Europa y la mala conciencia

Una sonrisa un tanto forzada del primer ministro turco y un aplauso apenas audible de los asistentes rubricó el 18 de marzo, en las oficinas de la Unión Europea en Bruselas, un acuerdo entre esa entidad internacional y el Estado turco a propósito de la “reubicación” (término eufemístico para matizar el de “expulsión”) de miles de refugiados procedentes de Siria y algunos otros países del Medio Oriente y el Norte de África que se encuentran dentro de las fronteras europeas principalmente en Grecia y en la frontera entre esta nación y Macedonia.

El acuerdo ha sido calificado por Amnistía Internacional como “defectuoso, inmoral e ilegal”, con justa razón, pues se trata de un acuerdo incivilizado e indigno de los gobernantes de unas naciones que se preciaban de encontrarse entre las más avanzadas en respeto a los derechos humanos y que con la memoria constructiva de los sufrimientos relacionados con los antecedentes, la realización y los años inmediatos de la Segunda Guerra Mundial habían constituido un baluarte democrático.

Europa, encabezada por líderes de la talla de Konrad Adenauer, Alcide de Gasperi y otros, siguió un camino de unidad que, a partir de la tarea de reconstrucción del tejido social dañado por la guerra, llegó a forjar primeramente un Mercado Común de productos y mercancías, más adelante  una estructura jurídica y política y en su cumbre una unión monetaria que parecía pionera y anunciadora de un mundo en vías de unificación. A todas luces se notó un mejoramiento en el nivel de vida, en las comunicaciones, en la investigación científica y en otras áreas incluidas las artes y las letras. Sobre todo, parecía que el poder político no se ejercería más por élites ideológicas o económicas sino con amplia participación de los distintos componentes de sociedades plurales y complejas.

No obstante, como lo hicieron notar los Pontífices Paulo VI, Juan Pablo II y con lucidez especial Benedicto XVI, algo estaba pasando en el “alma” europea: una especie de cansancio, de vejez, de decrepitud maquillada. Las ciudades perdieron el color gris en sus edificios, presente hasta dos décadas después de iniciada la posguerra, pero ese color fue aposentándose en las estructuras sociales, económicas y políticas y, desde luego, al principio imperceptiblemente, en el corazón de los europeos. Mecanismos inconscientes como las repercusiones del colonialismo en África y Asia de más de un siglo, las divisiones artificiales del Medio Oriente con países y Estados sin coincidencia con las naciones ancestrales después de la Primera Guerra Mundial y en el caso de Alemania la memoria que todavía hace daño de la dictadura nazi y sus acciones que no son responsabilidad del actual pueblo alemán, construyeron una plataforma de mala conciencia que sin duda influyó en la aceptación de migrantes.

Por otra parte, acciones como la aplicación drástica de medidas de control de la natalidad con las consecuencias naturales de disminución de la población nativa, envejecimiento de la misma y necesidad de abrirse a migraciones para encontrar fuerza de trabajo, fueron caracterizando esta fisonomía gris y pensativa, egoísta y defensiva. Hace ya más de una década escribí que París me había parecido Rabat y Londres muy cercano a Karachi pues el color islámico se hacía cada vez más presente. Empezaba a notarse una inquietud de violencia en la juventud europea ya no identificada con los ideales del 68 sino envuelta en el tedio del bienestar y la inacción. En distintas ocasiones los Papas citados hablaron a la conciencia de los europeos–gobiernos y pueblos–sobre las raíces cristianas de Europa apelando a ellas no sólo como timbre de identidad histórico sino también como recordatorio del camino errado de la permisividad moral y de la pérdida de respeto a la vida humana, eje de toda auténtica civilización.

El tedio ha llevado a que, contra lo que pudiera pensarse, muchos jóvenes franceses, daneses, suecos, españoles y sobre todo belgas, se hayan inscrito en organizaciones terroristas de cuño islámico y que lo que pasó en París en noviembre del año pasado y el día 21 de marzo del actual a unos pasos del edificio de la Unión Europea en la capital de Bélgica no sea algo simplemente planeado en países extraños sino algo que cuenta con apoyos internos. Sería ingenuo o más bien irresponsable unir los atentados en Bruselas al acuerdo entre la Unión Europea y Turquía, pero no puede dejarse de pensar en algo que va más allá de lo circunstancial o anecdótico. Por desgracia el olvido de los dirigentes europeos de sus raíces morales les resta fuerza para resistir el embate terrorista y les hace abrir la puerta falsa de la violencia represiva y de la búsqueda irracional de culpables y también por desgracia, muchedumbres poco acostumbrada a pensar en ambos lados del Atlántico y que se mueven más bien por impulsos, han considerado a todos los islámicos “terroristas” sin matices, con lo que se ha desatado una peligrosa ola de xenofobia, racismo e intolerancia . Europa cuenta en su tesoro de tradiciones con el humanismo judeocristiano abierto a la trascendencia, con la racionalidad heredada de la cultura helénica y con el sentido del derecho integrado sobre todo por la civilización romana. De ahí tendría que venir su verdadera fuerza y no del miedo que cuando se mezcla con el poder radicado en las armas–lo dijo Tucídices el historiador griego–es fuente de violencia homicida en sus diversas formas.

