Ya están en el libro de los Santos
Medio millón de personas asistieron a la Plaza de San Pedro a la ceremonia de canonización de los ”dos Papas Santos”: Juan XXIII y Juan Pablo II, a las que hay que sumar las trescientas mil que han visto la ceremonia en las pantallas gigantes distribuidas en la ciudad de Roma y millones por televisión en todo el mundo.
Peregrinos de todas partes
Ya desde las cinco de la mañana, hora de la apertura, la Plaza y sus alrededores estaban repletas de peregrinos procedentes de todo el mundo, si bien los procedentes de Polonia representaban uno de los grupos más numerosos. A ellos se han sumado las delegaciones oficiales de más de 100 países, más de veinte Jefes de Estado y numerosas personalidades del mundo de la política y la cultura.
Los tapices con los retratos de los dos Papas -los mismos utilizados para las respectivas beatificaciones- presidian la portada de la basílica mientras en la Plaza, adornada con más de 30.000 rosas procedentes de Ecuador, y en la Vía de la Conciliación cientos de miles de fieles se preparaban para la celebración rezando la corona del rosario de la Divina Misericordia, intercalada con textos del magisterio de ambos pontífices y precedida por el Himno al beato Juan XXIII ”Pastor bueno de la grey de Cristo”. El rezo ha finalizado con el Himno al beato Juan Pablo II ”Abrid las puertas a Cristo”.
Inscritos en el catálogo de los santos
Bajo una lluvia intermitente y mientras se rezaban las letanías invocando la protección de los santos comenzó la procesión de los cardenales y obispos concelebrantes que antes de ocupar sus puestos han saludado al Papa emérito Benedicto XVI, el cual ha concelebrado también con el Santo Padre. El Papa Francisco ingresó en la Plaza y antes de proceder al rito de la proclamación de los nuevos santos, se dirigió al Papa emérito para abrazarlo.
Instantes después el cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, acompañado de los postuladores solicitó al Papa Francisco que inscribiera el nombre de los dos Papas beatos en el Catálogo de los Santos y el Santo Padre pronunció la fórmula de canonización por la que serán devotamente honrados entre los Santos en toda la Iglesia.
A continuación fueron presentados al Papa los relicarios de los nuevos santos, que han permanecido expuestos en el altar durante la celebración: el de Juan Pablo II, contiene una ampolla con su sangre y para Juan XXIII se ha fabricado uno gemelo ya que durante su beatificación, el 3 de septiembre del año 2000, su cuerpo todavía no había sido exhumado.
Las llagas escándalo para la fe
Después de la proclamación del Evangelio, el Santo Padre pronunció la homilía en la que definió a San Juan XXIII como ”el Papa de la docilidad al Espíritu Santo” y a San Juan Pablo II como ”el Papa de la Familia” , habiendo recordado antes que ”en el centro de este domingo, con el que se termina la octava de pascua, y que Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, están las llagas gloriosas de Cristo resucitado”.
”Él -ha dicho- ya las enseñó la primera vez que se apareció a los apóstoles la misma tarde del primer día de la semana, el día de la resurrección. Pero Tomás aquella tarde no estaba; y, cuando los demás le dijeron que habían visto al Señor, respondió que, mientras no viera y tocara aquellas llagas, no lo creería. Ocho días después, Jesús se apareció de nuevo en el cenáculo, en medio de los discípulos, y Tomás también estaba; se dirigió a él y lo invitó a tocar sus llagas. Y entonces, aquel hombre sincero, aquel hombre acostumbrado a comprobar personalmente las cosas, se arrodilló delante de Jesús y dijo: ‘Señor mío y Dios mío’”.
”Las llagas de Jesús son un escándalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: ‘Sus heridas nos han curado’”.
Papas que dieron testimonio de Cristo
”San Juan XXIII y San Juan Pablo II -ha exclamado- tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano, porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresia del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia.
Fueron sacerdotes, obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos fue más fuerte la misericordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; más fuerte la cercanía materna de María.
En estos dos hombres contemplativos de las llagas de Cristo y testigos de su misericordia había ‘una esperanza viva’, junto a un ‘gozo inefable y radiante’. La esperanza y el gozo que Cristo resucitado da a sus discípulos, y de los que nada ni nadie les podrá privar. La esperanza y el gozo pascual, purificados en el crisol de la humillación, del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores hasta el extremo, hasta la náusea a causa de la amargura de aquel cáliz. Ésta es la esperanza y el gozo que los dos papas santos recibieron como un don del Señor resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al Pueblo de Dios, recibiendo de él un reconocimiento eterno”.
Restauradores de la Iglesia
“Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisionomía originaria, la fisionomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia. En la convocatoria del Concilio, San Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado por el Espíritu Santo. Éste fue su gran servicio a la Iglesia; por eso a mí me gusta recordarlo como el Papa de la docilidad al Espíritu”
”En este servicio al Pueblo de Dios, Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene”.
”Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios -ha concluido- intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama”.