La era de “la sociedad teledirigida”

La televisión

La televisión no sólo es instrumento de comunicación; es también, a la vez, paideía (en griego, denomina el proceso de formación del adolescente. Werner Jaeger extiende el significado del término a toda la formación del hombre)”: Giovanni Sartori en Homo videns: La sociedad teledirigida.

La nueva Caja de Pandora
El televisor, a mediados del siglo pasado, vino a revolucionar las redes comunicativas: aquellos aparatos que transmitían imágenes a blanco y negro a través de un incipiente mecanismo de bulbos implantaron una nueva manera de acercar los acontecimientos a los recién creados “televidentes”; incluso, el ocio y la diversión ampliaron su abanico de posibilidades. Ese aparato, comúnmente llamado “caja idiota” o “caja chica” y que en la actualidad en sus versiones incluye la pantalla plana y el plasma, de la noche a la mañana prácticamente se inmiscuyó en los hogares con la etiqueta de eso que suele denominarse como algo que “llegó para quedarse”: su preferencia, en contraparte con laradio, fue arrolladora y devino miles y millones de seguidores en los cinco continentes. Las distancias se achicaron y, con ello, las relaciones entre las personas entraron en un proceso de revolución que aún hoy no ha concluido.

“La era de todo lo posible”
La televisión, con sus ventajas nada desdeñables por cierto, instauró “la era de todo lo posible” y dio una avanzada importante en la creación de lo que hoy conocemos como las redes de información que pululan por todas partes: posibilitó en un dos por tres llegar a mayor número de personas alrededor del orbe en cuestión de segundos: las imágenes de lo que acontecía en otra ciudad, país o continente, eran vistas y asimiladas por todos sin distinción alguna. Todo quedaba, podría decirse, al alcance de la mano, o de la vista, según el parecer de cada uno.
Las transmisiones televisivas, de cualquier índole, nos han vendido la idea de que las posibilidades humanas no acaban en lo meramente físico, de que potenciar las ideas tienen que ver más con un fin megalómano que con lo práctico. Lo más preocupante es que hemos comprado esa idea, y no sólo la hemos comprado, sino que hoy goza de una legitimidad que la vuelve casi intocable: lo que pasa en televisión aparece etiquetado como “verdad”, “legítimo”, “único”, “avasallador”, “incuestionable”. La realidad, sin embargo, no va del todo acorde con esa línea; es evidente que el mundo real en contraparte con la ficción televisada tiene el espíritu del salmón: siempre nada a contracorriente.

El surgimiento de la teleniñera
Si atendemos lo que Giovanni Sartori nos dice al principio de este texto, la televisión desata o acelera nuestro proceso de formación: si se mira bien, como bien lo apunta el también politólogo italiano, los niños ya han estado muchísimas horas sentados frente a un televisor antes de aprender a leer y escribir.
Más allá de esta indudable presencia de los contenidos televisivos en nuestro actuar cotidiano, está el asunto del cómo: es decir, la inferencia es todavía mayor de lo que pudiera pensarse. Sartori, en su texto cita otro ejemplo que registró de una investigación: según los cálculos de un profesor estadounidense, si no hubiera televisión en Estados Unidos habría 10 mil asesinatos y 700 mil agresiones menos anuales. Aunque apunta que tal vez el cálculo no sea de fiar, señala que la influencia es totalmente real.

