La bondad

Me pidieron que celebrara una Misa de cuerpo presente en una vecindad de la colonia. El fallecido era un joven al que habían matado durante un robo. Él era el asaltante. Eso no era ningún secreto, ya que todos en el barrio sabíamos que era un delincuente de larga carrera. La vecindad estaba llena de gente; allí se encontraban todos los familiares y los vecinos, no faltaban sus compañeros de profesión que se hacían solidarios con él y le hacían guardia, muy en serio, junto al ataúd. La mamá del muchacho recibía el pésame y no dejaba de decir, como en una interminable letanía: “¡Tan bueno qué era!”.

Cuando me acerqué a ella, sintió la necesidad de explicarme en qué radicaba la bondad del hijo muerto: “Cuando robaba, no se olvidaba de mí, me compartía de todo lo que conseguía. ¡Tan bueno qué era!”.
¿Cómo explicarle que robar es un delito y que el hijo muerto no era más que un pobre criminal que merecía, si alguien puede merecerla, aquella muerte causada por las víctimas en legítima defensa? ¡En ese ambiente robar es una profesión como cualquiera otra!

La bondad pura
“Sólo Dios es bueno”, le decía Jesús al joven rico que lo llamó “Maestro bueno” (Lc 18, 19); y es cierto, sólo en Dios se aplica el principio de que la bondad debe ser íntegra, y que cualquier falta convierte lo bueno en malo. Los humanos emprendemos el camino hacia la bondad y es el progreso sincero el que vale ante Dios y ante los hombres, porque también somos capaces de descubrir esa bondad en nuestros hermanos. Por ejemplo, el Papa Juan XXIII, a quien unánimemente la cristiandad llamó “el Papa Bueno”.

¿Qué es la bondad?
Una cualidad que lleva al ser humano a esforzarse por lograr la felicidad propia y la de los demás. Podríamos decir que la bondad supone el amor e, incluso, que es su expresión natural. Cuando decimos que alguien es bondadoso, estamos diciendo que esa persona ve con amor no sólo a sus hermanos los hombres, sino a la Creación toda.

La bondad para con los animales y, en general, para con la naturaleza, no es más que el signo de una persona con un alma grande, en la que cabe todo el universo. En el fondo todos somos buenos, y en eso consiste lo que la Biblia llama el ser imagen y semejanza de Dios; no lo somos en cuanto a lo físico, porque Dios no tiene cuerpo, lo somos en cuanto a la bondad y a la inteligencia del Señor. ¡Cómo nos parecemos a nuestro Padre del Cielo!

Nuestra misma naturaleza, pues, nos inclina a buscar y realizar el bien, y la historia guarda la memoria de las grandes obras de nuestros héroes que pasaron por este mundo haciendo el bien a sus hermanos. Nuestra historia personal también guarda con cariño el recuerdo de las personas que se preocuparon por nuestro bien; ellos son nuestros héroes. Se aprende a ser bondadoso; aunque estamos naturalmente dispuestos a la bondad, necesitamos maestros, como Jesús, que nos induzcan en tan maravillosa “ciencia”.

La bondad se aprende sin necesidad de palabras, basta ver las obras para comprender que ser bondadoso lleva a ser feliz, aún cuando la bondad exija con frecuencia la abnegación, es decir, la renuncia a nuestro propio bien por el bien de los otros. Cuando los niños descubren la bondad en sus mayores, la admiran, la imitan y se vuelven celosos promotores de la bondad. No vayamos a confundir la bondad con la simple observancia, seca y vacía, de las normas que nos rigen, porque el que así las cumple no suele buscar la felicidad de los demás, sino su tranquilidad de conciencia y el no caer en el castigo. La bondad verdadera se apoya en el sano interés por el bienestar de los demás y del propio. A eso llamamos amar.


¿Cómo ser bondadosos?
•    Si nos interesamos en lo que otras personas nos platican y escuchamos con atención. Si saludamos con cariño y retenemos un momento más la mano de un anciano. Si le preguntamos a un niño su nombre y en qué año está. Si no criticamos a un joven por lo que a nosotros nos parecen extravagancias.
•    Si tratamos de aliviar la incomodidad de los demás, dándoles el lugar en el transporte público, recogiéndoles algo que se les cayó, dando cuidadosamente la información que se nos pide, prestando nuestra ayuda en alguna emergencia.
•    Si caminamos unos pasos más con tal de no molestar a algún animalito que se cruza por nuestro camino, si le damos de beber a una pobre plantita que se seca, si cerramos una llave que gotea.
•    Si damos nuestra ayuda económica a la Cruz Roja. Si sostenemos una obra que es necesaria. Si nos interesamos por la buena marcha de esas instituciones.
•    Si atendemos debidamente y, de pilón, con una sonrisa, a los que por nuestro trabajo debemos atender. Si a cada persona la hacemos sentir importante para nosotros.

Sergio G. Román

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