A la oscuridad, la luz del Señor

 

En estos momentos, el objetivo es rescatar la felicidad, dejar atrás los episodios tristes y deprimentes y no ver con extrañamiento al mismo hombre. Se hace realmente imposible encontrar en cada ser humano una sustancia de pensamiento y actuación idéntica, no es sano además; el ser humano es irrepetible con sus propios principios morales y éticos.

Terminar la Cuaresma nos permite hacer estas reflexiones con el fin de encontrar en la naturaleza humana lo mejor de cada sujeto; superar paradigmas, no al azar, sino como nuestro Señor nos enseñó, con base en el perdón y el amor al prójimo; no hay otro camino.

La humanidad contra la pared

Es sencillo, la época que nos toca vivir está cargada de aspectos que llevan a la desesperanza, al miedo, a la razón sin sentido; nos angustia pensar en nuestros hijos cuando salen a divertirse o a convivir con sus amigos; olvidamos entonces la tranquilidad. Nadie había vivido de tal manera hace diez años; se ha ido complicando la existencia, a lo que se agrega ahora la desconfianza que en ocasiones convierte la presencia en drama. Encontrar formas sensatas y respuestas es el desafío.

La Cuaresma nos llama la atención y nos provee de los elementos necesarios para tal ejercicio. Ahora bien, no hay que olvidar que cada época de la historia humana ha traído signos anticipados de juicio final, desastres naturales y provocados, terremotos, inundaciones, conflictos bélicos, hambre; entre los más, mantienen a la humanidad contra la pared.

Las nubes del egoísmo se ciernen sobre el cristiano

Estos cuarenta días han sido para la meditación, sin que medie la caducidad del mundo y, menos aún, los detonantes medios informativos que nos acercan a los sucesos amarillistas más impresionantes, o a las profecías apocalípticas que sin conciencia compartimos. Lo mismo tendríamos que realizar con los momentos que la historia cristiana nos señala como necesarios para alimentar nuestro espíritu y no disfrutarlos como si fueran los últimos de goce.

Es tan complejo el asunto que el mismo Papa Benedicto XVI llamó la atención sobre lo que llamó “nubes del egoísmo que se ciernen sobre la Iglesia Católica”, característica del mundo moderno comparado con el desierto.

Con la imposición de ceniza inició el momento católico de la Cuaresma, que hace poco culminó: hay la necesidad de reflexionar la jornada que Jesucristo pasó en el desierto a expensas del maligno, quien ofrecía todo lo mejor siempre y cuando se alejara de su Padre Dios.

Convencidos de la verdad del Señor

Hoy parece repetirse el episodio ante tantas tentaciones, ninguna superior a nuestro Señor, el asunto es comprenderlo así e ir por el camino de la fe, la fortaleza del espíritu y animar nuestra entrega a la caridad, a la justicia y desatar el amor por nuestro prójimo, tal y como Jesucristo nos lo señala.

El amor, aunque opuesto a la injusticia, no conoce la venganza, eso es lo que debe aflorar en toda actividad que haya hecho en Cuaresma: reconversión y misericordia. Vernos como hermanos e interrogarnos sobre nuestros actos como tales es importante, necesario y adecuado; expresarnos fuera de los espectáculos prefabricados por los medios de comunicación o por la mercadotecnia.

Es conveniente ejercer esta capacidad de pensamiento que nos dispensó nuestro Señor Jesucristo, a fin de ver con claridad y convencidos de la verdad. Extender este principio hacia nuestro ámbito de trabajo, en la escuela, en el campo, en la calle; en fin, hacia todos aquellos sitios donde conviene aplicar la frase: a la oscuridad, la luz del Señor.

 

Mtro. Luis Ignacio Zúñiga Bobadilla

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Comentarios al autor: (direccion.vallarta@univa.mx)

 

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