La Asunción de María
Mediante esta página de La Senda el equipo del CECAT tiene la oportunidad de ofrecer a los catequistas algunas pistas u orientaciones para seguir trabajando en esa grata tarea que tenemos en nuestra vida: la santidad.
En este artículo seguimos contemplando a la Santísima Virgen María en su perfil de Madre, bajo la advocación de la Asunción de María. Esta celebración es un día de alegría y nos manifiesta que Dios ha vencido. Que el amor ha vencido. Ha vencido la vida. Se ha puesto de manifiesto que el amor es más fuerte que la muerte, que Dios tiene la verdadera fuerza, y su fuerza es bondad y amor.
En el cielo tenemos una madre
La Madre del Hijo de Dios. Él mismo lo expresa cuando, al dirigirse al discípulo y en su persona a todos nosotros: “He aquí a tu madre”. El cielo está abierto, tiene un corazón.
En la celebración litúrgica del 15 de agosto escucharemos el Magníficat; este gran poema que brotó del corazón de María, inspirada por el Espíritu Santo. En este canto maravilloso se refleja toda el alma, toda la personalidad de María. Podemos decir que este canto es un retrato, un verdadero icono de María, en el que podemos verla tal cual es.
Destacamos dos puntos de este gran canto: comienza con la palabra Magníficat: mi alma “engrandece” al Señor; es decir, proclama que el Señor es grande. María desea que Dios sea grande en el mundo, en su vida; que esté presente en todos nosotros. Ella sabe que si Dios es grande también nosotros somos grandes, eleva nuestra vida y la hace grande con el esplendor de Dios.
Con María debemos comenzar a comprender que es así. No debemos alejarnos de Dios, sino hacer que Dios esté presente en nuestra vida; así seremos divinos: tendremos todo el esplendor de la dignidad divina.
¿Nuestros pensamientos son los de Dios?
Engrandezcamos a Dios en la vida pública y en la vida privada. Eso significa hacer espacio a Dios cada día en nuestra vida, comenzando desde la mañana con la oración y luego dando tiempo a Dios, el domingo. No perdemos nuestro tiempo libre si se lo ofrecemos a Dios. Si Dios entra en nuestro tiempo, todo el tiempo se hace más grande, más amplio, más rico.
Este poema de María –el Magníficat– es totalmente original; sin embargo, al mismo tiempo es un “tejido” hecho completamente con “hilos” del Antiguo Testamento, hecho de palabra de Dios. Se puede ver que María, por decirlo así, “se sentía como en su casa” en la palabra de Dios, vivía de la palabra de Dios, estaba penetrada de la palabra de Dios. En efecto, hablaba con palabras de Dios, pensaba con palabras de Dios; sus pensamientos eran los pensamientos de Dios. La Palabra de Dios encontró en ella una casa.
Estaba penetrada de la luz divina; por eso era tan espléndida, tan buena; por eso irradiaba amor y bondad. María estaba impregnada e inmersa de la palabra de Dios y recibía también la luz interior de la sabiduría. Quien piensa con Dios, piensa bien; y quien habla con Dios, habla bien, tiene criterios de juicio válidos para todas las cosas del mundo, se hace sabio, prudente y, al mismo tiempo, bueno; también se hace fuerte y valiente con la fuerza de Dios, que resiste al mal y promueve el bien en el mundo.
María: mediadora de amor
Así, María habla con nosotros, nos invita a conocer la palabra de Dios, a amar la palabra de Dios, a vivir con la palabra de Dios, a pensar con la palabra de Dios. Podemos hacerlo de muy diversas maneras: leyendo la Sagrada Escritura, sobre todo participando en la liturgia, en la que, a lo largo del año, la Iglesia nos abre todo el libro de la Sagrada Escritura; en sus tesoros.
Catequistas: María está muy cerca de cada uno de nosotros, conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oraciones y ayudarnos con su bondad materna. Demos gracias al Señor por el don de esta Madre y pidamos que nos ayude a encontrar el buen camino cada día y a ser constantes, responsables, fervorosos y alegres en la vivencia de la oración contemplativa y en el ejercicio de nuestro ministerio catequístico.
María Adela Suárez de Luna
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Comentarios a la autora: (ade.suarez@hotmail.com)