Particularmente significativa resultó la aparición del Papa Benedicto XVI en el Muro de las Lamentaciones en la ciudad santa de Jerusalén, el martes 12 de mayo por la mañana, durante su viaje a Tierra Santa, que tuvo lugar del 8 al 15 del mes pasado. Todas las miradas estaban sobre él cuando cruzó la puerta de San Esteban para descender al muro occidental de Jerusalén y colocarse frente al único vestigio del que fuera el gran templo, luego lo tocó y después introdujo un papel, con una oración escrita, en una de las hendiduras. Lo que ese documento dice es lo siguiente:
“Dios de todos los tiempos, en mi visita a Jerusalén, –la Ciudad de la Paz–, morada espiritual para judíos, cristianos y musulmanes, te presento las alegrías, las esperanzas y las aspiraciones, las angustias, los sufrimientos y las penas de tu pueblo esparcido por el mundo. Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, escucha el grito de los afligidos, de los atemorizados y despojados; envía tu paz sobre esta Tierra Santa, sobre Oriente Medio, sobre toda la familia humana; despierta el corazón de todos los que invocan tu nombre, para caminar humildemente por la senda de la justicia y el amor. –Bueno es el Señor con el que en Él espera, con el alma que le busca–”.
Ese mismo gesto de cercanía y fraternidad hacia el pueblo y la fe judías lo había tenido Juan Pablo II en marzo de 2000, cuando durante las celebraciones del Gran Jubileo por los dos mil años del nacimiento de Jesucristo estuvo también en Jerusalén, oró en el Muro de los Lamentos y dejó un pergamino con un texto escrito de su puño y letra, en el que se puede leer:
“Dios de nuestros Padres, tú has elegido a Abraham y a su descendencia para que tu Nombre fuera dado a conocer a las naciones. Nos duele profundamente el comportamiento de cuantos en el curso de la historia han hecho sufrir a éstos tus hijos, y a la vez que te pedimos perdón, queremos comprometernos en una auténtica fraternidad con el pueblo de la Alianza”.
Ese pergamino de Juan Pablo II después fue trasladado al Museo del Holocausto, donde permanece hasta nuestros días.
Dos pontífices, dos documentos, dos oraciones, dos acercamientos extraordinarios con el pueblo judío, dos gestos fraternales, dos muestras de amistad, dos manifestaciones de adoración al Dios de Abraham y de Jesucristo, dos súplicas presentadas a Dios en el Muro de las Lamentaciones; pero no es el único muro en Tierra Santa…
Al día siguiente, el Papa Benedicto XVI visitó el Campo de Refugiados Aída, que en Belén alberga a cinco mil cristianos y musulmanes dentro de un territorio que da cabida a casi un millón y medio de palestinos. El Sumo Pontífice les dijo que “sus aspiraciones legítimas a una patria permanente, a un Estado Palestino independiente, siguen sin cumplirse, mientras ustedes se sienten atrapados, como muchos en esta región y en el mundo, en una espiral de violencia, de ataques y contraataques, de venganzas y destrucciones continuas. Todo el mundo desea ardientemente que se rompa esta espiral, anhela que la paz ponga fin a la hostilidad perenne. Percibimos, mientras estamos aquí reunidos esta tarde, la dura conciencia del punto muerto al que parecen haber llegado los contactos entre israelíes y palestinos, el muro”.
En efecto, Benedicto XVI habló del otro muro, el que ha construido Israel para aislar a los palestinos que no son judíos y que ha separado a comunidades y familias. “En un mundo donde las fronteras se abren cada vez más al comercio, a los viajes, a la movilidad de las personas, a los intercambios culturales –agregó el Papa–, es trágico ver que todavía se levantan muros. ¡Cómo aspiramos a ver los frutos de la tarea mucho más difícil de edificar, la paz! ¡Cuánto rezamos para que se terminen las hostilidades que han causado la construcción de este muro!”.
El primer muro, el de las Lamentaciones, todo el mundo lo conoce y habla de él, pero del segundo muro, el de la división y el odio, nadie habla y sólo lo conocen los que lo construyeron y los que lo sufren día tras día; por eso, el Papa agregó que “de una y otra parte del muro hace falta un gran valor para superar el miedo y la desconfianza si se quiere contrarrestar el deseo de venganzas a causa de pérdidas o heridas. Hace falta magnanimidad para buscar la reconciliación después de años de enfrentamientos armados”.
Dos pontífices oraron en el muro del perdón, ahora esperamos un acto de reciprocidad que derribe el del odio.
Roberto O’Farrill Corona