Los medios modernos de comunicación nos ponen en contacto inmediato con acontecimientos de otras latitudes, pero casi siempre solo mueven a reacciones emotivas de duración efímera que conducen con facilidad al silencio y a la indiferencia. El estruendo de las armas y la ampliación de las injusticias parecen hacerse parte del pan cotidiano cuyo sabor amargo se percibe cada vez menos y cauterizan los sentimientos nobles. Aparece en el horizonte la tentación a quedar en silencio y la más preocupante de volver la vista a otro lado, aumentando el número de los que configuran la “cultura de la indiferencia”, como la llama el Papa Francisco. No puede un cristiano, cuya misma identidad lo lleva a estar persuadido de formar parte de un gran pueblo y de tener como tarea la solidaridad con la humanidad, sobre todo en sus sufrimientos, ser indiferente a lo que sucede.
Desde luego, me refiero ahora a los acontecimientos recientes en Tierra Santa e Irak: los crímenes cometidos contra la población civil palestina en la franja de Gaza por el ejército israelí y la violencia e imposición forzadas de los rasgos extremistas del fundamentalismo islámico en el norte iraquí.
Las imágenes que han circulado y que han hecho visible la fuerza bruta y primitiva contra gente inerme nos dan pie a pensar en el mínimo equilibrio entre el “terrorismo” del grupo Hamas y el poderío de las máquinas de guerra de Israel. La situación menos conocida, pero brutal e impositiva del gobierno autodeclarado como “califato” (es decir, autoridad suprema civil, militar y religiosa) en parte de Irak, está afectando a comunidades cristianas pequeñas pero vivas y sólidas, cuyo origen está en la cercanía con los mismos Apóstoles de Jesús. El intento de excluir a quienes desde su conciencia iluminada por la tradición no se alinean con el Islam radical es un atentado visible al derecho fundamental a la libertad religiosa, reconocido aunque no siempre bien aplicado en la cultura contemporánea. Para los cristianos esta situación es de abierta persecución, algo que no ha abandonado a los seguidores de Jesucristo en veinte siglos.
Detrás de las imágenes y de los comentarios superficiales hemos de buscar las raíces: Irak es un Estado artificial, creado para satisfacer intereses de las potencias, principalmente en materia de insumos petroleros a mediados del siglo XX. La inestabilidad casi permanente de sus instituciones se ha debido, entre otros factores, a que no se ha considerado la pluralidad de los habitantes de sus regiones. La guerra que Estados Unidos sostuvo contra el régimen de Sadam Hussein con el pretexto de que poseía armas de destrucción masiva y la imposibilidad de convivencia pacífica después de que nuestro vecino del norte retiró sus tropas, piden soluciones de fondo y no solo el cambio brusco del presidente realizado autoritariamente por Obama en fecha reciente. A propósito de la cuestión religiosa, recuerdo que cuando se desarrollaba la llamada “Guerra del Golfo Pérsico” conversé en Roma con algunas religiosas iraquíes que tenían una impresión muy distinta de la actuación de Sadam. Hoy Irak parece a los ojos humanos un país imposible de rescatar.
La cuestión palestina está planteada también desde hace décadas. Las disposiciones de la ONU en 1948 mandaron la creación de dos estados: Israel y Palestina. Pero el primero, no sin acciones terroristas, fue adelantado en su creación. La paz, pues, está condicionada a la superación de esa injusticia. Además, los intereses bélicos están presentes, demasiado presentes: mientras Obama insiste en la “seguridad de Israel” y solo con timidez se asoma a las muertes de inocentes, el caudal de armamento y apoyos estratégicos, negocio vil de industriales estadounidenses, sigue fluyendo.
La comunidad internacional ha reaccionado, aunque con ambigüedades y silencios. En Francia, el presidente Hollande se atrevió a decir que la seguridad de Israel no justificaba los ataques a la población inerme, pero al mismo tiempo se han prohibido manifestaciones populares con el pretexto de que pueden convertirse en antisemitas, lo que en palabras claras significa antijudías. Y es que en la cultura popular resulta muy difícil distinguir entre el “sionismo”, doctrina que permeó los principios del estado israelí y es dominante en amplios sectores, la cultura judía y la religión judía. El riesgo existe y lo noté, por ejemplo, en las reacciones a un artículo de Esther Shabot en Excélsior sobre los contactos de Hamas en países árabes; creo que ese riesgo no debe justificar silencios como el del gobierno mexicano.
Su Santidad Francisco nos ha invitado de nuevo, ante estas situaciones dolorosas, a pensar y a orar. Habrá que hacerlo con el mejor de los espíritus. Las luces del encuentro en los jardines vaticanos están presentes y nos alientan en medio de las sombras.
Pbro. Dr. Manuel Olimón Nolasco