Jueves Santo 2018
Homilía del Obispo Luis Artemio Flores Calzada
“Yo recibí del Señor lo mismo que les he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan en sus manos y pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: ‘Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía…’.
Queridos hermanos hoy nos hemos reunido para celebrar grandes acontecimientos: la institución del sacerdocio ministerial, la institución de la Eucaristía, el recordatorio del mandato del amor –el servicio al prójimo–.
Jesús instituye la Eucaristía en un ambiente de una cena pascual, justo en la fiesta donde el pueblo de Israel conmemoraba que Dios los liberó de la esclavitud de Egipto; parte del ese gran festejo se expresaba en comer un cordero; con la sangre del cordero rociaban los dinteles (los marcos) de las puertas como señal de liberación de la muerte, porque esa noche pasaría el ángel a dar muerte a los primogénitos de los egipcios y la sangre sería la señal para ser liberados de la muerte.
Y es preciamente en esa cena, donde Jesús se presenta como el Cordero que va a ser inmolado por nosotros, y por su sangre seremos liberados de la muerte y del pecado. En la última Cena Jesús tomó el pan y lo convirtió en su Cuerpo, tomó el vino y lo transformó en su Sangre, para que podamos comerlo, honrarlo y adorarlo en el Santísimo Sacramento.
La Eucaristía es el banquete de la unidad fraterna, “todos somos uno porque todos comemos del mismo pan y bebemos del mismo cáliz” (I Cor 10, 17). La Eucaristía perpetúa el Sacrificio Redentor; cada vez que el sacerdote levanta la hostia consagrada y el vino consagrado es un memorial de la muerte y resurrección de Cristo, que él mismo nos indica: mira cuanto te amé que por ti entregué mi vida y derramé mi sangre. La eucaristía es garantía de vida eterna y de resurrección “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6, 54).
Jesús constituyó sacerdotes a sus Apóstoles, dándoles poder de perpetuar la cena del Señor –el sacrificio redentor–, para que todas las generaciones de todos los tiempos pudieran participar de esta Cena y del Sacrificio redentor. Por eso debemos estar agradecidos con Cristo y pedir por nuestros sacerdotes, para que seamos santos como Cristo, y que todos los sacerdotes asumamos esta noble y grandiosa misión con santidad de vida.
La principal característica de los discípulos de Cristo es el amor. El amor es entrega generosa. El amos es dar la vida por los demás, es buscar siempre el bien de los que nos rodean. Preguntémonos cada uno ¿Qué tanto me parezco a Cristo? ¿Amo a mis hermanos, como Cristo me ama? ¿Doy la vida como Cristo dio la vida por mí? En un mundo donde hay mucha violencia estamos llamados a sembrar el amor, a descubrir en el rostro de cada hermano el rostro de Cristo, porque “lo que hiciste a uno de estos hermanos a mí me lo hiciste” (Mt. 25, 40).
Finalmente, “Jesús sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, amó a sus discípulos hasta el extremo”. A Jesús también le duele como el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote la idea de entregarlo. Jesús se levanta de la mesa y al lavar los pies de los discípulos, nos enseña cómo debemos lavarnos los pies los unos a los otros, como servirnos unos a otros, aunque los otros piensen distinto, incluso, aunque los otros sean nuestros enemigos. Su acción significa que nosotros siempre demos de estar dispuestos a servir a nuestros hermanos, a preocuparnos por ellos, a buscar siempre su bien, su felicidad. Y como es mutuo este servicio fraterno, podremos vivir unidos y felices sirviendo a nuestros hermanos, buscando el bien y el interés de todos. Ser discípulos de Jesús es ser siempre serviciales, amables, atentos con ellos.
Pensemos un momento: ¿Crees que Cristo está en la Eucaristía? ¿Te alimentas de Él? ¿Lo adoras en el Santísimo Sacramento? ¿Amas a tus hermanos? ¿Eres servicial con tus hermanos y con las personas que te rodean? ¿Oras por tus sacerdotes?
Agradécele al Señor el gran regalo de la Eucaristía y de los sacerdotes, por los cuales se perpetúa la Cena del Señor y el sacrificio redentor de la Cruz, y pídele que tú seas siempre servicial con tus hermanos, y que los ames como Cristo te ama a ti. Así sea.
+Luis Artemio Flores Calzada
8º Obispo de la Diócesis de Tepic