EMF 2009
Novena catequesis
Las noticias que nos han transmitido los Evangelios sobre la Familia de Nazaret son escasas, pero muy ilustrativas.
José, padre putativo de Jesús
Se trata de una familia constituida sobre la base del matrimonio entre José y María. Ellos estuvieron realmente casados, como lo señalan San Mateo y San Lucas; y vivieron así hasta el fallecimiento de José. Jesús era hijo verdadero de María. San José no era padre natural —porque no lo engendró— ni adoptivo, sino putativo; es decir: era considerado por los vecinos de Nazaret como padre de Jesús, debido a que la gente ignoraba el misterio de la Encarnación y a que José estaba casado con María. Esta realidad tiene hoy gran importancia, debido a las legislaciones civiles y a la cultura ambiental, tan favorables a las uniones de hecho, a las meramente civiles, a otras formas, al divorcio, etcétera. La familia de Nazaret se presenta hoy como ejemplo de pareja formada por un hombre y una mujer, unida por amor de una forma permanente y con una dimensión pública.
Una Familia como las demás
La familia de Nazaret vivió como una familia más de ese pueblo; es decir, de una manera sencilla, humilde, pobre, trabajadora, amante de las tradiciones culturales de su nación, profundamente religiosa y alejada de los centros del poder religioso y civil. Un viajero que visitara Nazaret y desconociera los hechos que conocemos nosotros, no encontraría ningún detalle que distinguiese a la Sagrada Familia de las demás: ni en la vivienda que habitaban, ni en el modo de vestir, ni en la comida, ni en la presencia en los actos religiosos que se celebraban en la sinagoga, ni en nada. Dios nos ha querido revelar que la vida corriente y de cada día es el lugar donde Él nos espera para que lo amemos y realicemos su proyecto sobre nosotros. El secreto es vivir “esa” vida con el mismo amor y constancia que la Sagrada Familia.
“El evangelio del trabajo”
Los Evangelios de la infancia no dilucidan la profesión que ejerció san José: herrero, carpintero, artesano… En cambio, señalan claramente que era un trabajador manual y que se ganaba la vida trabajando. María se dedicaba, como todas las mujeres casadas, a moler y cocer el pan de cada día, atender las labores domésticas del hogar y prestar pequeños servicios a los demás. De Jesús no dicen nada, pero dejan suponer que ayudaba a María y, más tarde, a san José en sus trabajos manuales. La Familia de Nazaret vivió lo que hoy llamamos “el evangelio del trabajo”; es decir: el trabajo como realidad maravillosa que da una participación en la obra creadora de Dios, que sirve para sacar adelante la propia familia y ayudar a los demás, y para santificarse y santificar por medio de él. También en esto es un modelo perfecto para la familia actual. Muchas siguen viviendo igual que ella y otras, pese al trabajo de la mujer fuera del hogar y a la tecnificación de las tareas domésticas, sigue siendo fundamentalmente igual.
Familia creyente y practicante
La familia de Nazaret era una familia israelita profundamente creyente y practicante. Al igual que hacía el resto de familias piadosas, rezaban siempre en cada comida, iban cada semana a escuchar la lectura y explicación del Antiguo Testamento en la sinagoga, subían a Jerusalén para celebrar las fiestas de peregrinación, como la Pascua y Pentecostés; rezaban tres veces al día el famoso credo hebraico “Escucha Israel”.
De este modo, también hoy, la bendición de la mesa a la hora de las comidas, la participación semanal en la Misa del domingo y la lectura de la Sagrada Escritura siguen siendo fundamentales para que la familia cristiana realice su misión educadora.
Dios interviene en todo momento
La vida de la Familia de Nazaret estaba totalmente centrada en Dios: lo era todo para ella. Cuando todavía eran novios, José se fió de Dios cuando le reveló, por medio del ángel, que la gravidez de María era obra del Espíritu Santo. De casados, María y José tuvieron que oír del hijo al que acababan de encontrar, tras días de angustiosa búsqueda, estas palabras: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabías que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?” (Lc 2, 49). Ellos no lo entendieron, pero lo aceptaron y trataron de encontrar su sentido. María, por su parte, no se derrumbó en la fe cuando vio a su Hijo clavado en la cruz como un criminal e insultado por los jefes del pueblo. La familia cristiana, cuya vida es siempre un cuadro de luces y sombras, encuentra la paz y la alegría cuando sabe ver a Dios en ello, aunque no acierte a comprenderlo.