Jesús también fue migrante

“Mira tu camino, a los niños olvidados, perdidos, dales la mano para llevarlos a otro mañana”. Con esta estrofa inicia una de las canciones de la película francesa Los coristas (Les choristes), donde un profesor, Clément Mathieu, trata a toda costa de cambiar la vida de varios niños (que se encuentran en un internado para infantes indisciplinados) a través de su sentido del humor, su amabilidad, pero sobre todo con la música.

Todos podemos hacer algo por los niños

A pesar de que al profesor no le correspondía formar un coro, sino impartir la materia de Historia, en su corazón se despertó un sentimiento mayúsculo por ayudar a los pequeños a pasar un rato inolvidable mientras él tuviera una relación con ellos. Los coristas es una historia de vida que resalta el valor de la caridad y la compasión ante la férrea disciplina a la que son sometidos los menores. Pero la trama del filme sirve para situarnos en el contexto de que todos podemos hacer algo por los niños valiéndonos de nuestras capacidades, sin dejar de lado el reto que implica, pues no podemos descartar la idea de que la injusticia, el abandono o el maltrato del que son víctimas genera rebelión o inhibición en el comportamiento de las niñas y los niños.

Al releer esa estrofa es inevitable evocar la imagen de muchos niños que vemos en la calle en México, haciendo malabares, en los camiones interpretando una canción o actuando un número gracioso, vendiendo dulces en los mejores de los casos, porque en otros piden limosna, cargan ladrillos, cortan caña en el campo, cosechan chile, tabaco, pizcan algodón, etcétera; aquí son todavía más invisibles a nuestros ojos y más de nuestro corazón.

“Dales la mano para llevarlos a otro mañana…”

Al interpretar la letra de la canción: llevarlos a otro mañana es un escenario mejor que el que los niños, nuestros niños, viven en estos tiempos, porque es una responsabilidad compartida, más que impuesta por leyes y tratados por el sentido común; sin embargo, aún nos falta disposición.

Si la humanidad tuviera el corazón del personaje ficticio de Clément Mathieu de volver los ojos a los niños olvidados, víctimas de los azotes de las guerras o de la hambruna, niños como Aylan Kurdi, el niño migrante encontrado en las playas de Turquía y que provocó un gran sentimiento de dolor y derrota alrededor del mundo, vivirían con mejores oportunidades en su tierra, pero tristemente vemos “humanos” pero no “humanidad”.

Más cerca de lo que pensamos, en nuestras ciudades mexicanas hay niños como Aylan, que sin ser fotografiados sí son privados de la vida lentamente, se entierra de forma paulatina su infancia, su inocencia o su esperanza por vivir en un mundo mejor, donde lo único que necesitan es que se respete esa etapa de la vida tan efímera pero tan importante para el desarrollo de cualquier ser humano; que lo único que deberían acumular son recuerdos de amor que los adultos deberíamos tener hacia ellos.

 

También ayudar a los migrantes en México

Haciendo un paréntesis, a raíz de la crisis humanitaria y del éxodo hacia Europa, agudizado por la guerra en Siria y países de Oriente medio o de África, el Papa Francisco ha hecho un llamado a que las parroquias europeas den asilo a los exiliados, pero el llamado también debemos entenderlo nosotros con los migrantes centroamericanos o nacionales que pasan por nuestras ciudades en búsqueda de una vida mejor; debemos sentirnos “privilegiados” por tenderle la mano a nuestros hermanos que huyen de la condiciones de miseria, teniendo presente que a quien se le tiende la mano es al mismo Jesús, quien siendo pequeño también tuvo que emigrar junto con José y María.

No nos detengamos a cuestionar o analizar la razones por las que un migrante, un niño o un indigente ha caído en desgracia o se mantiene en ella, y sin importar el motivo y movidos por la fe y el amor extendamos una mano y consideremos la real posibilidad de que nuestro servicio puede ser instrumento de vida, vida que se puede traducir en un conocimiento del amor que Dios tiene para esas personas que se sienten y saben olvidadas.

Volvamos la mirada a la cruz y preguntemos con sencillez y sinceridad: Señor, ¿en qué te puedo servir? Todos, sin excepción, tenemos bondad, que independientemente a que se oculte o desatienda en otra cosa, siempre estará allí.

FUNDAVID es un espacio para todos aquellos que sientan en su corazón un llamado especial para servir a Jesús a través de los niños que por alguna razón también dejaron sus hogares y ahora viven bajo el techo que Dios les ha provisto a través de nosotros.

 

FUNDAVID

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