La Madre de nuestro Señor Jesucristo es ejemplo y veneración en todo el mundo cristiano. Celebrada en el ámbito católico como lo que es, la Reina del universo y desde el Cielo contribuye al bienestar de la humanidad: “Entre todas las mujeres que han vivido, la madre de Jesucristo es la más celebrada, la más venerada… Entre los católicos es reconocida no solo como la Madre de Dios, sino también, de acuerdo con los Papas modernos, como Reina del Universo, Reina del Cielo, asiento de la sabiduría, e incluso esposa del Espíritu Santo” (Time, 30 de diciembre de 1991, págs. 62-66).
La madre es testimonio de vida, es entrega e identificación con la justicia, con una serie de actos de amor interminables; nunca fuera de la razón, su actuación es sensata de principio a fin, no se conoce ningún espacio de la historia humana donde no haya estado presente este excepcional ser humano.
En todas las épocas la madre ha permanecido inalterable. Su amor a sus hijos y seres queridos se extiende a la sociedad con una visión clara del amor que nos enseñó Jesucristo. En todos los tiempos la madre ha producido cambios cualitativos y cuantitativos inteligentes en los momentos en que se ha requerido. Los ejemplos sobran en el registro histórico. Cito una parte del Libro para el Día de la Madre, de Josep María Alimbau, por su belleza y precisión:
“¡Gracias, madre, por haberme dado tanto!
¡Gracias, madre! Tú pusiste en marcha y diste cuerda y movimiento al motor-reloj de mi corazón, de mi vida, de mis esperanzas.
¡Gracias, madre! Tú entrelazaste mis venas entre vigilias y sueños; y me ofreciste tu sangre, tu genética, tu vida, tu fe.
¡Gracias, madre! Tú me diste un cerebro, asiento de las funciones esenciales motoras y espirituales.
¡Gracias, madre! Tú me diste dos ojos por luceros para descubrir la belleza del mundo y poder contemplar tu sonrisa, para que así yo aprendiera a sonreírte, y descubriera tu incomparable hermosura.
Me diste dos oídos para poder percibir las sinfonías externas y escuchar tu bendita voz de madre; y dos mejillas que tejiste de piel sensible y suave, para recibir tus caricias, tus arrullos, tus besos de madre.
¡Gracias, madre, por haberme dado dos manos y dos brazos para poder refugiarme, agarrarme a tu cuello seguro y esbelto, y por formar mis dos pies para poder seguir tus pasos!
¡Gracias, madre, por tu gran generosidad, por la inmensidad de tu amor y por tu incomparable ternura!
¡Sí, gracias, madre, por haberme dado tanto!”.
Me da tristeza que en este mundo pocos reconozcan y valoren el trabajo de una madre, que llegan a vulnerar sus derechos, a burlarse de sus anhelos e incluso ir contra su vida, sin saber que se va en contra de la propia.
Hermoso espacio destinado al ser más hermoso de la Creación. México tiene una forma muy especial para demostrarle su gran amor a ella; reconocerle su trabajo profesional y familiar. La sabiduría con la cual participa en la conformación social de valores está muy alejada del llamado “machismo” y a diario libra batallas por lograr mejores espacios para las mujeres que vendrán y que pronto serán madres. Por todo esto pido a Dios omnipotente que las bendiga siempre, porque la madre es sustancia de vida.
Mtro. Luis Ignacio Zúñiga Bobadilla
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Comentarios al autor: (direccion.vallarta@univa.mx)
“Es muy importante que la Virgen pueda ser el gran camino hacia el Señor, que nos conduzca hacia el Hijo. Y Ella, que ha sido la mejor cristiana y también la mejor discípula, nos guíe hacia su Hijo”.
Cardenal Santos Abril y Castelló
Arcipreste de la Basílica Santa María la Mayor, Roma