Las ciudades mexicanas –como tantas otras del mundo– de unas décadas para acá presentan un sinnúmero de problemas que, de algún modo, podríamos reducir a dos muy importantes: densidad poblacional y excesivo número de automóviles por sus calles y avenidas. Del primero, resulta sencillo constatar cómo los núcleos poblaciones en las urbes se multiplican con desorden y al amparo de autoridades que, por pactar un negocio, autorizan su establecimiento sin considerar cómo habrán de dotar de los servicios básicos. Y del segundo, es fácil también darse cuenta de que el tráfico vehicular se ha convertido en un lastre para las autoridades estatales y municipales, por su incontrolable crecimiento y por la reducción de espacios. En esta ocasión, hablaremos de este segundo problema.
Soluciones pasan por la educación
“Cualquier proyecto o solución vial en la actualidad –escribe Felipe Reyes, especialista en movilidad y ciudades–, debiera pasar por una estricta consideración de lo que sucederá con peatones, ciclistas y transporte público”. ¿Dónde meter tanto automóvil? ¿Qué carril destinar para ese automovilista que únicamente percibe vehículos y para quien el peatón prácticamente no existe? La problemática urbana de movilidad ha llegado a convertirse en una auténtica Caja de Pandora, que al retirarle la tapa presenta un panorama de dificultades y pocas soluciones, exacerbadas por la escasa visión y el privilegio del negocio a corto plazo. Habría que considerar que las esperanzas por solucionar este problema pasan por un proceso de poner en marcha programas sustentables y confiables a largo plazo en lo tocante a tráfico y movilidad, y un intento por hacer cotidiana la educación vial de la que tanto carecemos en nuestro país. Educación, pues.
El solitario, abandonado peatón
El peatón es un ser olvidado. El peatón, al caminar por las calles, ese sitio que se pensó para su circulación y disfrute, ese espacio destinado para su “consumo”, es un fantasma, es invisible para el automotor: quien va al volante únicamente vigila a los demás automóviles y considera poco al peatón, y ni le cede casi nunca el paso en una esquina. El solitario, abandonado peatón es un ser raro; solo unos cuantos valientes se atreven hoy a caminar porque ya no es seguro (además de que las calles y avenidas no le dan preferencia, la inseguridad por el crimen y los robos también es un escollo en el camino). Las políticas sociales y de movilidad hoy privilegian las grandes obras viales, en un intento desesperado por desahogar el tráfico que, para qué negarlo, es ya un cuello de botella. Agrega Reyes: “Cualquier propuesta debería garantizar la permeabilidad de los espacios públicos y garantizar que cualquier ciudadano pueda cruzar la calle, a pie, en cualquier parte”. Esto, como sabemos, es un renglón que aún no se cumple.
Su majestad, el automóvil
“La locura pro automóvil de las últimas décadas ha calado profundamente en nuestros hábitos y en la manera en que interpretamos lo que es justo y lo que no. De los años cincuenta para acá, normas, reglamentos e incluso criterios se han modificado (únicamente) para favorecer indiscriminadamente a su majestad, el automóvil”, abunda Reyes. Lo anterior aplica para casi la totalidad de las ciudades mexicanas. Y si a eso le sumamos el uso del espacio público, el balance es francamente desfavorable para el peatón y los habitantes de las ciudades en general. Porque el automovilista también sufre por el exceso de vehículos y las pocas salidas a grandes atascos y cuellos de botella casi a cualquier hora, ya no solo en horas pico. Se cuestiona Reyes –y lo cuestionamos nosotros–: “¿En qué momento preferimos como sociedad que nuestro espacio público fuera secuestrado por carros?”.
Jacinto Buendía
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