Hábitos televisivos
La realidad mexicana actual acusa algunos síndromes “televisivos” que no aportan mucho al desarrollo cognoscitivo e intelectual de las personas: algunos se aventuran a decir que ser teleadicto incluso va en detrimento de la calidad de vida, por la mayoría del tipo de programas y series que se proyectan; otros tantos argumentan que el televisor, apegándose a eso de “nada con exceso, todo con medida”, contribuye al crecimiento y desarrollo del espectador. Esto, como muchas otras cosas, ha de contener un ingrediente más: va a depender de cómo sea la recepción de lo visto.
Según el 3er. Informe de Calidad de Contenidos de los Medios (llevado a cabo por A Favor de lo Mejor, A.C.), la población total mexicana es de 105 millones 593 mil 180 personas, distribuidas en poco más de 26 millones de hogares; de éstos, 23 millones 368 mil cuentan con, por lo menos, un televisor. Los mexicanos televidentes, entonces, ascienden a 104 millones 405 mil, es decir, 99 por ciento del total de la población. Con todos estos datos, salta una ineludible pregunta: ¿somos adictos a la televisión en México? Lo que no suena tan descabellado es eso que algunos afirman: lamentablemente el televisor ha pasado a ser un miembro más de la familia. Incluso, aquél que goza de la mayor atención y cuidados.

Por la calidad en la comunicación
Apenas en noviembre del año pasado (día 22) se firmó el Acuerdo Nacional por una Comunicación de Calidad, cuya premisa, el mejoramiento de los contenidos que se transmiten por vía televisiva, es ya una acción que no puede postergarse ni paliarse con medidas que tiendan a disfrazar las consecuencias de una programación altamente nociva.
El acuerdo fue suscrito por gran diversidad de actores que intervienen en la elaboración y transmisión de un gran número de productos televisivos, comprometidos con una mejor televisión, con una mejor y mayor calidad en la transmisión televisiva nacional.
El contenido de los medios puede mejorar ostensiblemente si permisionarios, productores, trabajadores de los medios, dueños, patrocinadores, promotores, y, sobre todo, los televidentes, ponemos lo que esté de nuestra parte en pro de una mayor calidad televisiva que privilegie el respeto a la dignidad de la persona humana y promueva valores culturales propios de nuestra identidad nacional.

El caso de Chile
Ahí está el caso de Chile: en ese país sudamericano, en la década de los años ochenta, se dio un paradigma que ha condicionado las transmisiones televisivas en los últimos treinta años: la sociedad civil se organizó, salió a las calles e hizo escuchar su voz: mostraron su desacuerdo con los contenidos que la televisión llevaba hasta sus hogares. Los canales de televisión se vieron obligados a cambiar sustancialmente su programación: algunas emisiones fueron modificadas casi en su totalidad, otras fueron sacadas del aire con la intención de ya no transmitirlas más, y sólo algunas pocas, aquellas que gozaban de un consenso positivo, permanecieron en la cartelera diaria o semanal.
¿Quién dice que en nuestro país no puede suceder algo semejante? ¿Por qué nuestras voces no han de lograr un cambio significativo en la programación televisiva? Unir esfuerzos puede ayudarnos a dar ese paso: comencemos por decidir qué canales ver, discernir cuáles programas han de ayudar al enriquecimiento personal de los pequeños y adultos; y aquéllos que no aporten nada sustancial, sencillamente prescindir de ellos, sin importar si se trata del programa de moda, del que tiene más rating, del “más esperado”. Ver o no ver un programa, llámese película, programa musical, telenovela, caricatura, reality show, etecétera, dependerá siempre del espectador. Nosotros, hay que recordarlo siempre, como consumidores de programas televisivos tenemos la última palabra al encender el aparato receptor.

El televisor a cuadro
La televisión es un sistema que transmite, por medio de ondas en el aire, imágenes y sonido. Este sistema de comunicación fue inventado en 1926, por John Logie Baird, un físico británico.
La primera transmisión televisiva tuvo lugar en la década de los años veinte del siglo pasado, pero no fue sino hasta los años cincuenta cuando el televisor alcanzó una gran popularidad en numerosos países alrededor del mundo.
En la actualidad, la televisión es el sistema de entretenimiento e información más grande e importante a nivel mundial. El proceso globalizador ha provocado, entre otras cosas, que en todos los países del mundo exista un sistema televisivo.

Juan Fernando Covarrubias Pérez

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