Nadie se realiza viviendo en el aislamiento, en la soledad, a menos que viva en la mayor radicalidad el Evangelio, como los Padres del Desierto. En la actualidad están los cartujos, ascetas o eremitas, que experimentan esa radicalidad, no obstante, en comunidad. Una gran tarea que tenemos es lograr en la convivencia que cada uno se realice de manera auténtica. Las relaciones con los demás deben ser relaciones de persona a persona y no de uso y beneficio, como cuando se necesitan objetos. No es lo mismo necesitar a una persona para ser escuchado que utilizar una grabadora que registre la conversación; en ocasiones se confunde este precepto y se usa a la persona como si fuera una grabadora. Buscamos al otro cuando necesitamos ser escuchado, sin tomar en cuenta su tiempo y sus necesidades, y lo único que queremos es que registre lo que nosotros hablamos.
La persona es un misterio, entendiendo misterio no como secreto sino como una realidad profunda, inexplicable; nos plantea interrogantes que no respondemos abiertamente a todas luces porque nos envuelven a nosotros mismos. Se hace una lista extensa de interrogantes que ni siquiera la misma persona puede dar respuesta para sí misma, menos tener claridad si se trata de responder cuestiones sobre el otro. Cada uno se expresa, se relaciona, reflexiona, reacciona, piensa, siente, hace, crece y se proyecta de tal forma que lo hace único.
Verdad ineludible: cada uno es único e irrepetible
La razón, el corazón, el cuerpo y la trascendencia dan a la persona determinadas posibilidades; por ejemplo, la razón profundiza e interioriza, se ejercita el pensamiento de forma constante. El cuerpo es la forma para situarse en el mundo, el corazón para establecer las relaciones; hay actitudes y sentimientos que caracterizan a la persona, la trascendencia es el espíritu que actúa a través de la razón, del corazón y del cuerpo. Ahora bien, el misterio de la persona no se agota en los elementos señalados. Las fuerzas inconscientes, las experiencias de vida, la formación, el temperamento, las posibilidades, el medio ambiente modifican a cada persona en concreto. Resulta una verdad ineludible que la persona es única e irrepetible. Las expectativas o las suposiciones que se construyen alrededor de una persona no pueden marcar la pauta para relacionarse con ella, lo único que se genera es el problema de lo que uno espera del otro y no se cumple en el momento de la realidad de la relación. Incluso hay frases hechas que detonan la decepción o el problema, tales como “Es que yo esperaba de ti que…”, “Se supone que tú…”, “Yo pensé que tú…” Si no perdemos de vista que cada persona es un misterio, el trato con los demás y la comprensión de su persona son los recursos que se convierten en una fuente extraordinaria de enriquecimiento para nuestra convivencia.
“En el pedir está el dar”
Ser auténticos, ser auténticamente cada uno es la tarea propia de cada persona y lo que permite a la humanidad el progreso a través del encuentro entre los hombres, para alcanzar los valores del espíritu. Pero esa tarea debe emerger desde lo más profundo de la voluntad de sentido, de creer en verdad que el trabajo de interiorización, de conocerse a sí mismo ofrece una mejor calidad de relación con los demás. Son muchos los obstáculos, comenzando por las actitudes de los demás que no dejan que cada cual se manifieste de manera auténtica, hasta el punto de que se ha creado una situación colectiva de inautenticidad. O cuando la persona misma es un obstáculo para descubrir su propia autenticidad, pues teme los riesgos que implica y hallazgos no del todo agradables. La autenticidad es dinamismo, es cambio, una conversión constante, es la expresión de la fidelidad con uno mismo y con los demás. Para los cristianos, sin embargo, estos obstáculos pueden desvanecerse; sabemos que Dios se hace presente en nuestra humanidad y en todo lo que verdaderamente somos.
La persona se realiza como tal a través de su relación con los otros. La calidad de la relación estriba en el encuentro del YO y el TÚ. En el encuentro las personas entran en relación y por el diálogo se comunican. Existen encuentros de diferente índole, por mencionar algunos: los de tipo ocasional, agradable, desagradable, inolvidable o sin importancia, y el común denominador es el diálogo, donde también se ponen en juego los modales o normas de conducta. Cuántas veces nos hemos encontrado en situaciones que con la sola entonación de las palabras del otro, condicionan nuestra respuesta y la calidad de la relación. Qué sabiduría guarda el adagio popular aquel de: “En el pedir está el dar”.
Laura Retes
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