1.- Memorias y vivencias.
La noche del 26 de noviembre de 1995, en una cena en el Colegio Mexicano de Roma, quien acababa de recibir de manos de Su Santidad Juan Pablo II el capelo cardenalicio, don Adolfo Suárez Rivera, arzobispo de Monterrey, tomó la palabra y entre otros puntos dijo: “–El siguiente mexicano que debe ser elegido cardenal es monseñor Obeso”. El cardenal Suárez nunca ocultó su afecto y su alta valoración de la persona y trayectoria pastoral de don Sergio Obeso, sobre su inteligencia unida a la prudencia. Más de una vez me hizo saber que los años que presidió la Conferencia del Episcopado Mexicano sirvió de dique a los arranques autoritarios del delegado Prigione y que sostuvo ante el gobierno sin demasiadas palabras, el patriotismo íntegro del episcopado y los católicos. A la hora de redactar el discurso para la Asamblea Plenaria del episcopado de abril de 1990 y poner en él unas palabras memorables que fueron citadas un mes después por el Papa Juan Pablo–“La Iglesia quiere ser considerada y tratada no como extraña ni menos como enemiga que hay que afrontar y combatir”–me dijo: “–Estoy viendo el rostro de Sergio Obeso”.
Han pasado desde entonces casi tres décadas y este 29 de junio, solemnidad de los apóstoles san Pedro y san Pablo, se ha hecho realidad el augurio del cardenal Suárez. El Papa Francisco ha realizado un acto de justicia con una de las personas más valiosas de la Iglesia en México, poseedor de diáfana claridad en la comprensión del camino del pueblo católico en las cambiantes situaciones del siglo XX y de los años que han corrido del XXI y poseedor al mismo tiempo de gran discreción. Esas características hacen que en muchos ambientes no sea conocido o que la mala memoria, característica de las nuevas generaciones, favorezca el olvido.
Me voy, pues, a permitir exponer algunos rasgos de su personalidad que constaté personalmente sobre todo en el tiempo que formé parte del profesorado de la Universidad Pontificia de México o tuve qué ver con algunas tareas de la Conferencia Episcopal, principalmente en relación con la búsqueda de un marco jurídico más adecuado para la Iglesia y lo religioso en la configuración de la Nación mexicana.
2.- Una vida para Jesucristo y para los hermanos.
Sergio Obeso Rivera es nativo de la ciudad de Jalapa, capital del estado de Veracruz, donde nació el 31 de octubre de 1931. Sus estudios elementales los realizó ahí mismo y después de pasar por el Seminario de la arquidiócesis veracruzana, culminó los estudios teológicos en Roma, ordenándose sacerdote en 1954. Realizó ministerios pastorales tanto en la enseñanza como en la vida parroquial y el 29 de junio de 1971 fue ordenado obispo de Papantla, con residencia en Teziutlán, Puebla, sucesor de monseñor Alfonso Sánchez Tinoco, fallecido en un accidente, gran promotor de la ayuda mutua entre diócesis necesitadas. Permaneció ahí hasta que el 15 de enero de 1974 fue nombrado coadjutor del arzobispo de Jalapa don Emilio Abascal y Salmerón, a quien sucedió a su fallecimiento en 1979. Como arzobispo de la capital veracruzana no sólo fue muy estimado por el presbiterio, sino que gozó de aprecio entre los círculos políticos e intelectuales de la entidad, estos últimos bastante exigentes y críticos. Su gestión como presidente de la CEM de 1982 a 1988 y de 1994 a 1997, fue de equilibrio y avance en años complejos para el país (regímenes de Miguel de la Madrid y de Ernesto Zedillo). Fue uno de los principales promotores y autores del memorable documento del episcopado mexicano del año 2000: “Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos” que sigue siendo, gracias a su reflexión viva sobre el paso de la historia de la salvación por nuestro pueblo, punto de referencia para una vida cristiana sin complejos, audaz y a la vez humilde. El 10 de abril de 2007 el Papa Benedicto XVI aceptó su renuncia como arzobispo y continuó ejerciendo ministerios sobre todo de apoyo espiritual a sacerdotes, religiosas y laicos.
3.- Una herencia valiosa.
De las páginas de unos apuntes que hizo el padre Celestino Barradas, extraigo algunas palabras en que don Sergio Obeso expuso algunos puntos de vista sobre los encuentros que se tuvieron antes de los cambios constitucionales de 1991 en materia de libertad religiosa: “[…] Tuvimos conversaciones con el presidente, Lic. Miguel de la Madrid y con miembros de su gabinete para ir tratando de crear conciencia de la situación anómala en que vivía la Iglesia en México, de lo que esto significaba de agresión a derechos humanos y cuánto esto hería la fisonomía y el perfil del mexicano…El diálogo con esas personas me hizo admirar su preparación, su agudeza, su valor intelectual. Esos políticos distan mucho de la imagen del político que tuve de niño: enchamarrado, empistolado, con sombrero tejano…”
Sobre Salinas de Gortari opinó: “[…] Tuvo la gentileza de decirme cuáles eran sus ideas y propósitos, sus líneas de gobierno, cómo pensaba la modernidad, enfrentar los problemas de una vez por todas…Al despedirme le dije lo que realmente sentía: ‘Señor, usted es mi presidente’…Y en esto no hay nada de lambisconería. Es un concepto cristiano sobre la autoridad, creo yo…Creo que le impresionaron mis palabras. Se sintió apoyado por quien en aquel momento era también presidente de la Conferencia Episcopal…Me pareció una persona sumamente inteligente, una ardilla intelectual”.
Herencia valiosa es la del ahora cardenal Obeso. Sus palabras en la Asamblea Episcopal de enero de 1985 resuenan en nuestros oídos y en nuestro corazón como estímulo para mirar con esperanza el porvenir: “[…] Nada ni nadie podrá separar a la Iglesia mexicana del pueblo mexicano…La historia del pueblo–con sus luces y sombras–es también la historia de la Iglesia y su presente–con sus retos y esperanzas–es también el presente de la comunidad católica reunida en torno de sus legítimos pastores…”
Le hacemos llegar una cordial felicitación y, con ella, la seguridad de que su ejemplo nos estimula.
[Fotografías por Daniel Ibañez Gutiérrez] DESCARGAR EN PDF
Pbro. Dr. Manuel Olimón Nolasco.