El voto en tiempos de crisis

Editorial

La historia mexicana reciente indica que de los comicios electorales salen victoriosos personajes que las más de las veces no han cumplido lo que, con bombo y platillo –y despensas incluidas–, prometen en campaña. “Prometer no empobrece”, y de eso se pueden citar ejemplos y más ejemplos y se llenarían muchas páginas; sin embargo, hay que poner el acento en que ello ha llevado al país a un estado deplorable en numerosos rubros: el económico, el de empleo, el de seguridad, el de salud, el de educación, y otros tantos. Bien dicen que quien no aprende de la historia está condenado a repetirla. Y los obispos mexicanos lo recalcan en el documento “No hay democracia verdadera y estable sin participación ciudadana y justicia social”, que dieron a conocer en días pasados: “El tránsito a la democracia ha implicado para nuestro pueblo, la experiencia de encuentros y desencuentros, de logros y fracasos. Si queremos hacer de la democracia un estilo de vida, habrá que valorar críticamente las experiencias, aprender de ellas y generar actitudes nuevas” (n. 1).

Los obispos, congregados en la Comisión Episcopal Mexicana (CEM), preocupados por el pueblo de México, acordaron enviar unas palabras de aliento y solidaridad en estos tiempos aciagos y ante los futuros comicios, cruciales en muchos sentidos. El mensaje dirigido “a los fieles católicos y a los hombres y mujeres de buena voluntad, ante las próximas elecciones federales”, hace hincapié en que “vivimos tiempos difíciles que nos exigen actitudes definidas y comprometidas. No podemos quedarnos en la pasividad, provocada por el pesimismo y el miedo” (n. 6). Basta de ocultarnos en los momentos históricos y de culpar a los otros: cada uno es responsable, en primera instancia, de sí mismo y, por extensión, de los demás.

El voto, como piedra angular de las elecciones y éstas como plataforma de la vida democrática, es un instrumento que no debe desperdiciarse en venganzas (“voto por este candidato, y no por aquél, aunque éste, de entre todos, sea el menos peor”), como moneda de cambio (cuando se utiliza para hacerse llegar recursos económicos, materiales o algún puesto de trabajo), o como un modo de esquivar los propios deberes y responsabilidades (el abstencionismo es, en realidad, una irresponsabilidad social ante la patria y nuestros semejantes). Por todo ello, lo recalcan los prelados en el texto, el próximo 5 de julio constituye “una magnífica oportunidad” para participar activamente en el proceso constructivo y de fortalecimiento de la vida democrática que se respira en el país. Cada voto es importante; cada uno de los votos constituyen el todo de la decisión que habrá de imponerse al final. Es una falacia eso de que “por un voto menos” –el del que se niega a salir a votar– no va a pasar nada. Sí pasa, y ya lo hemos visto; y no sólo eso, sino que las consecuencias de ello han sido no del todo buenas.
No obstante, la participación que se exige del cristiano comprometido no acaba en marcar una boleta, no concluye en el voto. El mensaje de los obispos cala hondo, llama al activismo y apela al compromiso en la vida social. Porque al final, “son los fieles laicos católicos quienes, conscientes de su responsabilidad en la vida pública, deben estar presentes en la formación de los consensos necesarios y en contra de las injusticias” (n. 5).

La Conferencia del Episcopado, sabedora de que la Iglesia Católica no es un sujeto político, sino social (Cfr. n. 5), y consciente de que su “tarea es formar conciencias, defender la justicia, la verdad y educar en la dignidad individual y política” (n. 5), considera “urgente dar seriedad y credibilidad a la continuidad de nuestras instituciones civiles, defender y promover los derechos humanos, custodiar en especial la libertad religiosa y cooperar para suscitar consensos nacionales en todo lo que sea vital para el bien común de la nación” (n. 65). Y las elecciones próximas son un escalón vital para la recuperación del país y el enderezamiento de la vida social y cultural en todo el territorio mexicano.

La participación ciudadana, sobre todo en estos tiempos en que se pone en tela de juicio a casi todo, es de relevante importancia, pues de este modo el ciudadano se involucra en la construcción del país al que aspira, ése que desea heredar a sus hijos y a las generaciones venideras.

 

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