La honestidad: Virtud, buen ejemplo y herencia

La corrupción somos todos

En cierta ocasión predicaba en Misa acerca de la corrupción. Mientras les decía a los fieles que tan corrupto es el policía que pide mordida, como quien accede a darla; en ese momento una niña de escasos ocho años levantó la mano para pedir la palabra y se la di, extrañado por la interrupción.

“¡Mi papá es policía, y no es corrupto!”
Lo dijo con tanto convencimiento que todos le creímos, y la asamblea completa le dio un espontáneo aplauso. Tiempo después le comenté al papá –policía– el testimonio de su hija y lo orgullosa que estaba ella de él. Lo invité a hacerse digno de esa confianza infantil. Han pasado los años y aquella niña nos ha mostrado siempre que ella también ha sido honesta como hija, como estudiante, como novia y, hoy, como esposa y madre. ¡Tuvo un buen padre!
¿Qué es ser honesto?
Usualmente pensamos que la honestidad está relacionada tan sólo con el recto uso de la sexualidad, y decimos que una persona es honesta si no es provocativa o insinuante en su forma de vestir; si no se exhibe en público acariciando o besando a su pareja, o si es fiel a su cónyuge. Y eso está bien, esas personas son honestas y las que hacen lo contrario son deshonestas; pero la palabra tiene un mayor alcance: la honestidad consiste en llevar una vida que corresponde a la ley moral, y la ley moral la conocemos los creyentes como los Diez Mandamientos o la hermosa Ley del Amor, la ley de Cristo. Honesto es, pues, el que actúa siempre conforme a la voluntad divina y conforme a su propia conciencia.

En familia aprendemos a ser honestos
Son los papás quienes, con su ejemplo, enseñan a vivir este valor tan necesario para una buena relación familiar y social. Si ellos son honestos tendrán autoridad moral para exigir a sus hijos una buena conducta. Cuando los papás no actúan con honestidad, ¿con qué cara le pedirán a sus hijos un juego limpio?

El papá que lleva a sus hijos algo que robó en el trabajo, por pequeño que sea, les está enseñando que es bien visto robar. La mamá que le pide a su hijo que se suba sin pagar al Metro o al autobús, lo está enseñando a ser un sinvergüenza, que pensará toda la vida que está bien actuar de esa manera mientras no lo vean. Un niño que, jugando futbol reconoce que anotó un gol valiéndose de las manos, a pesar de la rechifla y los reproches de sus compañeros, está manifestando que es digno de confianza porque es honesto. Copiar en los exámenes es fraude, pero sólo evitará caer en esa falta, tan generalizada, el estudiante que ha aprendido a ser honesto. ¿Cómo podrá ser honesto si los papás le exigen resultados sin que importen los medios?

En México cuesta mucho trabajo ser honesto por el ambiente corrupto en el que vivimos, que alienta y premia la deshonestidad. Pasarse un alto por distracción es una falta que los hijos pueden comprender, pero que el papá ofrezca al agente de tránsito dinero para que no le levante infracción, lo hace ver ante sus hijos como un hombre corrupto; y si todavía presume de ello, arruinará para siempre a sus hijos y los hará tan corruptos como él.

¿Qué pasa si no soy honesto?
Si mi vida no corresponde a los principios legales y, sobre todo, morales, no soy digno de confianza; pierdo credibilidad y prestigio moral: nadie compra a un comerciante deshonesto, y el desprestigio provocará que su negocio quiebre y se vaya a la ruina.

Exigimos a un político que sea honesto, por eso se ha puesto de moda -en nuestras guerras por un cargo público- sacar los trapitos al sol del contrincante, para que la gente no vote por un candidato deshonesto.

Si hago trampas en el juego y quienes participan lo sospechan, jamás volverán a jugar conmigo, si no es que pasa algo peor.

El deshonesto es aislado y pierde la oportunidad de convivir con la gente buena, sólo le quedará rodearse de personas sin principios, tan deshonestas como él.

En el plano religioso, la deshonestidad se considera pecado, porque es violar a sabiendas una ley justa y la ley divina.


Propósitos para cultivar la honestidad en familia

  • Aceptar las disposiciones justas de las autoridades y acatarlas de buen modo.
  • Nunca actuar contra mis principios morales aunque tenga que renunciar a una gran ventaja.
  • No engañar a las personas con las que trato.
  • Ser coherente entre lo que digo y lo que hago, y portarme bien aunque nadie me esté viendo.
  • Reconocer la honestidad de los demás y premiarla con mi alabanza sincera.
  • Nunca hacer trampas en el juego.
  • Jamás alterar o falsificar un documento, por buenos que sean los fines.
  • No hacer trampas colándonos sin pagar a algún sitio u ocupando un lugar que no me corresponde en las filas.
  • No aprovecharme de las influencias para conseguir un servicio negado a los demás.
  • Ser leal con los que compiten conmigo, reconociendo cuando he perdido.

Sergio G. Román

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