El amor se hace nuevo para seguir amando

Probablemente, tú estabas ahí, hace años. Se podían contar por decenas los niños que ahí estaban, vestidos de blanco, con un listón rojo atravesado en el pecho, mientras las señoras Petrita, Tomasita, Mariquita, una catequista o abuela de la Acción Católica, rezaba el santo rosario. Y en tanto se entonaba: “Corazón santo, tú reinarás, tú nuestro encanto siempre serás…” “Vamos niños al sagrario, que Jesús llorando está, pero viendo tanto niño, muy contento se pondrá”. Esos niños ofrecían flores al Sagrado Corazón de Jesús, a Jesús Eucaristía.

La Iglesia dedica el mes de junio para honrar y ofrecer oraciones de alabanza y desagravio al Sagrado Corazón de Jesús. Probablemente, el 16 de junio de 1675, durante la octava de la fiesta del Corpus Christi, en una modesta capilla del Santísimo Sacramento se realizó la cuarta y última aparición de Jesús a Santa Margarita María Alacoque, mostrándole, cual sol ardiente, su divino corazón envuelto en llamas; le dijo: “He aquí el corazón qué tanto ha amado a los hombres y que no ha ahorrado nada hasta el extremo de agotarse y consumirse para testimoniarles su amor. Y, en compensación, solo recibe, de la mayoría de ellos, ingratitudes por medio de sus irreverencias y sacrilegios, así como las frialdades y los menosprecios que tienen conmigo en este Sacramento de amor…”

 

Corazón de Jesús, corazón del Evangelio

La devoción al Sagrado Corazón es, sobre todo, la devoción que Dios tiene por el hombre, por sus hijos. Dios es un enamorado del hombre. Es Jesús quien muestra la llama de ternura y misericordia que arde en su corazón abierto en la cruz, en la Eucaristía. Todo se comprende mejor al meditar algunos pasajes de los evangelios. Jesús muestra su amor al Padre cumpliendo sus mandamientos, haciendo lo que el Padre le manda: “Así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15, 10). Muestra su tierno amor para con los niños: “Dejen a los niños, y no les impidáis que vengan a mí, porque de los que son como estos es el reino de los cielos” (Mt19,  14); su compasión por el que tiene hambre (Mt 15, 32); por los enfermos (Mc 3, 9-12), mostrando corazón abierto a todos (Mt 15, 21-28), un amor que da vida (Mt 9, 25). Sobre todo, muestra un corazón paciente y misericordioso con el pecador en sus parábolas: la oveja y la moneda perdida (Lc 15, 3-10);  el hijo pródigo (Lc 15, 11-31). Esta misericordia la hace realidad con el paralítico: “Anímate, hijo, tus pecados te son perdonados” (Mt 9, 2); la mujer adúltera: “Y ella respondió: ‘Ninguno, Señor’. Jesús le dijo: ‘Yo tampoco te condeno. Vete; desde ahora no peques más’” (Jn 8, 11) y a todos los hombres nos concede su perdón desde la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34).

Amar a Jesús es tener hambre y comerlo en la Eucaristía

Arrodillada ante el Santísimo Sacramento expuesto, Santa Margarita, de 26 años de edad y con un año y dos meses de haber profesado como  religiosa, tuvo la primera revelación de Jesús. Cristo, nuevamente revela su inmenso amor en la eucaristía. San Juan evangelista nos enmarca muy bien lo que sucederá en la Última Cena al decir: “…habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo”. En ese ambiente de amistad, intimidad y amor Jesús lava los pies a sus discípulos, se hace sirviente del esclavo. En esa cena se desborda de amor, los llama amigos (Jn 15, 15). Y desde lo mas íntimo, profundo y tierno de su corazón revela lo que es capaz de hacer por sus discípulos: “No hay amor más grande que este, dar la vida por sus amigos”. Dejándonos su cuerpo y su sangre como alimentos de pan de vida, como signo de su amor infinito: “Esto es mi cuerpo que se entrega… Esta es mi sangre… que se derrama por ustedes…” Por eso, en la Eucaristía es donde encontramos la manifestación y el ardor del infinito amor del corazón de Jesús. Con razón en las capillas arde una lámpara, recordándonos el fuego de amor que enardece el corazón de Jesús. En la Eucaristía, Jesús, el pan de vida, tiene hambre de nosotros. ¡Qué solo se ha de sentir Jesús, que nos pide que propaguemos su devoción! ¡Qué hambre tiene de ser comido, que pide que los viernes primeros de cada mes lo recibamos en santa Comunión! Una respuesta a este amor infinito en el Sacramento de la Eucaristía es que en algunas parroquias como San Rafael, Santa Cruz, de Puerto Vallarta, Jalisco y en otras partes de la diócesis, están surgiendo las capillas de Adoración Perpetua, con personas que las 24 horas del día adoran a Jesús Sacramentado.

 

Devoción a Jesús, atención a los pobres

Las manifestaciones del Sagrado Corazón a Santa Margarita siempre se daban en la capilla del Santísimo, ante el Amor de los amores. En la Eucaristía, Jesús comparte su cuerpo y su sangre para darnos vida en abundancia, por eso la Eucaristía es también signo de fraternidad y de compartir. La Eucaristía nos lleva a la caridad, porque “es en el corazón de Cristo que el corazón del hombre recibe la capacidad de amar” (Papa Francisco). Jesús nos da el mandamiento del amor: “Ámense unos a otros como yo los he amado”, amor que ejemplifica con la parábola del buen samaritano (Lc 10, 25-37), y lo hace verdad durante toda su vida. El amor y la misericordia para con los demás los pide como signo de amistad y unidad con Él: “Ustedes son mis amigos si cumplen lo que les mando” (Jn 15, 14). Es verdad que en el mundo hay mucha hambre de pan, justicia, paz y salud. La Madre Teresa de Calcuta dijo: “La mayor enfermedad hoy no es la lepra ni la tuberculosis, sino más bien el sentirse no querido, no cuidado y abandonado por todos. El mayor mal es la falta de amor y caridad, la terrible indiferencia hacia nuestro vecino que vive al lado de la calle, asaltado por la explotación, corrupción, pobreza y enfermedad”. Es verdad que Jesucristo manifiesta el amor en su presencia real en la Eucaristía, pero también es verdad que Él está presente en los pobres, enfermos, encarcelados, necesitados (cfr. Mt 25, 31-46). La devoción al Sagrado Corazón está adaptándose a los nuevos tiempos, está dando vida nueva a los hombres y mujeres de hoy. Todo bajo el impulso del Espíritu Santo, que hace nuevas todas las cosas para gloria de Dios.

 

 

Pbro. José de Jesús Ulloa Macedo

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