“La Pastoral Vocacional hace que la comunidad tenga clara conciencia de formar una comunidad de llamados, para que todos, obispos, presbíteros, consagrados y laicos, asuman su responsabilidad en la promoción vocacional.” (PNPV n. 319).
Compartimos en esta edición el ser y quehacer de la Comisión Diocesana de Pastoral Vocacional, que más que una labor propia de esta comisión, se trata de una misión de todos los miembros de la Iglesia. El primer responsable de la promoción vocacional es el obispo y junto a él, todos los sacerdotes, consagrados y laicos. Es labor del obispo impulsar en la diócesis un espacio para dicha misión, por lo que la encomienda a un equipo, que es encabezado por un asesor, para que de manera directa trabaje por el bien de las vocaciones.
La Pastoral Vocacional (PV) es la acción de la iglesia en favor de todas las vocaciones, a fin de que sea edificada según la plenitud de Cristo y conforme a la variedad de los carismas que el Espíritu Santo suscita en ella. Acompaña a cada cristiano plenamente iniciado para que descubra y viva su vocación específica.
Inmensa misión
Ante todo, ha de promover la vocación a la vida sacerdotal, a la Vida Consagrada y a la vida laical, sus servicios en la comunidad cristiana y en la sociedad, y su compromiso en la construcción del Reino en su dimensión temporal, porque éstas son urgentes y primordiales para la evangelización. (PNPV nn. 314-315).
Suscitar, promover, acompañar y formar, de este modo se resume la misión de esta hermosa labor, que responde a la demanda del mismo pueblo de Dios: “Cada sector del pueblo de Dios pide ser acompañado y formado, de acuerdo con la peculiar vocación y ministerio al que ha sido llamado: el obispo, que es el principio de la unidad en la diócesis, mediante el triple ministerio de enseñar, santificar y gobernar; los presbíteros, cooperando con el ministerio del obispo en el cuidado del pueblo de Dios que les es confiado; los diáconos permanentes en el servicio vivificante, humilde y perseverante como ayuda valiosa para obispos y presbíteros; los consagrados y consagradas en el seguimiento radical del Maestro; los laicos y laicas que cumplen su responsabilidad evangelizadora, colaborando en la formación de comunidades cristianas y en la construcción del Reino de Dios en el mundo. Se requiere, por lo tanto, capacitar a quienes puedan acompañar espiritual y pastoralmente a otros” (DA n. 282).
Por consiguiente, no se trata sólo de un movimiento o grupo parroquial más, sino de una Comisión Diocesana, de una pastoral específica que debe estar presente en toda la acción pastoral de la Iglesia (juvenil, familiar, educativa, catequética, litúrgica, social, etcétera)… “La Pastoral Vocacional, que es responsabilidad de todo el pueblo de Dios, comienza en la familia y continúa en la comunidad cristiana; debe dirigirse a los niños, y especialmente a los jóvenes, para ayudarlos a descubrir el sentido de la vida y el proyecto que Dios tenga para cada uno, acompañándolos en su proceso de discernimiento”. (DA 314). Es necesario intensificar las diversas maneras de orar por las vocaciones para contribuir a una mayor sensibilidad al llamado del Señor. Una comunidad que ora y trabaja por las vocaciones, tiene vocaciones.
La PV hace que la comunidad tenga clara conciencia de formar una comunidad de llamados, para que todos: obispos, presbíteros, consagrados y laicos, asuman su responsabilidad en la promoción y afianzamiento de las vocaciones.
Un enamorado por excelencia
El promotor vocacional es todo cristiano que luego de haber experimentado en su propia existencia el amor gratuito y misericordioso de Dios, siente la necesidad de llevar a otros esta misma experiencia tan plena e inigualable. El promotor debe ser una persona testigo del amor de Dios en su vida; por lo tanto, debe ser un enamorado, alguien que ha encontrado su todo en su Señor. Todos experimentamos el amor de Dios en algún momento de nuestra vida. El amor surge a partir de una relación cercana y profunda entre amo y Señor; el promotor vocacional es el enamorado por excelencia. A diferencia de los amores humanos, vamos a querer que todos conozcan este amor. Este impulso es gracia de Dios, es vocación, es envío. El amor de Dios no produce celos, no es un amor que se quiera únicamente para uno, como sucede con los amores humanos; se trata de un amor expansivo que impulsa a amar al otro y a hacer que el otro ame también a Dios. Este impulso es la vocación-misión del promotor vocacional.
El gran reto
La vocación y el compromiso de ser hoy discípulos y misioneros de Jesucristo en América Latina y El Caribe requieren una clara y decidida opción por la formación de los miembros de nuestras comunidades. Cristo nos da el método: “Vengan y vean” (Jn 1, 39), “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). Con Él podemos desarrollar las potencialidades que están en las personas y formar discípulos misioneros. Con perseverante paciencia y sabiduría, Jesús invitó a todos a su seguimiento. A quienes aceptaron seguirlo, los introdujo en el misterio del Reino de Dios, y, después de su muerte y resurrección, los envió a predicar la Buena Nueva en la fuerza de su Espíritu. El Señor despertaba las aspiraciones profundas de sus discípulos y los atraía a sí, llenos de asombro. El seguimiento es fruto de una fascinación que responde al deseo de realización humana, al deseo de vida plena. El discípulo es alguien apasionado por Cristo, a quien reconoce como el Maestro que lo conduce y acompaña.
Miguel Aguirre Torres
Excelente tema. me gustó para exponer sobre Pastoral Vocacional