El ser humano, con el fin de poder dar a los suyos una vida más cómoda, con menos necesidades en cuanto a vestido, alimento, salud y diversión, se afana, si es honrado, a trabajar, a veces de sol a sol, sin importarle la fatiga, las inclemencias del tiempo, las vicisitudes que la índole de su trabajo trae consigo.
Su anhelo primordial es ver a esposa, hijos, padres y demás dependientes suyos con rostros de satisfacción y alegría; le gratifica todo su esfuerzo el sentir tanto en su cuerpo como en su alma el amor, la gratitud y la admiración que despierta en ellos y que los hace recibirlo con los brazos abiertos.
Algo más que lo hace contarse entre los seres intachables es el hecho de que nunca busca en su trabajo o en sus peticiones al Creador, cuando junto a su familia dedican un rato a la oración, el que se le conceda tener una fabulosa fortuna con la cual sobresalir de entre los potentados del lugar en que viva; pide solo aquello que cristianamente sea benéfico y bastante para sus vidas.
Dije que si es honrado, hace eso; todo lo contrario de aquellos que llegan al delito, al despojo, al fraude, al engaño y hasta el homicidio por tal de acaparar riquezas tanto en metálico, como en bienes muebles e inmuebles, y después de depredar aún se jactan de su obra.
Esta reflexión me hizo escribir hace días el siguiente soneto:
Mira al avaro…
Mira al avaro en sus riquezas, pobre;
de falsos lujos y poder ahíto;
algo le falta ahora al pobrecito.
El oro en su poder se torna en cobre.
No tiene paz por mucho que le sobre
y vive en su riqueza tan contrito
que muere sin sentir, paso a pasito
envidiando la vida de los pobres.
Pues sabe en su interior que ocupado
en cuidar sus tesoros, se ha pasado
a su espíritu dándole pobreza.
Y comprende también que su castigo
es no tener la gloria del mendigo
que imita al Redentor y halla riqueza.
Parcifal