Hoy iniciamos el tiempo de la Cuaresma, tiempo de renovar nuestros corazones, a partir de la invitación de Dios, invitación que es para ti y para mí, para todos. Este invitación es constante y permanente, pero cuando nos olvidamos de Dios, le damos la espalda y hacemos nuestra vida conforme a los criterios del mundo, nos dañamos y dañamos a los demás; de aquí surgen los males que conocemos: egoísmos, soberbia, violencia, abusos e injusticias. Pero nuestro Dios, bondad infinita, nos presenta nuevamente su misericordia, y espera con los brazos abiertos que nos decidamos a volver él, para hacernos nuevas creaturas, para sanar el corazón.
Para eso es la Cuaresma, para reconciliarnos con Dios. A Jesús, siendo justo, Dios lo hizo pecado, para que unidos a Él, recibiéramos la salvación y nos volviéramos santos. No hay mejor manera de expresar el inmenso amor del Señor, que enviando a su Hijo, destruye el pecado y nos libra de la muerte. Cristo, muriendo y resucitando nos da Vida Nueva y plena. Ésta es la fiesta de la Pascua, el paso de la muerte a la vida, y así mismo, Cristo nos invita a pasar por de la miseria a la vida en abundancia. La Pascua es la fiesta de la libertad.
Cuando fuimos creados, formados con polvo de la tierra, Dios infundió su Espíritu y nos creó para la inmortalidad, misma que perdimos por la desobediencia, por eso hoy inciiamos este tiempo, recibiendo un poco de ceniza, como recordatorio de nuestra naturaleza fragil, de la incomodidad del pecado pero también como signo de que queremos renunciar a él para volver a Dios y participar de la vida nueva que nos trae Cristo.
Durante la Cuaresma, se nos invita a practicar el ayuno, la limosna y la oración. En el ayuno, así como nos privamos del alimento corporal, en señal de ofrenda a Dios y trabajo de nuestra voluntad, también nos alimentamos de la Palabra y de la Eucaristía. Sin embargo, también debemos ayunar de hacer el mal, es decir, quitar la palabra ofensiva con nuestros hermanos, el gesto amenzador y las injusticias.
En la limosna, compartimos con aquellos que necesitan, los bienes que Dios nos ha regalado, no dando aquello que ‘nos sobra’ o ‘no nos gusta’, sino compartiendo lo más apreciamos y deseamos.
Mientras que la oración, es el diálogo con Dios; estamos invitados a intensificar este encuentro y así fortificar el espíritu, de esta manera, venceremos las tentaciones, daremos fruto.
Iniciemos, pues, esta Cuaresma mirando a Dios, para descubrirnos ante Él, pecadores y necesitados de misericordia. Comencemos por querer abandonar el mal, buscar reconciliarnos con nuestros hermanos y practicar con ímpetu las obras de misericordia; y digámosle con el salmista: “misericordia Dios mio, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa, lava del todo mi delito y crea en mi un corazón puro”. Así sea.
+Luis Artemio Flores Calzada
VIII Obispo de Tepic.