La generosidad

Todavía no cumplía los cinco años cuando, junto con mi hermano, hice mi Primera Comunión en la capilla de un convento. Nuestros padrinos eran el farmacéutico del pueblo y su esposa; ésta era bonita, elegante y muy señora. Recuerdo que había reclinatorios para nosotros cuatro al frente, junto al altar. Pronto, nuestra madrina se puso de pie y fue por un muchachito muy pobrecito, que también se había acercado a hacer la Primera Comunión, pero que no tenía reclinatorio, ni traje, ni nada. Ella le ofreció el suyo, junto a nosotros, y le regaló su propio misal, muy bello, encuadernado en fina piel y con los cantos dorados. Ese niño celebró, junto con nosotros, su Primera Comunión en nuestra misma fiesta. Ese fue mi regalo de Primera Comunión, y jamás he olvidado la generosidad de mi bella madrina, preocupada por aquel niño pobrecito. Ella nos regaló un hermoso testimonio de generosidad.

¿Qué es la generosidad? 
Si un patrón le paga a su empleado, no tiene mayor mérito, es su obligación; pero si paga a tiempo, si paga completo, si estimula, si capacita, entonces se puede decir de él que es un buen patrón. Si, además, se preocupa por la familia de los empleados, si da becas a sus hijos, si les proporciona asesoría para conseguir vivienda digna, si organiza eventos deportivos y sociales, si sacrifica sus ganancias por el bienestar de los empleados, entonces podremos hablar de generosidad. Ser generoso es dar más de lo que tenemos obligación de dar.

Ser generoso es dar el corazón
Ya siendo sacerdote, la directora de la escuela primaria donde estudié se acercó a mí con la finalidad de ofrecerme una ayuda económica para algún estudiante que no tuviera recursos para continuar su educación. La condición fue que el beneficiado no supiera quién le estaba ayudando. Gracias a ella, uno de mis feligreses pudo terminar su carrera sin saber nunca quién era su benefactora, aunque yo le pedía que rezara mucho por ella. Eso es generosidad.

¿Se necesita ser rico para ser generoso? Siempre he dicho que las casas de los pobres son elásticas: crecen ante la necesidad de dar hospedaje a alguien más. Y no sólo se abren las puertas a los familiares que llegan de lejos en busca de trabajo, sino a completos desconocidos que han llegado para que se les facilite llevar a internar a un enfermo en algún hospital, o que van de paso rumbo a Estados Unidos desde algún país hermano del sur, o a jóvenes que viven solos porque sus familias se quedaron en algún pueblo mientras ellos buscan un mejor empleo. Ellos dan su casa, su pan… ¡Y su corazón!

El amor es la fuente de toda generosidad
En mi colonia, barrio pobre y bravo, José y María sí hubieran encontrado posada en la Noche Buena. ¿De dónde viene la generosidad? Indudablemente, del amor. Un amor que trasciende ese cariño que nace de la sangre y que lleva a ver a todo hombre como a una persona digna de amar. La generosidad de algunos está sostenida por una fe religiosa, por el mandato de Jesús de amar como Él nos ama, de amar hasta dar la vida por el ser amado; pero también se da entre los no creyentes, porque así es el corazón humano, capaz de inmensos heroísmos.

Para los que creemos, la generosidad se presenta en nosotros por la simple razón de que hemos sido hechos a imagen de un Dios generoso. La generosidad se aprende. La generosidad, como todos los buenos sentimientos, es un valor que se cultiva desde la infancia y los padres, desde luego, son los primeros maestros en tan bella disciplina.

La ayuda se presta sin esperar nada
Una característica importante de la generosidad es que no se practica para recibir agradecimiento o gloria, sino por el bien de los demás, y en su felicidad está el premio. Aquí se aplica lo que decía Jesús de la limosna: que la mano izquierda no debe saber lo que hace la derecha, y que hay que dar de lo poquito que tenemos y no sólo de lo que nos sobra. Enseñamos a los niños a ser generosos cuando dan lo que todavía les gusta y no lo que ya podrían tirar a la basura.

Esas campañas de ayuda a los damnificados constituyen una maravillosa oportunidad para aprender a ser generosos. Y no sólo dando, sino también ayudando. En uno de los centros de acopio los niños del catecismo contribuyeron recolectando alimentos de casa en casa y ordenando los donativos llevados por los vecinos. Ellos dieron su tiempo y su trabajo, y eso vale más que algunas monedas.

Estamos aprendiendo a ser generosos si…:
•    Somos capaces de descubrir a una persona digna de amor detrás de la triste apariencia de un drogadicto, alcohólico o malviviente.
•    Nos interesamos en las desgracias ajenas y las vemos como propias.
•    Nos desprendemos de lo que necesitamos para aliviar una emergencia.
•    Escuchamos atentamente a los que nos piden ayuda, procurando alejar toda suspicacia malsana.
•    Damos a nuestros hijos para que ellos aprendan a dar, y los orientamos sobre cómo dar sin lastimar la dignidad de los demás.
•    Hacemos obras que benefician a la comunidad sin que tengamos obligación de hacerlas, como sembrar un árbol, arreglar o limpiar un jardín, barrer una calle que no nos corresponde, poner un letrero de advertencia ante un peligro…

Sergio G. Román

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