Hablar de lo que hemos visto y oído

Teología de la comunicación

 

 

Alegres por la presencia transformadora y renovadora del divino Espíritu a quien hemos celebrado, el equipo del Centro de Espiritualidad Catequístico los saluda cordialmente catequistas, deseando que en la realización de su ministerio, el Señor les conceda gustar lo bueno que es con nosotros, sus hijos.

Hoy queremos seguir profundizando sobre la importancia de la comunicación cristiana, entendida desde la misma persona de Jesús. La comunicación que se desarrolla en la actualidad se da con una alta tecnología, que nos pone ante la mirada, de manera instantánea, de un lugar a otro de la tierra cualquier noticia, imagen o documento. Sin embargo, estos medios han ido creando un mundo virtual al margen del mundo real, despertando tal fascinación, que se convierte en una barrera para la comunicación personal; muchas veces estos sistemas nos atrapan al grado de requerir terapias para superar el aislamiento al que nos someten.

 

El ser humano, hecho para comunicarse

El ideal cristiano nos lleva a un horizonte totalmente distinto, donde la comunicación es siempre encuentro con los demás para establecer compromiso y solidaridad humana. El Papa Francisco lo dice de manera directa: “Así como algunos quisieran un Cristo puramente espiritual sin carne y sin cruz, también se pretenden relaciones interpersonales solo medidas por aparatos sofisticados, por pantallas y sistemas que se pueden encender y apagar a voluntad. Mientras tanto, el Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y con sus reclamos, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo”.

La comunicación social humana viene a ser –más aún, debería ser– imagen y semejanza de la comunicación divina trinitaria.

La comunicación, esencia del Evangelio

El Evangelio no es solo transmisión de una noticia, sino también una manera de comunicar la Buena noticia. Con esta idea se da el paso de la comunicación como “un hecho” humano a “una forma”, en sentido de virtud y perfección. Jesucristo es Palabra y presencia de Dios en medio de nuestra historia. El Dios desconocido e inalcanzable se ha convertido en cultura y lenguaje humano, capaz de ser comprendido y encontrado, tal como se da en la experiencia de sus discípulos: “¿Dónde vives, Maestro? Respondió Jesús: Vengan y lo verán” (Jn 1, 38-39).

Todo Él es comunicación de la Palabra y la presencia de Dios en medio de nosotros. La comunicación de Cristo es personal, establece un vínculo estrecho y definitivo entre Dios y todos los seres humanos. La misión de los discípulos debe seguir esta misma línea: el que a ustedes escucha, a mí me escucha (cfr. Jn 20,19-22).

Los discípulos deben salir de sí mismos, recorrer muchos caminos, anunciar su experiencia, enseñar lo que han aprendido de Jesús, transformar la vida de los otros, construir fraternidad y crear comunidad; pero, sobre todo, vivir lo que anuncian: “Que digan que son mis discípulos cuando vean cómo se aman” (cfr. Jn 13, 35).

Los medios de comunicación no pueden ni deben sustituir a la persona del comunicador. La fe comienza por el anuncio y el testimonio. No fue un libro el que nos condujo a Jesús, tampoco puede ser un video el que nos comunique plenamente a Cristo. Detrás de los textos del Nuevo Testamento están quienes dieron testimonio, como detrás de cualquier material de la tecnología debe haber un testimonio real y personal, no una producción simplemente técnica.

 

Comunicar lo que creemos

Catequistas, la verdadera comunicación comienza con un convencimiento propio sobre el que estamos dispuestos a comprometer la propia vida, porque de ello depende la autoridad de las propias palabras: Hablamos de lo que hemos visto y oído, dice el apóstol Juan (cfr. 1Jn 1, 1-3).

 

La coherencia entre lo que comunicamos y lo que vivimos es la senda hacia la santidad cristiana: vivir conforme a lo que creemos. Un comunicador de la Palabra de Dios que no crea que es la Palabra de vida eterna, es solo una campana hueca sin fondo ni sentido, como dice San Pablo en relación con el verdadero amor (cfr.1Cor 13,1).

 

María Adela Suárez de Luna

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Comentarios a la autora: (ade.suarez@hotmail.com)

 

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