Homilía del Nuncio Apostólico, “Yo soy el buen Pastor”.

Homilía de Mons. Christophe Pierre en la toma de Posesión Canónica de Mons. Ricardo Watty Urquidi como Obispo de la Diócesis de Tepic

Tepic, Nay. México, 11 de abril del 2008.

Eminentísimo señor Cardenal Juan Sandoval, Arzobispo de Guadalajara, Don Alfonso Robles Cota y usted, Don Ricardo, a quien el Santo Padre ha llamado como nuevo Pastor de la Iglesia de Tepic. Señores Cardenales, Arzobispos, Obispos, Sacerdotes, Religiosos y Religiosas. Distinguidas autoridades civiles. Hermanas y hermanos aquí presentes.

Hace 27 años, el Papa Juan Pablo II enviaba a esta tierra al querido Don Alfonso, quien, desde entonces, ha acompañado a esta Iglesia amando a su pueblo y entregándole toda su vida. En nombre del Santo Padre y de todos ustedes, quiero agradecer profundamente a Don Alfonso por el servicio, bien hecho, que como podemos ver, ha producido frutos generosos de comunión y de vida.

Le toca ahora a usted, Don Ricardo, recibir esta preciosa herencia y hacer fructificar las semillas plantadas por su digno predecesor, y también, continuar la misión en estos tiempos nuevos. Usted ha ya recorrido un largo camino de vida religiosa, sacerdotal y episcopal. Como en el día de su profesión religiosa, cuando usted se entregó a una existencia de misionero en la Congregación de los Misioneros del Espíritu Santo, que es un orgullo de esta nación y de esta Iglesia mexicana. Viene a nuestra memoria, a este propósito, cómo Nuño de Guzmán, al fundar esta ciudad en 1531, quiso llamarla “Ciudad del Espíritu Santo”; pequeños signos, si queremos verlos y considerarlos así, de la Providencia que hoy, Excelencia, la trae aquí.

Usted, también hoy responde a una nueva llamada: “Aquí estoy, mándame” (Is 6,8). No es la primera vez que pronuncia esta frase. Lo hizo cuando, hace 28 años, fue llamado a servir como Obispo Auxiliar, a la Arquidiócesis de México, y cuando, hace 18 años, fue llamado a fundar la Iglesia de Nuevo Laredo. Nuestras vidas son siempre conformadas por la llamada de Cristo, y la eficacia de nuestro ministerio depende también de la disponibilidad con la cual obedecemos a esta persona que para nosotros es Camino, Verdad y Vida,. Con esta nueva misión episcopal que usted hoy inaugura en la Iglesia de Dios que vive y peregrina en Tepic, la Providencia nuevamente lo coloca como cabeza y guía de otra parte del pueblo de Dios que hay que conducir fortiter et suaviter; con la firmeza y, al mismo tiempo, con la ternura de Cristo, único y perfecto sacerdote que nunca tramonta (Cfr Eb. 7, 24).

En su homilía de la Misa Crismal del pasado Jueves Santo, el Santo Padre Benedicto XVI ha evidenciado dos aspectos del sacerdote que contra distinguen bien al Obispo. El Santo Padre dice que el sacerdote está “enfrente al Señor”, es decir, abandonados totalmente en Dios; el Papa recuerda que, como dice el Deuteronomio, los sacerdotes de la antigua alianza no recibían porción alguna de herencia, y vivían “de Dios y para Dios”, permaneciendo constantemente a su disposición, totalmente orientados a Él y ocupados de las cosas de Dios; al mismo tiempo el Papa recuerda otro significado del ser sacerdote: es aquel que está “de pie”, como el centinela que vigila; él, por una parte, está siempre atento a recoger los signos que Dios envía y, por otra, a las exigencias de su pueblo que camina por la senda de la salvación.

La figura y la misión del obispo, por lo tanto, exigen una atención vigilante que, reforzada por la acción del Espíritu de Dios, lo guíe en esta doble misión de abandono en Dios y de búsqueda continua de su voluntad y del bien de su pueblo: el obispo está llamado a entregarse, plena y confiadamente, a estas dos realidades.

El modelo de su ministerio es el Buen Pastor, como escuchamos hace poco en la proclamación del Evangelio de esta liturgia: “Yo soy el buen pastor” (Gv. 10, 11): en este día, en esta Iglesia local a la cual llega hoy un nuevo obispo, creo que la imagen del Buen Pastor merezca ser contemplada.
Utilizo a propósito esta palabra, contemplación, porque el texto griego de este evangelio nos propone otro adjetivo en lugar del de buen pastor: el adjetivo kalós, que significa hermoso: Jesús es el pastor hermoso… y en esta belleza de Cristo, nosotros podemos y debemos intuir la belleza del sacerdote, del obispo, en cuanto representación sacramental (PdV 15), de aquel único pastor que es Jesucristo.

La parábola del Buen Pastor es ciertamente una de las más significativas de todo el evangelio: en ella encontramos varios personajes: las ovejas, el asalariado, el lobo…, pero, sobre todo, el pastor. Y mientras Jesús habla del hermoso Pastor, ciertamente evoca en su corazón el canto del Salmo 22, muy conocido por Él, y que nosotros también tenemos, hoy, orando con el Salmo Responsorial: “El Señor es mi pastor, nada me falta”…: la memoria es aquella de una historia, la del antiguo Israel, en el cual es Dios mismo quien guía a su pueblo, como hace un pastor con su rebaño.

