FE PANDÉMICA: UNA RESPUESTA AL SILENCIO DE MUERTE

La semana pasada abordamos el tema del silencio pandémico, este silencio que nos vimos forzados a vivir, y concluía con el silencio de muerte, un silencio estéril que ha absorbido nuestra rutina diaria. Pero es aquí donde nos ilumina la Palabra del Señor.

La Sagrada Escritura nos recuerda el peregrinar de 40 años del pueblo de Israel al salir de la esclavitud de Egipto, y ante la añoranza de aquella tierra que mana leche y miel (Ex 3,8; Dt 14, 8), se presentó el duro peregrinar, un camino de purificación que fue acompañado de infidelidades, idolatría, constantes reclamos al Señor de parte de un pueblo que añoraba una ‘falsa tranquilidad pasada’ (Num 11, 4-6) y no era capaz de poner completamente su corazón en Yhavéh que los había liberado.

El Padre obraba con grandes prodigios y, en cambio, solo pidió amor, amor de corazón, de alma, con toda la fuerza, escogerlo a Él, porque quien dice amar a Dios sin esto, es un amor que tiembla porque no está cimentado sobre la roca (Lc 6, 49). Y en esta pandemia es probada dónde tenemos cimentada nuestra fe; es la crisis un rastrillo que ara nuestra tierra y descubre las raíces de lo que creemos que está firme y descubre las intenciones del corazón.

Estamos en tiempos de fe pandémica; estamos peregrinando en el desierto y podemos caer en el mismo error del pueblo del Israel: pedir signos extraordinarios. Quizás le podemos hacer la misma pregunta que le hicieron los discípulos a Jesús: ‘¿No te importa que perezcamos?’ (Mc 4, 39). ¿Acaso guardas silencio? ¿Estás todavía caminando entre nosotros? ¿Es que no te importo? Temblamos.

Resuenan las preguntas de Jesús en el momento de la tormenta: ‘¿Por qué tienen miedo? ¿Aún no tienen fe?’ (v. 40). No es que el Señor no sienta nuestro dolor y sea ajeno y distante; Él vino y padeció por todos nosotros; nos dejó el dulce soplo de su Espíritu, el mismo que infundió valentía en Pedro para predicar y creer con fuerza en el Resucitado. Pedro eligió a Cristo, Pedro eligió al Amor y desechó el miedo; aún consciente de que sería perseguido, la fe de Pedro creció en medio de un ‘odio pandémico’, que se propagaba como el fuego.

Sigamos eligiendo a Jesús; el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. No somos autosuficientes; necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Hasta la próxima.

Fray Jesús Silván OFM

 

 

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