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Amnistía Internacional aplicó justamente al acuerdo de Bruselas, tres adjetivos: defectuoso, inmoral e ilegal. Ellos surgen de su simple lectura:[1]

El acuerdo utiliza el término ambiguo “inmigrantes irregulares” sin distinguir a quienes son refugiadosy que, como tales, tienen un estatuto especial según el derecho internacional pues la mayoría no son migrantes económicos sino que huyen involuntariamente de guerras, persecuciones y hambre. Esto evidencia que o no se ha intentado o ha fracasado una política común de asilo (que es lo que parecía que vendría el año pasado sobre todo por las declaraciones de la canciller alemana Angela Merkel) y se ha sustituido por el costoso e inhumano control de fronteras.

Es cierto que no se prevén expulsiones colectivas, como se esperaba, y se habla de considerar caso por caso, pero es dudoso que Turquía pueda considerarse un Estado seguro pues no ha firmado el protocolo de Ginebra sobre refugiados, sólo reconoce ese estatuto si se trata de europeos y el hecho  de poner plazos mínimos para la salida de Europa y no aclarar si Turquía puede o no devolverlos a los países de los que huyeron, es algo negativo.

El “caso por caso”, a pesar de su apariencia, es deshumanizante, pues prevé un “trueque” entre sirios que van a Europa por sirios que entran a Turquía y eso los convierte en números y no se les trata como personas con su propia dignidad. “Uno” no es necesariamente “otro”; cada quien lleva el peso de sus circunstancias.

Algo en que insiste mucho el acuerdo es que al cerrar caminos de acceso se evitará que las mafias que lucran con los refugiados actúen. La realidad, comprobada por ejemplo en la frontera entre Guatemala y México y en los límites entre México y Estados Unidos es que al cerrarse algunas vías se abren otras mucho más peligrosas, arriesgadas y de alto costo humano y económico. En realidad solamente estableciendo vías legales y seguras se puede acabar con el negocio mafioso.

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En una sustanciosa entrevista a “L’Osservatore Romano”, monseñor Salvatore Fisichella reflexionó de esta manera: “[…] Sería suficiente un instante de atención en la política para afrontar con valentía y atención estas situaciones, pero se prefiere hacer que pase el tiempo, sin ocuparse del sufrimiento. Como máximo, se extienden sumas de dinero para que repose la conciencia. Parece que la solución que se encuentra más al alcance de la mano es la de cerrar las fronteras para sentirse más seguros o construir nuevos muros. Soluciones que, entre más se enorgullezcan de haber alcanzado el progreso y la madurez democrática, se revelan más anacrónicas”.

El Santo Padre Francisco dijo con claridad en su viaje de Ciudad Juárez a Roma: “un verdadero cristiano construye puentes y no muros”. Construir muros es consecuencia indudable del olvido de lasraíces cristianas, en este caso de Europa, a pesar de tantas palabras “democráticas” y “libertarias”. A Turquía se le darán miles de millones de euros y se coquetea con ese país autocrático con la zanahoria de aceptarlo en la Unión Europea. Se retrocede en derechos humanos, en respeto a la dignidad humana tratando de cubrir algunos efectos superficiales que requieren una seria interrogación sobre las causas de la violencia, la guerra y las migraciones forzadas. Todos ganaremos si damos pasos para analizar esas causas y planteamos acciones concretas para desterrarlas pues,  de otra manera, ¿de qué han servido tantos avances científicos, tecnológicos y de reconocimiento de ciudadanía y derechos humanos?

 

 

[1] Me baso para los siguientes cuatro párrafos principalmente en: Un acuerdo deshumanizante y discriminatorio, (página electrónica de “Religión digital”, Madrid, 22 de marzo de 2016.) (Se trata de la posición pública de las entidades de acción social de la Iglesia en España (Cáritas, CONFER, Sector Social de la Compañía de Jesús, Justicia y Paz).

 

Pbro. Dr. Manuel Olimón Nolasco

 

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