Jóvenes de corazón

Las Andanzas de Don Juan 

No puedo contener mi emoción ahora que voy a platicarles del lugar que me vio nacer, o como decían en mis tiempos, donde quedó mi ombligo. Antes era conocida como la bella airosa: Ixtlán de Buenos Aires (Nayarit), pero ahora lleva el nombre de Ixtlán del Río, debido a dos ríos que cruzan su territorio (Río Grande y Río Chico). Quisiera hablarles de su zona arqueológica, “Los Toriles”, de sus nieves de garrafa y demás atractivos; mas en esta ocasión voy a contarles que anduve en las fiestas de Cristo Rey, celebradas el pasado 25 de octubre (último domingo del mes).

Dichas fiestas se conmemoran en el cerro de Cristo Rey, al que se asciende a través de una escalinata de 544 escalones; aunque también se puede llegar en carro –hasta merito arriba–. Nuevamente, apelé a mi condición física para trepar las escaleras, y, no me lo van a creer; pero cada vez que voy, siento como que le ponen más escalones.

¡Y ahí vamos toda la gente! –el sábado por la noche–, en procesión con el Santísimo, desde el templo parroquial dedicado a Santo Santiago Apóstol, hasta la capilla del cerro de Cristo Rey. Yo con más devoción que condición… y ¡ay Virgencita!… ahí viene el primer escalón, y luego el segundo, y así sucesivamente… todo mundo cantando: “Que viva mi Cristo, que viva mi Rey, que impere doquiera triunfante su ley”. Les soy sincero, no tardé en dejar de cantar, porque el aire que respirábamos no alcanzaba para todos.

En una pausa que hice –para descansar–, me alcanzó un excompañero de la secundaria –le decíamos Polín–, al que tenía años sin verlo, y del gusto hasta de abrazo nos saludamos. Yo le dije: ¿cómo le haces?, sí que te mantienes en forma, estás más flaco; a lo que me contestó: no, Juanillo (así me llamaban en la escuela), ya casi ni te la cuento, me enfermé de dengue hemorrágico, del más malo…dizque se me bajaron mucho las plaquetas.

 

En eso estábamos cuando nos alcanza otro compañero de la escuela, ¿Mario?, qué digo Mario, ¡Mariote! –bien repuestito–. Y al querer saludarlo, me dice: ¡espérate, Juanillo!, de lejitos… y que le digo: ¿y ahora qué mosca te picó?, porque el mosquito del dengue no creo… a lo que me contesta: fíjate que mi señora se enfermó de influenza… ésa que anuncian en la tele (AH1N1), y por si las dudas, mejor de lejitos. Si que están de moda esas enfermedades, por todos lados las oigo mentar.

Juntos, seguimos subiendo las escaleras… y los tres jóvenes –de corazón–, como potrillos, no hicimos caso del dicho: “más vale paso que dure,  y no trote que canse”. Nos queríamos demostrar uno al otro, que la vejez aún no nos había llegado; pero en escasos peldaños, el cansancio se hizo evidente. Mario, con sus kilitos de más fue el primero en parar, y entre el ruido de los cohetes y los cantos de la procesión, nos gritaba: ¡las cañas, las cañas!… y Polín le respondía: por eso estamos como estamos, nomás piensas en tragar, arriba compramos unas bolsitas; y seguía gritando: no, mis piernas, que parecen cañas, ya no aguantan, ¡me está dando un calambre!

De inmediato lo auxiliamos; yo le decía con insistencia: ¡ánimo, Mario!, ¡ánimo! …acuérdate que: “donde el corazón se inclina, el pie camina”; pero aquí el dicho no funcionó, pues prefirió devolverse. Dijo que al bajar conseguiría un taxi y arriba nos veíamos… a lo que le contesté: allá te esperamos, para pedirle a Cristo Rey por todos los enfermos de influenza y dengue. Si nos unimos en la oración, tendremos más influencia.

Y cumplió… cuando subimos, ahí estaba esperándonos, con ¡tres bolsas de cañas! Luego, luego que le entro a las cañas… y le digo a Polín: llégale, están bien dulces, éstas te van a subir las plaquetas… a lo que me dice: ésas ya no me preocupan, lo que me preocupa es que si están duras –las cañas–, se me bajen “las placas” de los dientes. Pues, si te sirve de consuelo –dijo Mario–, yo tengo más “puentes” en mis muelas que todo Ixtlán  y sus dos ríos.

Ya estábamos bien entrados en ambiente, cuando les dije: guarden sus bolsitas, al rato le seguimos, que primero está lo primero. Nos metimos a la capilla a adorar al Santísimo –toda la noche estuvo expuesto–. Como a las dos de la mañana nos salimos para regresar a nuestras casas –por supuesto que en taxi–; pero, antes, le dimos mate a las cañas y no faltó la “vacilada”. Ahí comprobé que “la alegría rejuvenece y la tristeza envejece”; pues no sentimos ni la desvelada, ni la serenada.

Como ven, son bonitas las fiestas de Cristo Rey, y qué decirles del reencuentro de tres viejos amigos –jóvenes de corazón–, que a pesar de nuestro deterioro físico, propio de la edad, podemos brindar a los demás: experiencia, sabiduría, paciencia y afecto puro, “de lo bueno, que el mundo debería estar lleno” y no de enfermedades como el dengue y la influenza, que no respetan la edad. Cuídense y los espero en la próxima edición.

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Comentarios al autor:  ( andanzas@lasenda.info )

 

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