Pero la imagen del Buen Pastor reenvía, además, a una singular relación interpersonal: Él no es un extraño a sus ovejas, como ellas no le son extrañas a él: “Yo soy el Buen Pastor porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como yo conozco al Padre” (ibid. 15,15). A la raíz de la vida de Jesús hay una relación viva: aquella con el Padre; misma que le permite conocer a las ovejas: Así debe ser también para el Obispo: de la relación con Dios Padre, debe brotarle la capacidad de relacionarse con su grey, con el mismo corazón de Dios: ¡si el Pastor conoce a sus ovejas, podrá conducirlas!

Pero el conocimiento que un Buen Pastor necesita no es simplemente el formal, sino el conocimiento que brota de la relación que él debe tener con Dios y que, en el diálogo fecundo de la oración, le permite encontrar a cada una de sus ovejas, orando por ellas, aprendiendo a amarlas como las ama Jesucristo.
Desde este amor personalísimo que el Pastor siente por cada una de sus ovejas, modelado en el ejemplo del mismo amor de Cristo, brota la fuerza y la valentía para dar la vida por ellas: “Yo doy la vida por mis ovejas” (Ibid.), y esto reclama, en la vida del Obispo, otra gran verdad cristiana que lo configura a Cristo: demanda y entrevé, en su vida, la sombra de la cruz…

La sombra de la cruz no es prerrogativa típica de un Obispo o de un sacerdote; la cruz, el sufrimiento, penetran en la vida de cada uno de nosotros; sin embargo, la aceptación de la cruz, hecha con amor, que es deber de cada cristiano, debe llegar a ser particularmente visible en la vida del Obispo; precisamente porque él, con su existencia, con su palabra y con sus gestos, manifiesta la total donación que Cristo ha hecho de sí mismo, en obediencia a la voluntad del Padre; donación extrema que aparece claramente en el calvario, ápice de la revelación, el símbolo más dramático del cuerpo partido y de la sangre derramada para la vida del mundo: por las ovejas…
En este sentido podemos también comprender, entonces, la referencia a la primera lectura de esta nuestra liturgia, en donde la visión del Apocalipsis, de Juan, nos conduce al testimonio de la fe vivida como martirio, es decir, como apasionada adhesión a la cruz de Cristo, el Cordero inmolado, y representada simbólicamente por la muchedumbre de gente que, reunida ante su trono, viste túnicas blancas, purificadas, a través de la Gran persecución, en la sangre misma del Cordero (cfr. Ap. 7,14).

La misión del pastor, por lo tanto, es una misión totalizante que involucra toda su vida, hasta las más secretas y ocultas fibras de su mente, de su corazón, de su ser; y en la que la conformación a Jesucristo proyecta dentro de la existencia del pastor, un doble martirio: ante todo, el pastor está llamado a ser, como Cristo, pan partido para la vida del mundo, allá donde, dar la vida, es solamente el gesto extremo de una vida ya donada con los pensamientos, con la voz, con el corazón, con la mirada: el Buen Pastor ve, conoce, llama, busca y da la vida…
Pero hay un segundo martirio que hay que tomar en cuenta en el camino de una existencia donada a los hermanos por amor a Cristo y a imitación de Cristo: el amor no se agota dentro del perímetro, frecuentemente estrecho, de los rostros conocidos de una comunidad; como nos recuerda la Exhortación Apostólica Pastores dabo vobis, “El don de sí no tiene fronteras, estando marcado del mismo impulso apostólico y misionero de Cristo, el buen pastor” (PdV N. 23).
Por ello, el horizonte de la caridad pastoral de un Obispo es aquel de una comunidad jamás perfecta de la que nunca podrá sentirse totalmente satisfecho: su ser pastor lo empujará siempre hacia nuevos horizontes, hacia nuevas ovejas por conquistar al amor de Cristo: recordemos de nuevo el evangelio de hoy: “Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil y es necesario que las traiga también a ellas” (Jn 11.16).
Un obispo, un sacerdote, un pastor, nunca podrá darse por vencido al ver que, aunque fuese una sola de sus ovejas, está aún fuera del redil…
Mientras acogemos a Mons. Watty en medio a esta nueva comunidad cristiana que la Providencia de Dios le confía, no nos olvidemos de rogar por él, para que, día a día, en medio a ustedes, con la gracia del Espíritu Santo, prosiga en sí mismo aquella obra de conformación con Cristo, Buen Pastor, que lo ha constituido y enviado en medio a su grey, para que sea capaz de dar su vida por ustedes, de consumirse a sí mismo por vuestra salvación, para que esta Iglesia de Dios, que vive y peregrina en Tepic, camine segura ante las pruebas de la vida, bajo la guía de su pastor, al encuentro con Cristo en el reino de cielos.

La Virgen santísima, Reina de los Apóstoles, reciba y presente al Hijo divino estas nuestras oraciones; Ella, Virgo Fidelis, que se entregó totalmente a la voluntad de su Señor, obtenga a Mons. Watty y a todos y cada uno, la gracia de perseverar dócilmente, hasta el ocaso de nuestros días terrenales, en la realización de la voluntad del Padre y en el abandono confiado a Él.
Amen.

 

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