EMF 2009
Cuarta catequesis
Semilla que crece al amparo del hogar
La familia, nacida de la íntima comunión de vida y de amor conyugal, fundada sobre el matrimonio de un hombre y una mujer, constituye el lugar primario de las relaciones interpersonales, el fundamento de la vida de las personas y el prototipo de toda organización social. Esta cuna de vida y amor es el lugar apropiado en el que el hombre nace y crece, recibe las primeras nociones de la verdad y del bien; allí aprende qué quiere decir amar y ser amado y, por consiguiente, qué quiere decir ser persona.
La familia es la comunidad natural donde se tiene la primera experiencia y el primer aprendizaje de la socialidad humana, pues en ella no sólo se descubre la relación personal entre el «yo» y el «tú», sino que se da el paso al «nosotros». La entrega recíproca del hombre y de la mujer unidos en matrimonio, crea un ambiente de vida en el cual el niño puede desarrollar sus potencialidades, tomar conciencia de su dignidad y prepararse para afrontar su destino único e irrepetible. En este clima de afecto natural que une a los miembros de la comunidad familiar, cada persona debe ser reconocida y responsabilizada en su singularidad.
Las primeras enseñanzas
La familia educa al hombre, según todas sus dimensiones, hacia la plenitud de su dignidad. Es el ámbito más apropiado para la enseñanza y transmisión de los valores culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos, que son esenciales para el desarrollo y bienestar tanto de sus propios miembros como de la sociedad misma. En efecto, es la primera escuela de las virtudes sociales, que necesitan todos los pueblos. La familia ayuda a que las personas desarrollen algunos valores fundamentales que resultan imprescindibles a la hora de formar ciudadanos libres, honestos y responsables; allí se cultiva la verdad, la justicia, la solidaridad, la ayuda al débil, el amor a los demás por sí mismos, la tolerancia, etcétera.
Y en el principio: el amor
La familia es la mejor escuela para crear relaciones comunitarias y fraternas, frente a las actuales tendencias individualistas. En efecto, el amor —que es el alma de la familia en todas sus dimensiones— sólo es posible si hay entrega sincera de sí mismo a los demás. Amar significa dar y recibir lo que no se puede comprar ni vender, sino sólo regalar libre y recíprocamente. Gracias al amor, cada miembro de la familia es reconocido, aceptado y respetado en su dignidad. Del amor nacen relaciones vividas como entrega gratuita, y surgen relaciones desinteresadas y de solidaridad profunda.
Como demuestra la experiencia, la familia construye cada día una red de relaciones interpersonales y educa para vivir en sociedad en un clima de respeto, justicia y verdadero diálogo.
Bienes superiores
La familia cristiana hace descubrir a los hijos que los abuelos y ancianos no son personas inútiles porque no sean productivos, ni gravosos porque necesiten el cuidado desinteresado y constante de sus hijos y nietos. En este sentido, el núcleo familiar enseña a las nuevas generaciones que, además de los valores económicos y funcionales, hay otros bienes: humanos, culturales, morales y sociales, que son incluso superiores.
La familia ayuda a descubrir el valor social de los bienes que se poseen. Una mesa, en la que todos comparten los mismos alimentos, adaptados a la salud y edad de los miembros, es un ejemplo, sencillo pero eficacísimo, para descubrir el sentido social de los bienes creados. El niño va incorporando así criterios y actitudes que le ayudarán más adelante en esa otra familia más amplia, que es la sociedad.