La familia cristiana no es fruto del consenso de los hombres, sino del diseño de Dios. Si a toda costa se quiere prescindir de Dios en la vida personal y social, el diseño de Dios sobre la familia o sobre cualquier otra realidad humana será rechazado de plano. La familia cristiana ha de ser acogida como un don de Dios, que hace bien al hombre y a la sociedad. Y, por tanto, ha de ser acogida en la obediencia de la fe, que libera al hombre de la estrechez asfixiante de su egoísmo.
La familia, según el designio de Dios, es un acontecimiento que se verifica en la historia, en el cada día de nuestra vida. Y la familia cristiana funciona, hace un bien inmenso a la sociedad y a las personas que viven así. Da estabilidad a la sociedad, le da hijos, atiende a sus miembros enfermos, cuida de sus ancianos. La familia cristiana no es un mal que hay que destruir, sino un bien que hay que proteger.
La familia, tal como Dios la ha pensado, es icono de la familia trinitaria. Es decir, es una comunidad de vida y de amor, a imagen de Dios uno y trino. Dios ha creado al hombre, “varón y mujer los creó” (Gn 1,27), con igual dignidad, distintos y complementarios. He aquí el pilar primero y fundamental de la familia. El hombre está creado para ser complementado, varón y mujer. La sexualidad le viene dada, no la elige el sujeto. Y agradeciendo el don recibido, ser varón o mujer, puede entregarse al otro para complementarle, y en la entrega al otro encuentra su propia plenitud. Así lo hizo Dios al principio y, después del pecado, así lo ha restaurado Jesucristo con el sacramento del matrimonio.
Esa unión estable del marido y la mujer les hace administradores del don de la vida. La entrega mutua de los esposos, administrando la propia sexualidad como lenguaje de amor que se entrega, convierte a los esposos en padres. Ellos son procreadores, con Dios, de nuevos hijos. En la fecundación de un nuevo ser, que se produce en el vientre de la madre, Dios concurre con la creación de un alma humana nueva. Desde el momento de la fecundación tenemos un ser humano, dotado de espíritu inmortal y de toda una fuerza genética que le desarrollará hasta ser un hombre o mujer maduro. Interrumpir este proceso natural es un crimen, es un asesinato, tanto más grave cuando más indefenso es el ser que se elimina.
En nuestro contexto social anticonceptivo y antinatalista, la familia cristiana está llamada a dar un claro testimonio del don precioso de la vida, que viene a este mundo no como producto de la manipulación embrionaria, sino como fruto del don mutuo de los esposos. No es lícita la fecundación in vitro, porque el hijo que va a nacer tiene derecho a nacer del abrazo amoroso de sus padres. Y nunca los padres tienen derecho a tener o a fabricar un hijo. El hijo es una persona, y por eso siempre es un don que desborda toda manipulación de laboratorio.
Enhorabuena a todos los jóvenes esposos que tienen hijos. Bienvenida sea esta nueva generación de familias cristianas. De ellos es el futuro. Un matrimonio joven cristiano no estará dispuesto a darlos a quienes no defiendan la familia, tal como Dios la ha diseñado. Si para ganar votos ese partido promueve o tolera el divorcio, o la uniones homosexuales, o el aborto, o la píldora del día después, o la manipulación de embriones, ese partido, sea de derechas o de izquierdas, no merece el voto de una familia cristiana.
Mons. Demetrio Fernández,
obispo de Tarazona