Resurrección de Jesucristo están de tal modo íntimamente unidas que no se pueden separar. Jesucristo muere, paga por el pecado y nos merece la salvación. Jesucristo resucita, y por la fe en el Dios que lo ha devuelto a la vida nos da el Espíritu Santo que nos justifica y hace santos como Él.
Este pensamiento lo expresa de manera magistral e inolvidable en aquellas palabras dirigidas a los de Roma, y que podrían servir para una arenga enardecedora: ¿Bautizados con Cristo en su muerte? ¡Pues también vivos y resucitados por Dios para una vida nueva! ¿Muertos con Cristo? ¡Pues también resucitados! ¿Nuestro hombre viejo y pecador crucificado con Cristo? ¡Pues ahora libres, porque ya no nos sujetan cadenas esclavizantes!

Cristo ya no muere más
Y vienen las palabras preciosas del apóstol: “Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte ya no tiene señorío sobre Él, porque su vivir es un vivir por siempre para Dios”.  ¿Entonces? ¡A considerarse todos muertos para Satanás y a su condenación por la culpa, y vivos siempre para Dios en Cristo Jesús! (Rm 6, 3-11).
Si Pablo es tan jugoso cuando habla de la Resurrección de Jesús en sus cartas, hay un pasaje que es clásico, más que ningún otro, escrito a los fieles de Colosas: “Si han resucitado con Cristo, busquen las cosas de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Aspiren a las cosas de allá arriba, no a las de la tierra. Porque ustedes han muerto, y su vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, que es su vida, entonces también ustedes aparecerán gloriosos con Él” (Col 3, 1-4).

Resucitados es como hay que vivir
¡Qué pasos los que hace dar Pablo con estas palabras en la vida cristiana, y cómo llenan la cabeza de ilusiones! ¿Cómo hay que vivir? Resucitados.
¿Hacia dónde hay que mirar? Hacia arriba siempre, nunca a la tierra ni al abismo. ¿Qué gustos hay que tener? Los exquisitos del Cielo, no los de abajo, que muchas veces hastían. ¿Dónde desarrollar la existencia? En el seno de Dios, donde Cristo la introdujo y la escondió. ¿Qué esperar al fin de todo? Aparecer y brillar siempre con la misma gloria de Jesucristo, el Resucitado.
Porque todo esto encierran esas palabras grandiosas. La Resurrección de Cristo es para el cristiano, en el orden místico y moral, como un programa que debe desarrollarse, y se va desenvolviendo hasta llegar a su consumación final.

El fin sin fin
La Resurrección del cristiano con Cristo es algo pasado: ustedes ya resucitaron con el Bautismo. De la muerte se pasó a la vida. ¿Qué les queda sino vivir la vida de Dios? Si se tiene una vida nueva que es celestial, ¿qué toca hacer? Pablo sostiene con audacia: busquen y gusten las cosas de allá arriba, no las de aquí abajo. Por mucho que se disfrute de la tierra, ¡qué pobre es todo cuando se saborean las cosas celestiales!
Y viene el punto final de Pablo: aguarden lo que les espera. El último día, al final de los tiempos, ¡a revestir su cuerpo endeble con la misma gloria del Señor Resucitado! Éste será el fin sin fin.
Pablo asegura, con otras palabras, lo mismo que había dicho Jesús en el Evangelio: “Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre” (Mt 13, 43).

Ciudadanos del Cielo
Las palabras de Pablo a los colosenses nos llevan sin más a citar otras igualmente de bellas a los de Filipos. Vienen a decir lo mismo, pues las dos cartas fueron escritas por los mismos días: “Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará nuestro pobre cuerpo a imagen de su cuerpo glorioso, con el poder que tiene de someter a sí todas las cosas” (Flp 3, 20-21). Entendamos la comparación bellísima de Pablo con ese “Somos ciudadanos del cielo”. La ciudad de Filipos era una colonia que otorgaba a sus habitantes la ciudadanía romana. ¡Ciudadanos del Imperio por derecho! Era un privilegio envidiable. Y viene ahora Pablo a decirles: ¡felicitaciones, filipenses, por su ciudadanía romana! Todos les tienen envidia.
Pero no olviden que, como cristianos, llevan en el bolsillo otra cédula mucho mejor: la que los acredita como ciudadanos del Cielo. Cuando quieran, cuando los llamen, pasarán la frontera sin ningún control, y se les abrirán las puertas sin problema alguno. Se lo garantiza todo el Señor Resucitado.
Pablo es el gran doctor de la doctrina sobre la Resurrección de Jesús.
¡Felices nosotros cuando la llegamos a entender, cuando la llegamos a vivir!
Seguimos en la tierra, pero siempre con un pie metido ya en el Cielo.

Pedro García, MC

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