Adviento: una espera gozosa en el Salvador

Editorial

Desde tiempos remotos la Iglesia viene acostumbrando un tiempo preparatorio para celebrar la Navidad: el Adviento, que se prolonga durante cuatro semanas y que es, al mismo tiempo, una exhortación para hacer vida un cambio interior en los cristianos, para iniciar un profundo proceso de conversión en los que esperamos la venida del Dios Niño.

La Navidad es la fiesta más importante en la vida de la Iglesia, es la celebración que resuena en el cielo con juegos pirotécnicos y que viene acompañada de una atmósfera que es propicia para servir y amar a nuestros semejantes; es el parteaguas en la sorda avalancha de los días y fechas conmemorativas a lo largo del año: la Navidad es la fiesta de las fiestas.

El Adviento, como enorme oasis en los aciagos desiertos de los problemas y situaciones adversas que nos golpean personal, familiar y socialmente, viene a ser la penúltima estación de un largo camino que nos introduce de lleno en la actitud recogida y orante necesaria para abrazar el nacimiento de nuestro Señor Jesús, que viene a traernos vida, “y una vida en abundancia”. Su presencia a lo largo de siglos ha quedado manifiesta, y en esta Navidad que se acerca también vendrá investido de todo su poder a cada uno de nosotros, al corazón de todos los que han creído en su Palabra y en la resurrección de la carne.

Adviento significa, literalmente, “llegada”: lo que implica un estado de permanente vigilia, un estar alerta para sanar y revestir el alma que habrá de darcabida al Niño Dios; durante las cuatro semanas de duración del Adviento es de suma importancia llevar a la práctica las más altas enseñanzas de Jesús, con la conciencia de que su vida misma y sacrificio por nosotros han de ser suficientes para movernos al cambio interior y exterior, y para llevar esa transformación a todos los lugares en que nos desenvolvemos diariamente.

El Adviento pone el acento en la figura de Jesús como el protagonista de toda historia, como la figura principal de la Navidad, como el centro hacia el cual deben dirigirse todas las miradas, y a quien se le debe rendir todo honor y toda gloria. Cuarenta jornadas comprenden el tiempo de Adviento, jornadas que no han de caracterizarse por el agobio o la tristeza, sino porque se abre, para todos, el compás de una espera, una espera gozosa en el Salvador.

El Adviento es también un momento para reforzar y revivir nuestro lado espiritual, a sabiendas de que la coherencia de vida con la fe que profesamos, traducida en actos cotidianos en familia, en el trabajo y en todo lugar, habrán de ser los renuevos que brotarán en los corazones de nuestros semejantes: el ejemplo de vida cristiana mueve a más conversiones que un discurso largamente pensado, o sea, los hechos tienen más poder que las palabras al momento de dar a conocer a Jesús.

El Adviento es espera, reflexión y silencio. La Navidad es fiesta, es alegría, es un espacio para el perdón, para compartir, para darse a los demás, para amar, para abrigar esperanza. La noticia del nacimiento de Jesús constituye la esperanza más auténtica en cualquier tiempo, particularmente en éste que nos ha tocado vivir, caracterizado por la deshumanización y la violencia. Jesús es la esperanza personificada, es la esperanza última, es nuestra esperanza.

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