La amistad es hoy una palabra, no una virtud

 

“Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13)

 

El 14 de febrero de cada año, también conocido como el Día del Amor y la Amistad, las calles se pintan de colores rosas y rojos, de sonrisas y abrazos; las tarjetas, paletas y todo tipo de regalos son característicos de esta celebración. El día es dedicado a los amigos y a las personas más amadas, pero ¿es correcta la forma en que lo celebramos?

 

Un mundo material

En un mundo herido por la violencia, el individualismo y la injusticia se vuelve complicado vivir los dones de Dios. La amistad, vital para el hombre, se desmorona cada día y se manipula de tal forma que ahora solo es una palabra y no una virtud.

La realidad sobre las relaciones humanas es clara: familias desintegradas, jóvenes incrustados en mundos ficticios, hombres tragados por la rutina, finalmente robots caminando sin sentido y en lugar de que días como estos unan a las personas, únicamente dispersan y las encierran en un ámbito comercial.

En la actualidad, el valor que le hemos dado a lo material es mayor que el que se le da a lo espiritual. La publicidad ha cambiado nuestro razonamiento, llevándonos a ocultar, detrás de todo objeto, el verdadero sentir; y nos ha convencido de que la mejor forma de manifestar el amor es mediante obsequios.

¿Cómo vivir la auténtica amistad?

En el Día del Amor y la Amistad dedicamos el tiempo a nuestros amigos, ¿y qué hay de nuestros enemigos? Amamos a quienes nos aman, ¿y los que no son amados?

Jesús dijo: “Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen” (Mt 5, 44). Jesús sirvió, perdonó y se entregó a la muerte, enseñó a sus discípulos a amar verdaderamente y con ello nos demostró que la amistad se basa en acciones.

Aprendamos, pues, a compartir todo momento –sea bueno o malo–, a corregir cuando es necesario, a apartar todo mal de nuestros hermanos y, sobre todo, a dar frutos que alimenten a la humanidad.

Recordemos que la amistad no solo incluye a nuestros seres más cercanos, sino también a los olvidados, los pobres y a quienes son odiados, es ahí donde radica la belleza de este don.

 

Julyssa Gómez

 

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