La vida está llena de altas y bajas, pero cuando estas últimas duran demasiado afectan la capacidad para desempeñarse en la rutina diaria; por ejemplo, las sensaciones de vacío, aburrimiento, insomnio, desinterés, son tan fuertes que impiden disfrutar las cosas que normalmente gustan, producen disminución de energía, por lo que presentan poca o nula motivación en el ámbito laboral, y en general deterioran la calidad de vida.
Una enfermedad que no se ve pero que ahí está
La depresión afecta la condición física y mental, específicamente el estado de ánimo, lo que se manifiesta en alteraciones del comportamiento. Sin embargo, como a menudo pasa desapercibida, suele ser calificada como una enfermedad invisible o inexistente, aunque la realidad nos muestra un panorama totalmente distinto, ya que ante la falta de tratamiento la sintomatología se intensifica de manera silenciosa, trastornando la vida del enfermo y la de los seres que lo rodean.
La depresión puede llegar a ser una enfermedad incapacitante, y ocurre tanto en mujeres como en varones de cualquier edad y clase social; no obstante mujeres y aquellas personas en ciertos periodos del ciclo vital (adolescencia, menopausia y andropausia, en general en los periodos de crisis o cambios importantes) parecen ser las más afectadas. Este trastorno ataca a cada persona de manera diferente.
Muchos solamente manifiestan algunos síntomas, que pueden variar en severidad y duración. Para algunos los síntomas se manifiestan con baja intensidad y corta duración, pero para otros pueden durar mucho tiempo e intensificarse si no se sigue un tratamiento.
El sufrimiento no es una enfermedad
Tener algunos síntomas de la depresión no significa que una persona esté deprimida, y es que el sufrimiento no es enfermedad; por ejemplo, es normal que quien haya perdido a un ser querido se sienta triste y no muestre interés en las actividades cotidianas, pero sí estos síntomas persisten por un periodo largo, entonces se puede sospechar que la tristeza se ha convertido en depresión.
Este trastorno puede tener cierta predisposición de tipo genético: algunas investigaciones han demostrado que padres e hijos comparten ciertos caracteres bioquímicos, por lo que el riesgo de sufrir depresión es mayor en las familias que cuentan con un enfermo depresivo.
La ignorancia alienta su expansión
Debido al desconocimiento de los síntomas que son propios de la enfermedad, a la poca difusión, educación familiar y social, se incrementa paulatinamente el número de niños, adolecentes y adultos que tienen uno o varios episodios depresivos y se les percibe sólo como “personas nerviosas” o como un malestar pasajero.
Como consecuencia de lo anterior la enfermedad sigue avanzando, los signos y síntomas poco a poco se hacen más graves y crónicos, y empiezan a ocasionar problemas en situaciones de la vida diaria; es decir, conlleva a una situación emocional que altera el estado de ánimo; se identifica por la falta de interés en las actividades diarias, descuido en la forma de vestir y del arreglo personal, poca atención y cuidado en el trabajo, así como por ideas y pensamientos que señalan “que no vale la pena vivir”.
Cabe mencionar que los niños y adolecentes que acusan un estado de depresión, manifiestan un grado importante de desesperación, que en muchas ocasiones los lleva a experimentar y abusar de drogas que les ofrecen sus amigos para aliviar lo que ellos mismos califican como un vacío, una carencia, o algo que no logran identificar.
La depresión genera ideas suicidas
Esta enfermedad representa un grave riesgo, pues algunos enfermos experimentan ideas de autodesprecio, aislamiento, insomnio o hipersomnia; tristeza, falta de apetito o una necesidad compulsiva de ingerir alimentos; sin embargo, lo que implica mayor riesgo es la idea del suicidio, que en muchos casos es comunicada a los amigos más cercanos: “no le hago falta a nadie”, o “mejor sería morirme”. Por lo tanto, la depresión, el uso y abuso de sustancias y otros problemas propios de estas etapas del desarrollo, representan un problema de salud pública que necesita ser reconocido por los padres de familia, maestros y personas que se encuentren en contacto directo con ellos, para estar en condiciones de identificar algunas conductas que sean diferentes a las que presentan la mayoría de los niños y adolescentes.
Aunque por lo general se asocia la tristeza a la depresión, ésta suele manifestarse también con síntomas maniacos, es decir, el ánimo de los pacientes es elevado, exaltado, expansivo o malhumorado; el comportamiento es extravagante y en ocasiones ofensivo; otros síntomas son el exceso de locuacidad, fuga de ideas, una actividad sexual, laboral y social excesiva, pérdida de juicio y disminución desmedida del sueño.
¿Qué hacer si en nuestra familia alguien manifiesta estos síntomas?
- Anímelo a buscar ayuda profesional (psiquiatra y psicólogo).
- Brinde comprensión y apoyo.
- Sea tolerante.
- No refuerce la depresión diciendo “pobrecito”, “cuánto sufres”.
- Anímelo a involucrarse en rutinas saludables.
- Explíquele que no tiene la culpa de todo.
- Trate de que no tome decisiones importantes para las que no está preparado.
- Apóyelo en el tratamiento.
- Aliente en él pensamientos positivos.
- Comparta sesiones de ejercicio y relajación.
“Recuerde que el sufrimiento por una depresión es compartido y afecta a toda la familia, por ello vale la pena el esfuerzo por superarla y lograr juntos una vida plena.”
Centros de Integración Juvenil A.C.