“Ustedes serán llamados Sacerdotes del Señor, ministros de nuestro Dios se les llamará”. Is 61, 6.
Hoy, martes santo, nos hemos reunido para celebrar la comunión de la Iglesia, bajo el signo de los presbíteros en torno al Obispo, que son próvidos colaboradores en el ministerio pastoral, pero también con la presencia de la Iglesia pueblo de Dios representada por los diáconos, consagradas y laicos.
En esta Eucaristía se consagra el Santo Crisma, mismo que se utiliza para ungir a los recién bautizados, sellar con el Espíritu Santo a los confirmados, ungir las manos de los presbíteros, la cabeza de los Obispos y los altares en su dedicación. También se bendice el óleo de los catecúmenos, quienes se preparan y disponen al bautismo, y finalmente, el oleo de los enfermos, quienes reciben alivio en su debilidad física.
También escuchamos en la segunda lectura: “Aquel que nos amó y nos purificó de nuestros pecados con su sangre y ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para Dios su padre” (Ap 1, 6), recordándonos que por el bautismo, Cristo comunica la dignidad del sacerdocio real a todo el pueblo redimido, pero con especial predilección y mediante la imposición de las manos, elige a algunos de los hermanos y los hace participes del sacerdocio ministerial, a fin de que renueven – en su nombre-, el sacrificio redentor, preparen el banquete pascual, fomenten la caridad en el pueblo santo, lo alimenten con la palabra, lo fortifiquen con los sacramentos, y den testimonio de fidelidad y amor, reproduciendo en sí la imagen de Cristo (Cfr. Prefacio).
Queridos hermanos sacerdotes, Dios nos ha confiado el cuidado pastoral de su pueblo; yo hoy los invito a renovar la gracia que recibieron el día de su ordenación sacerdotal. Recuerden que son presencia viva y sacramental de Cristo en medio de su pueblo, actúan en su nombre, son profetas del Altísimo, administradores de los misterios de Dios, y pastores de su pueblo. Vivan caridad pastoral, es decir, la entrega total de amor al pueblo de Dios que se nos ha confiado, trátenlo con la cercanía y ternura de Dios, jamás lo maltraten, anuncien la buena nueva a los pobres, den libertad a los cautivos y proclamen el año de gracia del Señor. Y en este tiempo de pandemia, especialmente, consuelen a los que sufren, atiendan a los enfermos y anuncien la esperanza de que, después de la muerte, viene la glorificación: Cristo que murió y resucitó para librarnos del pecado y de la muerte, nos da vida eterna y nos devuelve a la inmortalidad. Les recuerdo, trabajamos para el personaje más importante de la historia, Cristo el Buen Pastor, Señor y Dueño de cuánto existe, y Él mismo ha confiado en nostros para cuidar y hacer fructífera esta empresa vital: su Reino y la salvación de todos los seres humanos. Así sea.
+Luis Artemio Flores Calzada
VIII Obispo de Tepic.