El Papa Francisco a los catequistas

Los tiempos nos urgen a salir a contar sobre la vida y muerte de Jesús

 

Catequistas, el Papa Francisco, magnífico y sencillo catequista, con los pies en la tierra y… la mirada en el cielo, nos dice: “Los tiempos nos urgen; no tenemos derecho a quedarnos acariciándonos el alma. A quedarnos encerrados en nuestra casa, a estar tranquilos y a querernos a nosotros mismos. Tenemos que salir a contar que, desde hace dos mil años, hubo un hombre que quiso reeditar el paraíso terrenal, y vino para eso”. (Cfr. EG).

 

El Sumo Pontífice se encontró en dos ocasiones con los catequistas; primero, en el aula de las Audiencias y después, al celebrar la Eucaristía en la Plaza de San Pedro. A luz de esas dos espléndidas intervenciones, compartimos los puntos claves de lo que el Obispo de Roma espera de los catequistas: identidad, volver a partir de Cristo, amor, fidelidad y alerta. Una aportación precisa y preciosa al comenzar un nuevo curso catequético.

La identidad

Lo primero es ser catequistas, no sólo  trabajar como catequistas. Ser catequista es una vocación y un servicio. Ser catequista significa dar testimonio de la fe; ser coherente con la propia vida. Catequista es quien custodia y alimenta la memoria de Dios, la custodia en sí mismo y sabe despertarla en los demás. El catequista es precisamente un cristiano que pone esta memoria al servicio del anuncio; no para exhibirse, no para hablar de sí mismo, sino para hablar de Dios, de su amor y su fidelidad. Hablar y transmitir todo aquello que Dios ha revelado.

 

El catequista, pues, es un cristiano que lleva consigo la memoria de Dios, se deja guiar por esa memoria en toda su vida y la sabe despertar en el corazón de los otros. Esto requiere esfuerzo, compromete toda la vida. El catequista es un hombre de la memoria de Dios, si tiene una relación constante y vital con Él y con el prójimo; si es hombre de fe, que se fía verdaderamente del Señor y pone en Él su seguridad; si es hombre de caridad, de amor, que ve a todos como hermanos; si es hombre de paciencia y perseverancia, que sabe hacer frente a las dificultades, las pruebas y los fracasos, con serenidad y esperanza en el Señor; si es hombre amable, capaz de comprensión y misericordia.

 

Volver a partir desde Cristo: ser discípulo y después misionero

Esto significa: tener familiaridad con Él. ¡Permanecer en Jesús! Sólo así el catequista dará fruto. ¡Dejarse mirar por el Señor! Después, volver a partir de Cristo significa también imitarlo en el salir de sí mismo e ir al encuentro del otro. El corazón del catequista vive siempre este movimiento de “sístole –diástole”: unión con Jesús-encuentro con el otro. Son las dos cosas: yo me uno a Jesús y salgo al encuentro con los demás. Si falta uno de estos dos movimientos el corazón no late más, no puede vivir.

 

Asimismo, volver a partir de Cristo significa no tener miedo de ir con Él a las periferias. Si un cristiano sale por las calles, puede tener, sí, un accidente… Pero, dice el Papa, “¡prefiero mil veces una Iglesia accidentada y no una Iglesia enferma! Un catequista que tenga el valor de arriesgarse para salir y no un catequista que sabe todo, pero cerrado siempre y enfermo”. El anuncio del Evangelio es parte del ser discípulos de Cristo y es un compromiso constante que anima toda la vida de la Iglesia. «El impulso misionero es una señal clara de la madurez de una comunidad eclesial» (Benedicto XVI,Verbum Domini, n. 95).

 

Amor, fidelidad, alerta

“Ser” catequistas requiere amor, amor a Cristo cada vez más fuerte, amor a su pueblo santo. El catequista debe amar a Jesucristo y a su Iglesia. Debe amar, pues, a sus catequizandos. El catequista ha de vivir y mostrar la doctrina cristiana en su totalidad. Sin quitar ni agregar. Por ello, los catequistas hemos de evitar y alertar del riesgo de apoltronarnos, de la comodidad, de la mundanidad en la vida y en el corazón; de concentrarnos en nuestro bienestar, en nuestro propio yo y en nuestro propio grupo.

 

Queridos catequistas, como discípulos misioneros, colaboremos libre, ardua y generosamente en el anuncio del Evangelio para que resuene en todos los rincones de la tierra y así, experimentemos, “la dulce y confortadora alegría de evangelizar” (Pablo VI, Evangelii nuntiandi, n. 80).

 

María Adela Suárez de Luna
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Comentarios a la autora: (ade.suarez@hotmail.com)

 

 

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