En el mes del padre: La nueva paternidad

 

En México, bien es sabido, la figura de la madre en el espectro nacional, de nuestra mamá en lo individual, es un vínculo de cohesión ya no sólo a nivel familiar, sino a lo grande, en la sociedad en general. El universo micro de esa sociedad, se ha repetido hasta el cansancio, es la familia, cuyos bastiones son la madre y el padre. De la primera se ha escrito y reflexionado en grandes proporciones, y para no ir más lejos, el mes de mayo, que recién ha terminado, es considerado el mes de mamá. Historias, películas, canciones, poemas, libros enteros, dan cuenta de esa gama de instrumentos con que se festeja a la mujer que sufrió por dar a luz.

Del segundo, del padre, como una figura en suma necesaria para la buena marcha de la familia, poco se ha dicho y escrito –sí hay material, aunque en menor proporción–, contaminado quizá por una aureola de dureza frente a la ternura y toda bondad de la madre.

Por ello, en La Senda, en este mes en que en el tercer domingo se celebra el Día del Padre, y fuera de ese afán celebratorio con tintes meramente mercantilistas, quisimos aportar algunas luces para reconsiderar la figura paterna, para resaltar no sólo sus fortalezas y cualidades, sino también para delinear el insustituible papel que juega en la conformación y buen funcionamiento de la familia, germen de toda sociedad que se precie de cristiana y con buenos valores.

“Ya verás cuando venga tu padre”
—“Que ya va a llegar mi papá, que te metas”. Con esta frase inicia Ricardo Garibay su relato Fiera infancia y otros años. Y más adelante apunta: —“Que vayas a lavarte, que ya viene subiendo mi papá las escaleras”.

De alguna manera, al anotar un episodio personal tal pareciera que Garibay describe la percepción general que se ha tenido por mucho tiempo sobre la figura paterna en la mayoría de los hogares mexicanos.

En numerosos hogares a lo largo y ancho del país, muchos de nosotros hemos escuchado alguna vez esto: “Ya verás cuando venga tu padre”; una sentencia que equivalía a, cuando menos, hacernos acreedores a una buena tunda o regañiza, en el caso más alentador. Y las más de las veces, quien lanzaba esta especie de “estate quieto”, era nuestra madre, quien, imposibilitada a poner un alto al caudal de travesuras, recurría a la figura paterna como sujeto aleccionador. ¡Y cómo le funcionaba!

Un tipo antiguo de paternidad
El tipo de paternidad arriba descrito, y que se ajusta al que se ha practicado por mucho tiempo en México, es un modelo tradicional, apegado a una educación rigurosa, y cuyo ejercicio está enfocado a ejercer autoridad ante los hijos como jefe de familia.

Aunado a éste, otra característica que se puede colegir de este antiguo tipo de paternidad, está el de ser el proveedor del hogar: la figura del padre encuadra en este apartado y el de la madre, recluida en el hogar, administra los recursos que el hombre lleva para la manutención del clan familiar y encabeza la educación de los vástagos: está al pendiente de las tareas escolares y del modo de comportarse de los hijos.

Debido a estereotipos y roles de género, apuntan expertos en el tema, se ha establecido un patrón de paternidad donde el padre, por lo general ausente por cuestiones laborales, es visto por sus hijos como un dispensador de dinero y permisos, lo cual acaba por ser una visión reduccionista del ser padre, porque ese patrón excluye a los hombres tanto de las tareas relacionadas con el cuidado de sus hijos y del hogar, como de las posibilidades de disfrutar de relaciones más íntimas y cálidas con su familia.

Una nueva conciencia
Cabe apuntar que esa visión tradicional de la paternidad –la cual no condenamos pues tiene sus aciertos– ha ido cambiando, “renovarse o morir” reza el viejo adagio; hoy se ha extendido la práctica de una mayor responsabilidad masculina en el amor a la pareja y la procreación, sobre todo entre las generaciones jóvenes.

Hoy ya es común que numerosos hombres busquen, de una manera u otra, participar de manera más activa e integral en el desarrollo físico y emocional de sus hijos, dejando de lado el papel de proveedores del hogar. No obstante y contrario a esta tendencia, todavía existen muchos padres que se mantienen al margen del crecimiento y desenvolvimiento de sus hijos, pues ellos “así fuimos educados”.

Cambios inducidos 
Con la generalización de este nuevo modelo de paternidad, se han ido introduciendo algunos cambios que obedecen a esa tendencia que impera en países desarrollados y que es fruto de una visión radicalmente hedonista y reduccionista de la visión cristiana del hombre en cuanto a crecer y multiplicarse. Permea entre las nuevas generaciones la idea de concebir pocos hijos para darles más, contrario a las viejas tradiciones de familias numerosas, de concebir los hijos que Dios quisiera mandar. Hay una fuerte influencia dictada desde nichos oficiales que pregona que “pocos hijos para vivir mejor”, cuando todavía no se ha demostrado científicamente lo contrario.

Así, según la Encuesta Demográfica Retrospectiva de 1998, las generaciones de hombres nacidos en México entre 1966 y 1968, tanto en el medio rural como en el urbano, han reducido su fecundidad a 2.7 hijos a la edad de 35 años, cuando antes alcanzaban 4.3 en promedio en los nacidos en una década anterior.

Datos de la nueva paternidad mal entendida
Otro de los cambios ligados a lo anterior, es la mayor participación y responsabilidad de los hombres respecto a su fecundidad y al número de hijos que quieren tener. Según la Encuesta de Comunicación en Planificación Familiar (CONAPO, 1996), la mayoría de los jóvenes –de los 18 a los 24 años de edad– conoce y valora la planificación familiar, si bien para la mayoría de ellos este concepto significa cuántos hijos tener y cuándo, para un 9% significa buscar el bienestar de sus hijos.

Con base en estimaciones de la CONAPO 1996, nueve de cada diez jóvenes varones consideraban posible planear diversos acontecimientos relacionados con su paternidad: el momento de tener hijos, el de dejar de tenerlos, el número de hijos y la educación de los mismos.

Una nueva cancha: el trabajo doméstico
Cada vez es mayor el número de hombres casados que entran a un nuevo terreno de juego en el hogar: las labores domésticas:
– Aproximadamente 60% de los hombres se involucra en las tareas domésticas y en el cuidado de los hijos, mientras que prácticamente todas las mujeres realizan este tipo de actividades.
– El tiempo que los hombres, de todas las edades, dedican a esas labores es en promedio diez horas o menos a la semana. Lo que es todavía escaso.
Por su parte, las mujeres dedican entre 35 y 45 horas a la semana al trabajo doméstico y al cuidado de los hijos.
– Casi cuatro de cada diez hombres consideran que la crianza de los hijos debe ser compartida por el padre y la madre

Al final, Dios Padre
Esta nueva paternidad, esta nueva manera de ser padre, que engloba concebir hijos y estar al pendiente de su crecimiento, desarrollo emocional y físico, debe tender a formar familias fuertes en los valores tradicionales de respeto, amor y honestidad, pilares de una familia cristiana que tiene en el centro a Dios, Padre por antonomasia, Padre por derecho propio.

Sin dejar de lado el sustento económico, el apoyo moral y la proyección de un futuro en el terreno educativo, esta nueva paternidad ha de inscribirse también en el respeto a sí mismo como progenitor y a la esposa, como compañera de esa aventura que comprende criar hijos y lanzarlos a la vida.

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En 1998, existían 14.8 millones de padres en México. De ellos 95% tenía una pareja y el resto, que equivalía a 78 mil 300 varones, cuidaba solo a sus hijos, sin la presencia de la madre en el hogar: eran padres solteros.
De esos padres, sólo uno de cada 200 era adolescente (menor de 20 años).

 

Juan Fernando Covarrubias Pérez

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